Lara Gutiérrez (15), Brenda del Castillo (20) y Morena Verri (20) desaparecieron el 19 de septiembre. La última imagen fue la que grabó una cámara de seguridad: las tres jóvenes subiendo a una camioneta blanca a las afueras de Buenos Aires. Cuatro días después, sus cuerpos aparecieron enterrados en el jardín de una vivienda.
El crimen ha conmocionado a Argentina. No sólo por la brutalidad del hallazgo, sino también por el escenario elegido. Los asesinos retransmitieron la tortura y el asesinato a través de un grupo privado de Instagram. Cuarenta y cinco personas siguieron en directo asesinato televisado y convertido en espectáculo.
La ejecución en la red
Las autoridades descartan cualquier motivación ajena al crimen organizado. “No fue un robo ni un crimen pasional”, aseguró esta semana Javier Alonso, ministro de Seguridad de la provincia. “Se trató de una ejecución planificada por una banda transnacional con un objetivo de disciplinamiento”.
Y así se confirma lo que los agentes temían. La retransmisión en Instagram no fue un añadido macabro: sino que desde el principio era el propósito central. Un grupo cerrado, controlado, donde cada gesto quedaba registrado como advertencia. La lógica fue la de la guerra psicológica.
Y mientras, las redes sociales se llenaban de mensajes que culpaban a las víctimas. “¿Iban a una fiesta sexual?”, “¿Dónde estaban sus madres?”, “Tres viudas negras”. Son algunas de las frases que muchos usuarios -en la mayoría de los casos bajo el anonimato- publicaron el mismo día que se conoció la noticia y que muestran cómo la violencia machista se amplifica en internet.
La violencia digital como extensión
“Las redes amplifican la violencia preexistente”, explica a Artículo14 Rosa Márquez, investigadora social y doctora en Estudios de Género. “También generan nuevas formas: sextorsión, acoso, difusión de imágenes sin consentimiento”.
El caso de Lara, Brenda y Morena ilustra esa intersección. Lo ocurrido en un espacio privado se trasladó al ámbito digital, convertido en contenido para un “grupo selecto”. Márquez advierte que la difusión de violencia “revictimiza”. “Lo que ocurre en privado se hace público, con pérdida de anonimato, exposición y juicios paralelos. Eso complica la recuperación de cualquier víctima”, añade la experta en conversación con este periódico.
Lo cierto es que la experta recuerda precedentes. “Con el caso de la Manada ocurrió algo parecido. Cuando se supo que los agresores habían grabado un vídeo, se convirtió en uno de los más buscados en internet. Fue una banalización de la violencia sexual”.

El impacto de los algoritmos
La violencia digital no se limita a los entornos cerrados. El algoritmo de las plataformas prioriza lo que genera atención. Y la atención, en muchos casos, se alimenta de insultos, de mensajes machistas o de la exposición de las víctimas. “Muchas mujeres están abandonando las redes sociales porque el nivel de amenazas se ha vuelto insostenible”, alerta Márquez. “Especialmente en X, donde el acoso se ha normalizado”, concreta.
El feminicidio de Argentina confirma esta deriva. Un crimen que, además de acabar con la vida de tres mujeres por el simple hecho de serlo, se pensó desde el principio con el único objetivo de ser visto. Un asesinato que encontró en una red social la herramienta perfecta para mostrar poder y sembrar miedo.
Una investigación internacional
La policía argentina ha sumado ya seis detenidos. Esta misma semana, se incorporaba a la lista el presunto autor intelectual, conocido como Pequeño J. Le han detenido en Lima, tras un operativo internacional que determina que era el quien coordinaba la banda.

El perfil del detenido refuerza la hipótesis de las autoridades: un acto de terrorismo machista organizado por una estructura narco con ramificaciones regionales.
“La violencia digital es una forma de violencia machista”
El caso ha abierto un debate sobre la responsabilidad de las plataformas tecnológicas y sobre cómo es posible que se retransmitan estos vídeos en directo sin que nadie consiga pararlo. “El código penal debería tipificar la violencia digital como una forma de violencia machista”, reclama Márquez. “Aunque ocurra en el espacio virtual, tiene consecuencias en la vida real. El anonimato no puede convertirse en impunidad para los agresores”.
Para la investigadora, la respuesta no puede centrarse sólo en las víctimas. “No se trata de enseñar a las mujeres a protegerse, sino de lanzar campañas dirigidas a los hombres. Hay que poner el foco en los agresores para prevenir estas conductas”, explica.
Organizaciones feministas y de derechos humanos han convocado manifestaciones en todo el país con un lema claro: “No hay víctimas buenas ni malas, hay feminicidios”.
El lenguaje del terror
Así, la violencia machista ahora se traslada -además- a una pantalla. Instagram, la red de las fotografías y los recuerdos cotidianos, utilizada como escenario para ejecutar un crimen. La lógica del espectáculo aplicada a la violencia contra las mujeres.
Lara, Brenda y Morena fueron asesinadas. Su muerte no se ocultó: se retransmitió. Y Argentina despierta con una certeza incómoda: a la violencia machista -existente en todos los ámbitos- hay que combatirla también en redes sociales.