Esta semana los talibanes han desconectado a los afganos del mundo. Durante 48 horas, los fundamentalistas interrumpieron internet así como la línea telefónica, aislando al país asiático (más aún) y generando un enorme terror entre la población y sus seres queridos en el exilio. Para la jueza afgana Fariba Quraishi, hoy refugiada en España, la medida no solo buscaba controlar el flujo de información, sino también silenciar las fracturas internas del propio régimen.
Según su análisis, el apagón tuvo tres objetivos principales: ocultar la entrega de la base de Bagram a Estados Unidos; impedir que trascendieran las tensiones entre las dos principales facciones talibanas -los Haqqani y el grupo de Mullah Baradar-, cuya rivalidad amenaza con desatar un golpe interno; y tapar los cambios en el liderazgo de las instituciones de seguridad, en particular la sustitución del ministro del Interior.

“En lugar de noticias confiables, lo único que quedaba era la incertidumbre”, resume la afgana, una de las 270 juezas de Afganistán antes de la llegada de los talibán. Ella comenzó en el juzgado de familia para después dedicarse a dictar sentencias por terrorismo, precisamente contra los que hoy gobiernan el país con puño de hierro. En sus últimos años de carrera se dedicó a la violencia contra las mujeres. Hoy no solo ya no quedan juezas, tampoco se condena a los maltratadores.
Mujeres en la oscuridad
El impacto del apagón ha sido devastador para la población, pero especialmente para las mujeres. La jueza describe la interrupción como un salto “hacia la oscuridad y las tinieblas” en pleno siglo XXI. Durante dos días, ni siquiera las familias podían comunicarse entre sí: negocios paralizados, vuelos cancelados, bancos cerrados y una sensación generalizada de pánico en las calles. “Las familias en Afganistán describieron la situación como de confusión y desamparo. Las ciudades estaban llenas de pánico y ansiedad y la gente vivía en miedo y terror”, apunta la magistrada.

Para las jóvenes, a las que los talibanes ya han privado de educación presencial, el golpe fue demoledor. Su única esperanza era la enseñanza en línea, y el apagón “fue como enterrarlas vivas“, recalca Quraishi. “Su esperanza se había desvanecido y su futuro se hundía en la oscuridad absoluta”.
La espera angustiosa en el exilio
Quraishi, que vive en España desde que huyó tras la caída de Kabul en manos de los talibán en agosto de 2021, narra con crudeza la angustia personal de estos últimos días, incapaz de contactar con su hermana que aún permanece en Afganistán. “El teléfono siempre estaba en mi mano -admite-, esperando un mensaje, una llamada, algo que me dijera que estaba bien. Cada hora parecía eterna. Revisaba una y otra vez las redes sociales, buscando la noticia de que el internet volvía“.

En medio de la espera, su mente oscilaba entre la esperanza y la desesperación: “Me decía: ‘Fariba, ¿qué harías si algo le pasara a tu hermana?’. Y luego trataba de consolarme a mí misma: ‘¡Fariba, no estás sola!’”. Con todo, la magistrada se preguntaba: “¿Cuánto dolor debemos soportar?”
Finalmente, cuando la red se restableció, lo primero que hizo fue abrir WhatsApp y llamar a su hermana. “Solo pude llorar -relata-, llorar para soltar el nudo de tres días de silencio. Era un llanto que llevaba años acumulado”, reconoce, acompañando un pantallazo de su emotiva primera conversación con su hermana.

“Los migrantes que estamos en el exilio derramamos lágrimas bajo la presión y las dificultades, y soportamos la soledad. Pero al mismo tiempo, dentro de Afganistán, tal vez una madre o un padre estaba dando sus últimos suspiros, con la esperanza de ver a sus hijos que estaban en la migración. Un encuentro que tal vez nunca se realizó y que se convirtió en una despedida eterna…”, describe la jueza.

Una herida que no cierra
“Miles de migrantes como yo y sus familias que permanecen en esa tierra, compartimos un sentimiento común: una carga pesada sobre nuestros hombros, un juego cruel e interminable“. Para la jueza, lo ocurrido simboliza el dolor cotidiano de miles de afganos: la separación, la espera y la incertidumbre. “Este es nuestro dolor; la separación, la espera y una lágrima que nunca terminará…”, concluye.