FÚTBOL

Ana María Martínez Sagi, la primera mujer que formó parte de la junta directiva del FC Barcelona en 1934

En una época que relegaba a las mujeres, su entrada en los despachos blaugranas marcó el inicio de una revolución silenciosa

En 1934, cuando el fútbol era un universo reservado a los hombres, una mujer decidió desafiarlo desde dentro de uno de los clubes más importantes del mundo. Ana María Martínez Sagi, con solo 27 años, hizo historia al convertirse en la primera mujer en formar parte de la junta directiva del FC Barcelona. Su estancia en el cargo fue corta, pero bastó para abrir una rendija en un muro que parecía inamovible.

Poeta, periodista y deportista, Sagi irrumpió en el Barça con la misma fuerza con la que lanzaba la jabalina: para demostrar que el deporte también podía ser un terreno de libertad y de igualdad.

Una joven contra su propio mundo

Nacida en Barcelona en 1907, Ana María Martínez Sagi creció entre los privilegios de una familia burguesa vinculada al mundo industrial y artístico. Pero su destino no estaba en los salones elegantes, sino en las calles y los estadios. Desde muy joven demostró un carácter inconformista y una curiosidad insaciable: amaba la literatura, el deporte y la justicia social, y no estaba dispuesta a vivir a la sombra de nadie.

A los 19 años ya publicaba artículos en la prensa barcelonesa, y pronto se convirtió en una de las periodistas más reconocidas de la Segunda República. Escribía sobre lo que pocos querían ver: la miseria, el trabajo, las desigualdades, la vida de las mujeres sin voz. Su pluma era directa, combativa y comprometida.

Coherente con sus ideas, fundó un club de mujeres trabajadoras para promover la alfabetización femenina y denunció, tanto en sus textos como en su vida, la exclusión de las mujeres del deporte. Su rebeldía no era una pose: era una forma de estar en el mundo.

La primera directiva del Barça

Antes de pisar los despachos del FC Barcelona, Ana María Martínez Sagi ya había hecho historia en las pistas. Era una atleta brillante, campeona de España y plusmarquista nacional en lanzamiento de jabalina, una disciplina que dominaba con la misma fuerza con la que defendía sus ideas. Practicaba también tenis, esquí y natación, convencida de que el deporte era mucho más que una afición: era una forma de emancipación femenina.

Para Sagi, el ejercicio no debía convertir a la mujer en una copia del hombre, sino ofrecerle la posibilidad de fortalecer cuerpo y espíritu en igualdad de condiciones. Su visión resultaba tan moderna que en 1934, el presidente del Barça, Josep Suñol, un dirigente progresista y republicano, vio en ella el reflejo de una nueva sociedad. La invitó a formar parte de la junta directiva del club, un hecho sin precedentes en el fútbol europeo.

Su llegada al Camp Nou, entonces símbolo del dinamismo catalán y del ideal republicano, fue un terremoto. Ninguna mujer había ocupado un puesto similar. Desde su nuevo cargo, Sagi impulsó la creación de una sección femenina de deporte, con la intención de abrir las puertas del club a las mujeres, no solo como espectadoras, sino como protagonistas.

El proyecto no prosperó. La falta de apoyo interno y los prejuicios de la época la llevaron a dimitir un año después, pero su gesto quedó grabado en la historia. Desde aquel breve paso por el Barça, Ana María demostró que el deporte podía ser también un territorio de igualdad, y que la revolución no siempre se juega en el campo, sino a veces en la mesa donde se toman las decisiones.

La huella invisible de una pionera

El papel de Sagi en el FC Barcelona fue mucho más que un cargo en una junta directiva. En una época en la que las mujeres ni siquiera podían votar en muchos países europeos, ella se sentó a la mesa donde se tomaban las decisiones de un club que era símbolo de identidad y poder. Su presencia era, en sí misma, un desafío a las normas del tiempo.

Sagi no buscaba protagonismo, sino equidad. Soñaba con un Barça que reflejara la diversidad y el talento femenino, un club en el que las mujeres pudieran tener voz, competir y decidir. En cada reunión, en cada propuesta, dejaba claro que el deporte debía ser una herramienta de justicia social, no un espacio reservado a una élite masculina.

Su visión conectaba con el espíritu progresista de aquel Barça de los años treinta, marcado por el liderazgo de Josep Suñol, un presidente republicano que veía en el club algo más que fútbol: una causa colectiva. Ambos compartían una misma fe en el poder transformador del deporte y la cultura.

Pero ese impulso quedó truncado por la Guerra Civil. Con el asesinato de Suñol en 1936 y el colapso del sueño republicano, el proyecto de Martínez Sagi se desvaneció. Aquel Barça moderno y comprometido quedó sepultado por los años oscuros, y con él se apagó la voz de una mujer que había llegado demasiado pronto para su tiempo.

Exilio, poesía y soledad

La derrota republicana obligó a Ana María a dejar atrás su país, su carrera y parte de su identidad. El exilio la llevó primero a Francia, donde comenzó una nueva vida marcada por la supervivencia y el silencio. En plena ocupación nazi, se unió a la Resistencia, arriesgando su vida mientras trabajaba de lo que podía: pintora de calles, jardinera, profesora. Su espíritu combativo no conocía fronteras.

Con el tiempo cruzó el Atlántico rumbo a Estados Unidos, donde encontró refugio en la Universidad de Illinois, impartiendo clases de francés y español durante más de veinte años. Allí, lejos de su tierra, cultivó otra de sus pasiones: la escritura. Sus poemarios, cargados de amor, nostalgia y pérdida, reflejan la voz de una mujer que se mantuvo fiel a sí misma incluso en la distancia.

Cuando regresó a España en 1977, tras la muerte de Franco, el país que encontró era muy distinto al que había dejado. El bullicio de la nueva democracia contrastaba con su deseo de silencio. Eligió retirarse a Moià, un pequeño pueblo del interior de Cataluña, donde vivió casi oculta, rodeada de libros y recuerdos. Allí, en la quietud de su vejez, aguardó el final de una vida que fue tan intensa como injustamente olvidada.

El rescate desde el silencio

Durante mucho tiempo, el nombre de Ana María Martínez Sagi se perdió entre las sombras de la historia. Su vida —tan llena de valentía, talento y contradicciones— quedó relegada al silencio, como si el país no estuviera preparado para recordarla. Pasaron décadas hasta que alguien volvió a pronunciar su nombre con la admiración que merecía.

Ese alguien fue el escritor Juan Manuel de Prada, quien en el año 2000 publicó Las esquinas del aire: en busca de Ana María Martínez Sagi, una obra que rescató su biografía y la devolvió al lugar que le correspondía. De Prada no solo recuperó a la primera mujer directiva del FC Barcelona, sino también a la poeta, la atleta y la feminista que había desafiado su tiempo.

Desde entonces, Sagi ha sido reconocida como una figura clave del feminismo y del deporte femenino en España, una pionera cuya historia inspira tanto como emociona. En 2021, el Ayuntamiento de Barcelona rindió homenaje a su memoria bautizando con su nombre el Polideportivo Municipal “La Sagi”, en el barrio de Sants-Badal, a escasos metros del Camp Nou.

Aquel gesto simbólico cerraba el círculo de una vida extraordinaria: la de una mujer que, casi un siglo antes, había tenido la audacia de sentarse en la junta del Barça para demostrar que el futuro también podía tener nombre de mujer.

Un legado que aún late

El legado de Ana María Martínez Sagi trasciende los límites del deporte. No solo fue la primera mujer en ocupar un cargo directivo en el FC Barcelona; fue también quien cambió la manera de entender el papel de la mujer en el deporte y en la sociedad. Su nombre resume los valores que el club dice representar hoy: igualdad, valentía y compromiso social.

Su paso por la junta fue breve, pero su huella perdura. Aquel gesto —sentarse en una mesa de decisiones cuando las mujeres apenas podían alzar la voz. Se convirtió en un símbolo de resistencia y libertad.

Sagi fue muchas cosas a la vez: atleta, poeta, periodista, feminista, profesora y soñadora. Pero, por encima de todo, fue una mujer que se negó a aceptar los límites que su tiempo le imponía. En los años treinta, cuando los estadios eran territorio exclusivo de los hombres, ella se atrevió a cruzar la puerta del poder y a reclamar un lugar que aún hoy sigue costando conquistar.

Su historia, rescatada del silencio, sigue inspirando a quienes creen que el deporte no es solo una competición, sino también una forma de justicia, identidad y libertad. Ana María Martínez Sagi abrió el camino. Y un siglo después, su eco sigue sonando en el Camp Nou.