Cuando el 9 de septiembre pasado Israel bombardeó una reunión del liderazgo de Hamás en Doha, una operación concebida para sellar la idea de que la guerra terminaría con una “victoria total”, se desmoronó la estrategia de Benjamin Netanyahu. El ataque, según diversas fuentes ordenado por el propio primer ministro, confirmó que las dos metas de la guerra en Gaza eran contradictorias: destruir al grupo islamista y traer de vuelta a los rehenes israelíes.
Las treguas previas, en noviembre de 2023 y a comienzos de 2025, demostraron que solo a través de acuerdos podían rescatarse los cautivos, mientras el uso exclusivo de la fuerza multiplicaba la tragedia en vidas palestinas. Se estima que más de 67.000 gazatíes han muerto en la ofensiva israelí tras el atentado de Hamás del 7 de octubre de 2023, en que 1.200 israelíes murieron y otros 251 fueron secuestrados.
La polémica “victoria total”
La mayoría de la traumatizada sociedad israelí asumió que la prolongación del conflicto no traería a los rehenes a casa, y que la “victoria total” que prometía Netanyahu difícilmente iba a llegar. Según encuestas recientes, una mayoría prefería aceptar un alto el fuego si eso significaba traer a los cautivos de vuelta. No obstante, “Bibi” optó por postergar la guerra más larga de la historia del estado judío, por su interés de preservar el poder y evitar así rendir cuentas por el fallo del 7 de octubre.

El bombardeo en Doha no logró eliminar al liderazgo de Hamás, pero sí incrementó la presión internacional contra Israel. La comunidad internacional elevó el tono de sus críticas al estado judío, y en las calles de Occidente creció la furia antiisraelí. Donald Trump, que esperaba capitalizar una imagen de triunfo con la firma de una tregua definitiva, se distanció públicamente tras el ataque en Qatar, frustrado por la estrategia de Netanyahu. El intento de forzar un cierre “en términos victoriosos” se transformó en una derrota diplomática, con repercusiones inmediatas para el gobierno israelí.
Un punto de inflexión para Netanyahu
La tregua mediada por Washington, Egipto, Catar y Arabia Saudí, que prevé la liberación parcial de rehenes, el ingreso de ayuda humanitaria y una retirada gradual de tropas israelíes, ha supuesto un punto de inflexión. Netanyahu, obligado a maniobrar entre sus socios ultraderechistas —que consideran la tregua una rendición— y una ciudadanía cansada del conflicto, intenta presentarla como un logro estratégico. Pero el desgaste político es evidente, incluso dentro de su bloque, donde voces influyentes cuestionan su liderazgo.

El horizonte electoral de 2026 se acerca, y muchos analistas pronostican unos comicios anticipados si la coalición se fractura. Netanyahu busca consolidar una narrativa que lo mantenga como figura indispensable, alegando que la tregua es solo “la primera fase” de una nueva estrategia regional para normalizar relaciones con más países árabes y musulmanes, con Arabia Saudí a la cabeza. Sin embargo, sus causas judiciales por corrupción, aplazadas mientras mantiene el poder, amenazan con volver al primer plano si pierde apoyos en el Parlamento.
El coste de la guerra
El coste político y reputacional de la guerra ha sido enorme. Israel enfrenta una erosión de imagen sin precedentes, incluso entre sus aliados tradicionales. El reconocimiento progresivo del Estado palestino por varios países europeos y latinoamericanos ha intensificado el aislamiento diplomático. Dentro del país, la desconfianza hacia la clase política crece, y del del aparato de defensa surgen críticas por la falta de una estrategia de salida al conflicto.

En el plano militar, las pérdidas son abrumadoras. Más de mil soldados israelíes han muerto desde el 7 de octubre, y el desgaste logístico es profundo. Hamás, pese a los golpes sufridos, ha demostrado una capacidad de resistencia que contradice los pronósticos iniciales del gabinete israelí. La idea de que el grupo sería erradicado resultó ilusoria. Sobre el terreno, lo más probable es que mantenga cierta influencia, incluso tras una eventual retirada israelí, como lo hace Hizbulá en Líbano.
La reconstrucción de Gaza
La prolongación del conflicto sin un plan concreto para la posguerra amenaza con generar vacíos de poder que podrían ser ocupados por facciones más radicales. La reconstrucción de Gaza, devastada por los bombardeos, requerirá de miles de millones de dólares y de una coordinación internacional inédita. Mientras tanto, Netanyahu intenta transmitir a su electorado que Israel ha cumplido sus objetivos. No obstante, el plan de Trump prevé el despliegue de la Autoridad Nacional Palestina para el futuro gobierno de Gaza, algo a lo que “Bibi” se oponía férreamente.

No parece posible volver al discurso de la “victoria total”. Las alternativas que se abren para Netanyahu son limitadas: sostener la tregua con la esperanza de que Hamás se debilite con el tiempo, convocar elecciones anticipadas para intentar capitalizar el acuerdo, o resistir mientras su coalición se desintegra. Su supervivencia política dependerá de su capacidad para retener a sus socios de ultraderecha hasta los próximos comicios.
La gratitud no es a Netanyahu
En la plaza de los rehenes de Tel Aviv, donde las familias celebraron el retorno parcial de los cautivos, pocos piensan en Netanyahu. La gratitud se dirige a los mediadores internacionales, no al líder que durante dos años prometió una victoria imposible. El hombre que basó su carrera en controlar los tiempos y prolongar los conflictos, centrará su lucha en su supervivencia personal.