CATALUÑA

El pastel de la Diada: sabor a senyera, piñones y tradición catalana

Cada 11 de septiembre Cataluña celebra su gran día, la Diada, y para celebrarlo, entre muchas cosas, se come un dulce muy especial, el pastís de la Diada

El pastís de la Diada, postre que se come en Cataluña el 11 de septiembre

El 11 de septiembre, día de la Diada Nacional de Cataluña, es una fecha cargada de simbolismo, historia y reivindicación. Cada año, miles de personas participan en actos políticos, culturales y sociales para conmemorar la caída de Barcelona en 1714 durante la Guerra de Sucesión. Sin embargo, más allá de las manifestaciones y las ofrendas florales, esta jornada también tiene su lado festivo y gastronómico. Uno de los protagonistas indiscutibles en las mesas catalanas es el pastís de la Diada, un postre que desde hace décadas acompaña a la celebración y que ha logrado consolidarse como una de las tradiciones dulces más reconocidas de la comunidad.

El pastís de la Diada, postre que se come en Cataluña el 11 de septiembre

Un pastel con los colores de la senyera

El pastel de la Diada no es un dulce cualquiera: su decoración rinde homenaje a la senyera catalana, con franjas rojas que destacan sobre un fondo amarillo. Muchas veces se presenta en forma de escudo, reforzando su carácter simbólico. La receta oficial fue reconocida por el Gremio de Pastelería de Barcelona, que suele asociar elaboraciones concretas a las principales festividades del calendario.

La combinación clásica incluye una base de bizcocho ligero, bañado en almíbar, recubierto con una generosa capa de yema pastelera y coronado con tiras rojas elaboradas con gelatina o mermelada. Para rematar, se suele añadir un borde crujiente de almendra crocante o piñones tostados, que aportan textura y sabor. Esta mezcla de sencillez y vistosidad convierte al pastel en una auténtica seña de identidad culinaria.

En la actualidad, es fácil encontrar este postre en la mayoría de pastelerías de Cataluña durante los días previos y posteriores al 11 de septiembre. Locales de referencia como Carrió en el barrio de Gràcia de Barcelona, La Palma en el Clot, Cal Ferran en Esparreguera o Arga en Terrassa son algunos de los obradores que cada año elaboran este dulce patrio para sus clientes.

Aunque las versiones clásicas suelen ser las más demandadas, algunos pasteleros se han animado a experimentar con rellenos de trufa, nata, crema catalana o incluso toques modernos como mousse de chocolate blanco o frutas. Pese a estas variaciones, el respeto a los colores de la senyera es innegociable: cuatro franjas rojas bien marcadas sobre fondo amarillo.

El reto de hacerlo en casa

Para quienes disfrutan de la repostería, preparar un pastel de la Diada en casa puede convertirse en todo un reto culinario. La receta requiere paciencia y organización, ya que implica elaborar varios componentes por separado: el almíbar para empapar el bizcocho, la yema pastelera que recubre toda la superficie, el bizcocho esponjoso que sirve de base y la gelatina teñida de rojo que se convierte en las barras de la bandera. El montaje final también tiene su encanto: se corta el bizcocho con forma de escudo, se rellena con mermelada o crema al gusto, se cubre con la yema pastelera y se decora con almendras y las emblemáticas franjas rojas. El resultado es un postre visualmente impactante, cargado de simbolismo y con un sabor inconfundible.

Mucho más que un postre

El pastel de la Diada no es solo una receta: representa la unión entre gastronomía e identidad cultural. Igual que las flores depositadas ante el monumento de Rafael Casanova o las manifestaciones que recorren las calles, este dulce es parte del ritual con el que los catalanes recuerdan su historia y celebran su día nacional. Además, como ocurre con otros postres ligados a festividades —el roscón de Reyes, la mona de Pascua o la coca de Sant Joan—, el pastís de la Diada simboliza la importancia de compartir momentos en familia o entre amigos alrededor de una mesa.

La popularidad de este pastel ha crecido tanto que ya no se limita únicamente a Cataluña. Muchos catalanes residentes en otras comunidades o en el extranjero lo reproducen en sus casas como forma de mantener viva la tradición. Su estética llamativa y su sabor equilibrado lo han convertido en un icono gastronómico que trasciende lo meramente culinario para convertirse en un símbolo cultural.