El anuncio del nuevo plan de paz en Gaza, impulsado por Donald Trump tras dos años de guerra, ha devuelto momentáneamente la esperanza de un alto el fuego duradero. El acuerdo prevé la liberación de rehenes, la entrada masiva de ayuda humanitaria y una retirada parcial del ejército israelí, pero llega en un contexto de desconfianza internacional y con la región exhausta tras más de 67.000 muertos y una devastación sin precedentes. Detrás de las promesas de “paz histórica”, muchos analistas temen que se repita el patrón de treguas efímeras que Israel ha roto alegando motivos de seguridad.
Claudia Guerrero, politóloga y experta en Relaciones Internacionales, ha trabajado en la Embajada de Palestina y conoce de cerca la dinámica del conflicto. En conversación con Artículo14, advierte de que el nuevo alto el fuego “es una pausa frágil más que un cambio real” y sostiene que “es difícil hablar de un punto de inflexión”. Para Guerrero, el papel de Trump responde más a su agenda política que a una estrategia regional sostenible, y el futuro de Gaza seguirá dependiendo de una comunidad internacional que, dice, “condena, pero no actúa”.

-¿Qué cambia realmente con este acuerdo?
–Es cierto que el pacto aporta mejoras urgentes como la liberación de rehenes, alivio humanitario y movimiento en los pasos fronterizos para permitir la entrada de ayuda. Pero la experiencia nos obliga a desconfiar de que sea algo definitivo. Durante este mismo conflicto ya hemos visto varios intentos de alto el fuego que acabaron en meros intentos fallidos. En noviembre de 2023, en enero de 2025…
Estos episodios recientes muestran un patrón que ya se ha repetido demasiadas veces, Israel invoca motivos de seguridad o interpreta unilateralmente las cláusulas del alto el fuego para justificar una reanudación de las operaciones militares. Es difícil hablar de un “punto de inflexión” cuando las treguas se utilizan como pausas tácticas y no como compromisos reales hacia la paz.

-Entonces, ¿estamos ante otro alto el fuego temporal?
–Lo que sucede en Gaza es un patrón que combina una retórica de genocidio, Netanyahu llegó a hablar de “borrar Gaza del mapa”, con actos sobre el terreno que hacen imposible la vida civil. Por eso, aunque este nuevo alto el fuego pueda traer un respiro inmediato, hasta que no haya mecanismos sólidos de supervisión internacional, sanciones efectivas por incumplimiento y un cambio real en la política israelí hacia Gaza, no puede considerarse un punto de inflexión. En el mejor de los casos, es una pausa frágil, en el peor, otra maniobra temporal dentro de una estrategia de desgaste.
-Se habla mucho de la importancia -o no- del presidente estadounidense en este pacto… ¿Cuál ha sido realmente el papel de Donald Trump?
–El papel de Donald Trump ha sido, ante todo, político. Ha querido presentarse como el gran mediador que logra un alto el fuego “histórico”, y lo está utilizando claramente como un logro de su liderazgo. Más que una apuesta estratégica para estabilizar Oriente Medio, parece una jugada diseñada para mejorar su imagen dentro y fuera de Estados Unidos.

Hay que tener en cuenta que el contexto político interno de Trump es muy complejo. En los últimos meses, su entorno se ha visto salpicado por nuevas filtraciones relacionadas con el caso Epstein. No se puede obviar que este anuncio de alto el fuego, con su potente carga mediática, funciona también como una eficaz cortina de humo. Un éxito diplomático proyectado a gran escala le permite redirigir la conversación pública y reconfigurar su imagen como alguien capaz de traer “paz” allí donde otros fracasaron.

-Los mediadores -Catar, Egipto y Turquía- han sido clave. ¿Qué intereses tiene cada uno en este acuerdo?
–Los tres mediadores no actúan por altruismo, sino por intereses políticos. Cada uno persigue objetivos muy distintos, y eso explica por qué este alto el fuego es tan frágil. Catar ha consolidado su papel como mediador indispensable desde el inicio de la guerra en 2023. Egipto busca estabilidad más que protagonismo. Tiene frontera directa con Gaza, y cada estallido de violencia amenaza con desbordar su territorio con desplazados y problemas de seguridad en el Sinaí. Turquía, en cambio, juega una partida mucho más ambiciosa. Erdogan ha querido recuperar el peso regional que perdió tras los años de tensiones diplomáticas con sus vecinos.
-Hamás ha aceptado el acuerdo, pero con dudas sobre las garantías de que Israel no reanudará los ataques. ¿Qué mecanismos existen realmente para evitar que eso ocurra?
–Existen mecanismos, pero no tienen una aplicación real efectiva. De nada sirve que se emitan órdenes o resoluciones si después Israel puede seguir bombardeando Gaza, justificar sus ataques en nombre de la “autodefensa” y acudir al Consejo de Seguridad para bloquear cualquier medida coercitiva con el apoyo de Estados Unidos. El único mecanismo real capaz de frenar a Israel es el reconocimiento y la acción internacional coordinada.

-La segunda fase del plan, que incluye la reconstrucción de Gaza y el posible desarme de Hamás, parece mucho más compleja. ¿Qué escenarios abre eso y quién podría asumir el control político y administrativo de la Franja?
–Una opción que se contempla es devolver la administración a la Autoridad Nacional Palestina (ANP), pero lo cierto es que esa propuesta tiene muy poca credibilidad sobre el terreno. Hamas, y parte de los países árabes, han propuesto una administración tecnócrata palestina respaldada por la ANP y por gobiernos árabes, pero la ANP perdió legitimidad en Gaza tras los enfrentamientos con Hamás en 2007.

Por otro lado, Israel nunca aceptará que Hamás, ni siquiera desmilitarizado, mantenga poder político o institucional. Netanyahu y su gobierno lo han dicho con absoluta claridad, su objetivo no es solo neutralizar la capacidad militar de Hamás, sino eliminarlo como actor político. Y eso plantea un escenario de vacío administrativo en Gaza, donde más de dos millones de personas necesitan asistencia, reconstrucción y servicios básicos. El futuro de Gaza dependerá de si la comunidad internacional está dispuesta a tratar a los palestinos como sujetos políticos y no solo como víctimas humanitarias. Por eso, más que preguntarnos quién gobernará Gaza, la pregunta clave es bajo qué soberanía y con qué legitimidad.