En pleno desierto de Nuevo México y bajo un sol abrasador, la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, apareció con brocha en mano para anunciar una de las ideas más curiosas —y polémicas— de la Administración Trump en su segundo mandato: pintar de negro el muro fronterizo con México. Según explicó Noem, la iniciativa busca aprovechar el calor extremo del desierto para dificultar que los migrantes intenten escalar la estructura metálica.
“Cuando algo está pintado de negro se calienta aún más, y eso lo hará más difícil de escalar”, declaró Noem ante las cámaras, mientras se arremangaba para dar simbólicamente las primeras pasadas de pintura. “Queremos que quienes deseen venir a Estados Unidos lo hagan de manera legal, y que tengan la oportunidad de cumplir el sueño americano sin violar nuestras leyes”.
El gesto, acompañado de la presencia de agentes de la Patrulla Fronteriza y de un despliegue mediático calculado, se convirtió en una de las imágenes más comentadas del día en Estados Unidos. No por la innovación técnica —pues el muro ya se había pintado de negro en 2019, con resultados fallidos—, sino porque coloca a Kristi Noem en el centro de un debate que combina seguridad, política y género.

Una mujer en un espacio dominado por hombres
Noem no es una figura nueva en la política estadounidense. Gobernadora de Dakota del Sur entre 2019 y 2025, saltó a la escena nacional como una de las aliadas más leales de Donald Trump. Su ascenso a la secretaría de Seguridad Nacional marcó un hito, ya que pocas mujeres han ocupado cargos de tanto peso en el área de defensa y control fronterizo, tradicionalmente dominada por voces masculinas.
Su presencia en la frontera respondía a un anuncio administrativo, pero también, como todo lo que hace Noem, a una puesta en escena cuidadosamente diseñada. En un país donde las mujeres todavía luchan por alcanzar posiciones de liderazgo en temas considerados “duros” —seguridad, defensa, migración—, ver a Noem tomando un rodillo de pintura y proclamando que “una nación sin fronteras no es nación” envía un mensaje político con múltiples capas.

Por un lado, Noem encarna la imagen de una mujer fuerte, disciplinada y alineada con la retórica de seguridad que Trump ha convertido en bandera. Por otro, abre la puerta a un debate sobre el papel de las mujeres en políticas que suelen tener consecuencias directas en otras mujeres: migrantes, madres y niñas que atraviesan la frontera en busca de protección o de un futuro más seguro. El muro negro que Noem promueve simboliza, para estas mujeres, un obstáculo adicional en un camino ya plagado de riesgos. Mientras que en el discurso oficial se habla de “proteger el sueño americano”, para ellas la frontera pintada no representa seguridad, sino rechazo. Aquí es donde surge la contradicción, ya que Noem es una mujer en el poder defendiendo una política que impacta de manera desproporcionada en otras mujeres.
El simbolismo del color negro
Más allá de la efectividad técnica —que ya fue cuestionada en el pasado cuando la pintura negra se desprendió tras pocos meses bajo el sol del desierto—, el color elegido por Trump y defendido por Noem no es neutro. El negro, en la narrativa política, puede interpretarse como intransigencia. Al “ennegrecer” el muro, la Administración busca transmitir la idea de fortaleza impenetrable, casi de frontera blindada.
Pero, como en toda política pública, el simbolismo importa tanto como la logística. Parte de los 46 mil millones de dólares aprobados por el Congreso en la llamada ‘Big, Beautiful Bill’ se invierten en un proyecto que ya fracasó en el pasado.
El muro pintado de negro probablemente no detendrá la migración. Tal como ocurrió en 2019, la pintura se desgastará, el metal se oxidará y las personas seguirán intentando cruzar porque detrás de cada intento hay historias de supervivencia y esperanza.