Cecilia Orona ha tenido dos vidas. Una en Uruguay y una segunda en España, y en las dos ha trabajado en la construcción. Llegó a Cuenca con 45 años y más tarde a Valencia con la convicción de que podría dedicarse al ladrillo. Pero no ha sido un camino sencillo, apenas hay mujeres en el sector y ha tenido que trabajar duro para que la tuvieran en cuenta. Antes de cruzar el Atlántico, ya había ejercido dentro del sector. “En Uruguay hacía subterráneos de fibra óptica, un trabajo duro haciendo zanjas en la calle y después pasé a las casas prefabricadas con un arquitecto de Canadá, levantábamos las estructuras con pladur y le poníamos luz, suelo, fontanería… lo último que hice fue en Punta del Este, un edificio de 28 pisos. Pero decidí venirme, ya no tenía que cuidar a mis hijos que son mayores y siendo madre soltera, me decidí.”
Aterrizar en una obra española le enseñó rápido las diferencias entre ambos países. “Al llegar me di cuenta que en España iba a ser más difícil, me decían que aquí las chicas no trabajan en obra. Fue un proceso largo, primero me puse en contacto a través de internet con los sindicatos y de allí a la Fundación Laboral de la Construcción. Ellos me recomendaron hacer cursos de prevención de riesgos laborales y después empecé a trabajar.” Esa mezcla de formación y persistencia la llevó a su primer contrato. “Estuve en una empresa de peón y ahora estoy haciendo alicatados como auxiliar de albañil, revestimientos con baldosas en un instituto”, detalla.
Su día a día transcurre entre cortes de pieza, mortero y juntas, en un equipo donde todos son hombres, menos ella. “En esta obra somos 80 profesionales y soy la única mujer. En otras no he visto a ninguna, los compañeros el primer día estaban asombrados, se acercaban para ver cómo hacía el trabajo y ahora ya se han acostumbrado a mí.” La comparación con su país de origen es reveladora: “En Uruguay éramos 400 empleados y 15 chicas, allí es más común ver a la mujer en la construcción, y aportamos mucho porque somos más perfeccionistas, más finas, y trabajamos más al detalle.” Cecilia atribuye la mayor presencia femenina en su país al empuje que ejercieron durante años los sindicatos. “Uruguay es un país muy sindicalista y es una realidad social con muchas mujeres que somos madres solteras. Por el año 2009 hubo fuertes movilizaciones para incorporar a la mujer al sector y con los años se ha ido asentando”:
En España, en cambio, la obra está muy masculinizada pero su experiencia en general es muy positiva. “Cuando llegué al trabajo en España, me dijeron que me iban a dar una oportunidad porque nunca habían visto a mujeres en la obra. Y el encargado estaba asombrado de ver a una chica. Desde el primer día siempre ha habido respeto. Aquí no hay malos comentarios, son muy respetuosos”.
El escepticismo lo encontró, paradójicamente, más cerca, en casa. “Hace tres años estaba con mi pareja, que es español, y me dijo que no encontraría trabajo en la obra. Ahora ese comentario se lo está comiendo con patatas”, dice riendo desde el otro lado del teléfono.
A ella le gusta su trabajo y “se gana más que limpiando. Yo siempre dije: voy a intentarlo, voy hacer cursos, buscar información, moverme con gente que me pueda apoyar”. Y funcionó. Ahora está haciendo un nuevo curso de electricista para actualizarse. En casa, a miles de kilómetros, la esperan sus hijos y un nieto. “Tengo hijos de 30, 26 y 22 años y un nieto de 2 años que voy a conocer en diciembre. Ellos están orgullosos de la madre que tienen y mi hijo mayor se dedica además también a la construcción.” Ella misma está contenta con todo lo que ha conseguido en tan poco tiempo. “Mi balance después de estos años en España es positivo, ha sido un logro y en este trabajo me siento que puedo aprender más cosas e ir formándome. Estoy satisfecha con lo que he logrado. Yo trabajo en obra y lo digo muy orgullosa.”
Su historia es la de una profesional que encontró en la construcción un espacio de estabilidad económica y autoestima, y que reclama mejoras sencillas para que otras entren sin trabas: vestuarios adecuados, más cursos accesibles y visibilizar que la obra, en 2025, ya no depende de la fuerza bruta, sino que es cuestión de profesionalidad.