El plan de paz que condujo al alto el fuego en Gaza sigue siendo deliberadamente vago, según los expertos. Pero las zonas grises que quedan podrían conducir a la paz o reavivar los combates. El plan de alto el fuego negociado por Estados Unidos entre Israel y Hamás sigue siendo muy ambiguo.
Para algunos expertos, esta ambigüedad es deliberada, con el fin de obtener un acuerdo de mínimos entre dos campos intratables: el gobierno israelí de derechas y el movimiento islamista palestino. Para otros, esta vaguedad podría, por el contrario, reavivar las tensiones. El hecho de que Israel y Hamás hayan aceptado una primera fase del plan es un paso importante, pero es demasiado pronto para hablar de paz. El éxito del alto el fuego dependerá de la aplicación concreta de los compromisos asumidos por cada una de las partes. Pero no es tan sencillo. Aún quedan muchos escollos: la desmilitarización de Hamás y Gaza, la creación de una fuerza internacional de estabilización, pero también las garantías internacionales y las intenciones de Israel a largo plazo.

El plan prevé una retirada gradual del Ejército israelí, primero a una “línea amarilla” dentro de Gaza y luego a una “línea roja”, tras el despliegue de una fuerza internacional. Pero no se ha fijado un calendario. Israel también pretende mantener una zona tampón ampliada, que abarca casi el 17% de Gaza, en nombre de su seguridad. Esta fuerza internacional, que debería asegurar las fronteras y apoyar a una nueva policía local, tiene dificultades para despegar. Washington quiere implicar a sus socios árabes y europeos, pero pocos países están dispuestos a desplegar tropas terrestres. Francia ha dicho que está dispuesta a contribuir, mientras que Alemania se inclina por el apoyo financiero. Egipto pide una participación más directa de Estados Unidos.
El desarme de Hamás
Al mismo tiempo, Hamás está recuperando gradualmente el control de Gaza, según varias fuentes. Sus combatientes se enfrentan a grupos rivales acusados de pillaje. Los clanes y tribus de Gaza expresaron su apoyo este martes a las acciones de las “fuerzas de seguridad” para controlar a los “grupos rebeles” que actúan en la Franja aprovechando la situación de guerra, después de la publicación de vídeos mostrando ejecuciones en la ciudad de Gaza.
Aunque el plan hace referencia a la “desmilitarización completa” del territorio, no establece ningún criterio preciso, lo que deja el campo abierto a interpretaciones divergentes. Israel podría retrasar su retirada, alegando que esta condición no se ha cumplido, mientras que algunos miembros de Hamás podrían negarse a desarmarse. Más allá de su brazo armado, Hamás sigue siendo una fuerza política e ideológica profundamente arraigada.

El plan de paz menciona la perspectiva de un Estado palestino, pero sin definir sus contornos. Sólo una auténtica reanudación de las negociaciones israelo-palestinas y una clara retirada israelí de Gaza estabilizarían la región. Por último, la cuestión del seguimiento del plan sigue sin respuesta. Muchos temen que, a falta de un mecanismo sólido, el proceso fracase. Es posible que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, presionado por su derecha, relance la ofensiva en cuanto se entreguen los cadáveres de los últimos rehenes. También es posible que el alto el fuego se venga abajo si Washington relaja su atención o cede a la presión de los halcones israelíes. Así pues, este plan, aclamado como un primer paso hacia la paz, sigue suspendido en un frágil equilibrio entre la prudencia diplomática y las realidades sobre el terreno. Un plan validado y firmado por todos, pero en ausencia de los dos principales protagonistas: Israel y Hamás.
Trump como negociador
Mientras tanto, un tercer protagonista de este plan o acuerdo de “paz” -impuesto por este último- es Donald Trump. Afirma estar (re)poniendo orden en todo Oriente Medio, al tiempo que es capaz de prometer el infierno a cualquiera que se oponga a sus planes. Hamás lo sabe todo, y le tocará el turno a Yemen e Irán en particular, porque para Washington, Tel Aviv y ciertas capitales árabes, la oportunidad de pacificar la región es (casi) única.

El futuro de Gaza en dólares
Está claro que el precio de la paz en Gaza se pagará en dólares estadounidenses. Dólares que interesarán a los inversores que, desde 2024, se disponen a reconstruir el territorio de Gaza, pero no necesariamente en beneficio de sus habitantes. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha indicado que, según la última estimación conjunta de la ONU, la Unión Europea y el Banco Mundial, se necesitarán 70.000 millones de dólares para reconstruir Gaza. Se necesitarán 20.000 millones de dólares en los próximos tres años, y el resto en un periodo más largo, quizás décadas. La reconstrucción del enclave palestino afecta a casi el 80% de los edificios dañados o destruidos por dos años de ofensiva israelí. Una empresa titánica.
Por su parte, Israel sigue negándose a la creación de un Estado palestino. Para los israelíes, la iniciativa de reconocer un supuesto Estado palestino recompensa a Hamás por la masacre del 7 de octubre. Los puntos de vista parecen irreconciliables. Y por el momento no hay pruebas de que este acuerdo haya convencido plenamente a Benjamín Netanyahu y a los extremistas de su gobierno de abandonar sus planes abiertamente expansionistas en Gaza y Cisjordania. La “paz duradera” de la que alardea el presidente norteamericano está todavía muy lejos, porque aún hay que reconstruirlo todo.