Hay vida más allá de la vida urbana, con sus luces de neón, rascacielos y ritmos frenéticos. Hablamos de un grupo de familias que ha decidido dar un paso atrás y recuperar una vida que consideran más auténtica. Se hacen llamar trad family -abreviatura de traditional family– y su estilo de vida es tan estético como ideológico: mudanza al campo, educación en casa, comunidades cerradas y un regreso consciente a los roles de género tradicionales. Sí, has leído bien.
El movimiento se alimenta de varias corrientes paralelas. Por un lado, del desencanto con las grandes ciudades: precios de vivienda inalcanzables, falta de comunidad, sensación de inseguridad y una vida cada vez más mediada por pantallas. Por otro, de una reacción contra los cambios sociales de las últimas décadas: mayor igualdad de género, diversidad familiar, inclusión de nuevas narrativas en los planes educativos. Frente a los nuevos tiempos, los trad family proponen un regreso a lo “seguro”, a lo que ellos llaman al hogar rural, la religión como centro y la familia nuclear como bastión.
Las imágenes que comparten en redes sociales son cuidadosamente elaboradas. En TikTok o Instagram abundan vídeos de mesas de desayuno con pan casero, niños vestidos con ropa vintage, campos de trigo bañados por el sol y madres sonrientes que amasan mientras los padres trabajan en el huerto o en oficios artesanales. Es una estética que recuerda al cottagecore o al slow living, pero con un componente moral mucho más marcado.
Aquí el homeschooling se convierte en uno de los pilares del movimiento. Muchas familias educan a sus hijos en casa no solo por comodidad, sino porque quieren tener control absoluto sobre lo que aprenden. En estas rutinas educativas se prioriza la religión, la historia nacional desde una perspectiva tradicionalista y valores de obediencia y disciplina. El contacto con el mundo exterior se reduce, y las actividades sociales se concentran en comunidades afines, donde se comparten celebraciones religiosas, prácticas agrícolas y redes de apoyo mutuo.

La dimensión estética e ideológica se entrelazan de manera evidente. En un mundo globalizado y diverso, el trad family busca refugio en símbolos de pertenencia. Las mujeres, muchas veces, son presentadas como guardianas del hogar, responsables de la crianza, la cocina y la vida espiritual de los hijos, mientras que los hombres aparecen como proveedores y protectores. Este modelo, defendido como “natural” dentro del movimiento, genera críticas desde el feminismo y desde quienes ven en él un retroceso en los avances sociales conseguidos en el último siglo.
El fenómeno Trad Wife y sus críticas desde el feminismo
El término Trad Wife (“esposa tradicional”) hace referencia a mujeres que reivindican un estilo de vida centrado en el hogar, inspirado en los roles de género tradicionales: ser amas de casa, encargarse de la crianza de los hijos y apoyar al marido como principal proveedor económico.
Desde el movimiento feminista, sin embargo, se han alzado numerosas críticas. Se señala que esta representación idealizada de la domesticidad no es inocua, ya que refuerza estereotipos de género que históricamente limitaron la autonomía y la participación de las mujeres en la vida pública y profesional. También se subraya que muchas de estas creadoras viven de la monetización digital, lo que contradice la supuesta dependencia económica del modelo que promueven.
Un pulso cultural entre tradición y progreso
El fenómeno también refleja un pulso cultural entre tradición y progreso. Mientras unos lo ven como un refugio frente al caos, otros lo consideran un riesgo para la diversidad y la apertura social. En Estados Unidos, algunas comunidades trad family se vinculan con movimientos políticos conservadores y religiosos que buscan influir en las políticas educativas y familiares. En Europa, especialmente en países como Polonia o Hungría, la retórica gubernamental a favor de la “familia tradicional” ha coincidido con la expansión de este estilo de vida en redes.
Resulta inevitable preguntarse hasta qué punto el trad family es una elección libre o una forma de aislamiento. Quienes lo critican advierten de que al retirar a los hijos de las escuelas y limitar su contacto con realidades diversas, se refuerzan visiones rígidas que pueden dificultar la convivencia futura en sociedades abiertas. Al mismo tiempo, señalan que la imagen idílica compartida en redes no siempre corresponde a la realidad cotidiana, mucho más exigente y, en ocasiones, marcada por tensiones internas.
En última instancia, el movimiento plantea una pregunta que trasciende la política o el estilo de vida: ¿qué significa realmente vivir bien en el siglo XXI? Para los trad family, la respuesta pasa por volver al campo, rescatar la familia nuclear y confiar en que las tradiciones de siempre aún tienen respuestas para los desafíos de hoy. Para el resto de la sociedad, su irrupción es un espejo que refleja nuestras propias dudas sobre el rumbo que llevamos.