Se rumoreaba desde hacía meses, pero ya se ha hecho oficial. La estadounidense Electronic Arts, más conocida como EA, será comprada por un consorcio de inversores liderado por el fondo soberano de Arabia Saudí y el yerno de Donald Trump. Pondrán 55.000 millones de dólares para hacerse con una de las compañías de videojuegos más grandes del mundo: para este año fiscal la firma espera facturar 7.600 millones de dólares. De este modo, la empresa saldrá de la bolsa y los accionistas recibirán en efectivo 210 dólares por acción, una prima del 25% sobre su último valor cotizado.
EA es conocida por sus grandes franquicias de videojuegos, como EA FC (el simulador de fútbol por antonomasia), Los Sims, juegos de rol como Mass Effect o Dragon Age, y por tener la licencia de Star Wars. Pero también se había abierto un hueco como una de las compañías que más interés despertaba en jugadoras de todo el mundo por la diversidad de sus títulos. Ahora el mundo del gaming pivota entre dos grandes preocupaciones: cómo la entrada de los saudíes afectará a los puestos de trabajo de EA, en un sector que ha protagonizado incesantes sangrías en los últimos años, y cómo afectará al enfoque creativo de sus títulos.

Compra apalancada de récord
La operación supondrá varios hitos. Es una de las mayores jamás vistas en la historia de la industria tecnológica estadounidense. Hace tan solo dos años se completó -tras la aprobación de los reguladores de medio mundo- la compra de Activision-Blizzard por parte de Microsoft. Entonces el desembolso fue de 68.700 millones de dólares. Pero además, Electronic Arts, que pasará a estar controlada por los inversores liderados por el fondo saudí, protagonizará una compra apalancada de récord.
El fondo soberano de Arabia Saudí, PIF, lidera la operación junto a Silver Lake Management y a Affinity Partners, un fondo creado por Jared Kushner, el marido de Ivanka Trump y a la postre yerno del presidente de EEUU. Parte de la operación se financia con deuda que pone JPMorgan, el mayor banco estadounidense: 20.000 millones de dólares, de los que 18.000 millones se financiarán al cierre de la operación. Según Bloomberg, esta deuda tendrá una calificación crediticia de ‘B’, lo que implica que la ‘nueva’ EA tendrá que hacer frente a un préstamo de alto riesgo con elevados intereses.
Este tipo de compras apalancadas, en las que los activos de las empresas compradas funcionan como aval, dejaron de ser habituales tras la crisis de 2008. Hasta ahora el récord en compras apalancadas lo ostentaba una empresa eléctrica de EEUU, TXU, que fue adquirida por KKR y por Texas Pacific Group por 32.000 millones en 2007.
Potencia ‘gamer’

La asociación entre el fondo saudí y el yerno de Donald Trump no es extraña. En el primer mandato del presidente de EEUU Kushner fue uno de los principales asesores del Despacho Oval, con énfasis en las relaciones económicas con Oriente Medio. Al término del mandato, en 2021, Kushner fundó Affinity Partners y el fondo soberano saudí impulsó su proyecto con 2.000 millones de dólares. Es la primera vez, eso sí, que Kushner participa en una operación de semejante calado: comprar una de las principales empresas de videojuegos del mundo de la mano de sus socios saudíes. ¿Cuáles son sus intereses?
Buena parte del valor de EA se debe a sus franquicias deportivas. EA FC, el título de fútbol más jugado del mundo, es una gallina de los huevos de oro. Uno de sus modos de juego permite a los jugadores coleccionar y comprar cromos de futbolistas para armar sus propios equipos. La compra de esos cromos tiene un componente de azar (como quien compra sobres de cromos en el kiosko) y es un lucrativo negocio: en 2024, EA facturó 4.365 millones en ventas de ‘contenido extra’ (el segmento en el que se enmarcan estos cromos).

Pero además de lo material, a los saudíes y a Kushner les interesa EA porque el entretenimiento es el nuevo petróleo y no solo es dinero: también es cultura. Arabia Saudí lleva desde hace años pujando por convertirse en una potencia de la industria del videojuego y la compra de EA es el culmen. Ya en los últimos años su fondo soberano ha aflorado en las participaciones de otras empresas del sector, como Nintendo, la propia Activision-Blizzard o Take-Two, responsable de uno de los juegos más esperados de la historia y que saldrá al mercado el año que viene: Grand Theft Auto VI.
La diversidad, en jaque
Sin embargo, más allá del cambio de propiedad, los foros de aficionados a las franquicias de Electronic Arts ya están debatiendo qué implicaría esta operación para los títulos. Por lo pronto parece evidente que a corto plazo no habrá cambios significativos en lo que a autonomía creativa respecta. El CEO de la firma, Andrew Wilson, continuará al frente de la compañía y ha asegurado que no impactará a corto plazo a la plantilla, aunque ya todo el mundo da por hecho que a medio plazo se adelgacen estructuras y equipos: hay una deuda que pagar.

De hecho, algunos especialistas del sector, como el escritor Jason Schreier, han aventurado que lo que se podrá ver a medio plazo serán técnicas de monetización de muchos títulos todavía más agresivas. Pero el de la diversidad es un elefante en la habitación que cada vez más gente comenta, a pesar de que la operación corporativa no se completará hasta 2027.
Títulos como el propio EA FC han sido determinantes para explicar el aumento de la popularidad del fútbol femenino, después de que hace varias ediciones se incluyeran ya competiciones y ligas de jugadoras. En el caso de títulos como Los Sims, un juego que basa su jugabilidad en diseñar viviendas y familias, la diversidad es crucial para quienes consumen habitualmente la franquicia: hay un alto grado de representatividad en la saga. E incluso en juegos de rol fantástico más arquetípicos, como Mass Effect, existían subtramas que, en función de la elección de los jugadores, podían imbricar un componente LGTBI.
Miele y los trabajadores
El nuevo escenario pone muchas miradas sobre Laura Miele, la presidenta de EA Entertainment, la división de la multinacional tecnológica que opera a los distintos estudios de desarrollo que trabajan bajo su paraguas. Miele, que antes de ostentar este cargo fue la jefa de Operaciones de la multinacional, todavía no se ha pronunciado sobre el acuerdo. Responsabilidad suya será garantizar el control creativo de los estudios una vez la operación sea aprobada por los distintos reguladores.
El CEO de la compañía, Andrew Wilson, permanecerá en su puesto. Todo apunta a que con él, el resto del comité ejecutivo mantendrá sus labores. Sin embargo, la industria de los videojuegos global sigue sumida en un escenario de desconcierto, después de que reventara la burbuja de la pandemia. Sin ir más lejos, Microsoft, que protagonizó la compra de Activision por 69.000 millones hace dos años, ya ha realizado varias oleadas de despidos. La última, este verano, afectando a 9.000 personas en su división de videojuegos. Entre ellos, 200 desarrolladores en España del estudio Kings, responsable del popular juego para móviles Candy Crush.
Es pronto, aunque tanto los trabajadores como la comunidad de jugadores ya está preocupada por lo que representa la entrada en la propiedad de EA del yerno de Trump y de los saudíes de PIF, fondo soberano que también posee la teleco Stc y, a través de ella, el 10% de Telefónica. Miele será la que tendrá que calmar las aguas con palabras y con hechos. Entre tanto, la presidenta de EA Entertainment seguramente haya tenido otros pensamientos estos días. Por ejemplo, el dinero que ha dejado de ganar con la operación. A principios de año, vendió 365.000 dólares en acciones de EA a un precio de 147 dólares, muy lejos de los 210 dólares que ofrecen ahora los nuevos inversores.