Este domingo arrancó la cumbre anual de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) creada en el año 2001. En esta ocasión, el punto de encuentro ha sido Tianjin, una ciudad portuaria ubicada al norte de China. Hasta allí se han desplazado más de veinte líderes procedentes, principalmente, de Asia Central. A la vista de los hechos, el poder de convocatoria ha sido incuestionable. En este marco, merece la pena señalar que el líder chino, Xi Jinping, ha tenido la oportunidad de reunirse con dos figuras clave: Vladimir Putin, quien viajó desde Moscú y Narendra Modi, quien dejó temporalmente Lok Kalyan Marg, su residencia oficial en Nueva Delhi, para abordar asuntos estratégicos como el relativo a la seguridad regional.
Cabe subrayar que el objetivo de esta cumbre ha consistido en promover el “espíritu de Shanghai”, caracterizado por fomentar la confianza mutua, el beneficio compartido, la igualdad, la consulta conjunta, así como el respeto a la diversidad cultural y la aspiración al desarrollo colectivo. Todos estos principios son los que, en teoría, deben prevalecer en las relaciones que mantengan entre sí los miembros de la citada organización. Debido a que esta reunión de alta seguridad culminó este mismo lunes es pronto para sacar conclusiones definitivas. Habrá, por lo tanto, que ir desgranando en los próximos días las consecuencias e implicaciones que deja esta cita multitudinaria. Será interesante atender tanto a las impresiones de los asistentes como a las –quizá jugosas– reacciones de los ausentes. Especial atención merece la figura de Trump, quien seguramente siguió desde la lejanía esta reunión –la primera de este tipo desde su regreso a la Casa Blanca–.

En cualquier caso, ya se perfila una cuestión esencial: se está gestando una sólida alianza que abarca una pequeña parte de Europa y una zona extensa de Asia. Estamos ante una estrategia de poder paralela a la de Washington conforme a la cual se advierten ambiciones económicas, políticas y de seguridad que buscan consolidar la influencia de los miembros de la OCS en el escenario internacional. En definitiva, se está fraguando un orden multipolar alternativo al liderado por Estados Unidos y sus aliados tradicionales que, como es lógico, comienza a impactar en distintos ámbitos. En el terreno militar, se cree que este bloque podría actuar como un contrapeso visible frente a la actuación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Además, no conviene pasar por alto que China e India aglutinan alrededor de la mitad de la población mundial y que sus economías representan una porción significativa del PIB global. Las posibles sinergias entre estos dos gigantes que forman parte a su vez de la OCS redefinirán, sin duda, las dinámicas del poder internacional.
Se está produciendo, pues, una transición hacia un sistema internacional cada vez menos dependiente de Occidente, a pesar de que los miembros de la OCS no sólo compiten entre sí, sino que se han enfrentado hace relativamente poco tiempo. Un ejemplo ilustrativo de tensiones recientes es el choque entre China e India en junio de 2020, en el valle del río Galwan, donde murieron soldados de ambos países durante la construcción de infraestructuras en una zona fronteriza no delimitada y, por lo tanto, objeto de disputa. Así, aunque persisten obstáculos y fricciones, los Estados que integran la organización parecen avanzar hacia objetivos comunes. Llegados a este punto no deja de ser curioso que Trump haya promovido con toda probabilidad –aunque seguramente sin proponérselo– esta situación. Las medidas arancelarias impuestas y las acciones de política exterior promovidas por el líder estadounidense han generado posiblemente las tensiones que han impulsado a los países de la OCS a explorar nuevas alianzas y a fortalecer sus vínculos.

Junto a lo anterior, cabe plantearse si este encuentro moldea o afecta uno de los conflictos bélicos actuales más relevantes que atañen a uno de sus miembros. Me refiero a la guerra que existe entre Ucrania y Rusia que comenzó con la invasión a gran escala de este último en febrero del año 2022. En este sentido, resulta de interés recordar las palabras de Putin, quien recientemente afirmó que la OCS debía reforzarse para enfrentar los desafíos y amenazas contemporáneas. La conexión con Ucrania resulta evidente, especialmente considerando que este conflicto constituye un eje central de la relación bilateral que mantienen Moscú y Pekín. A estas alturas, nadie ignora que Rusia depende en gran medida de la asistencia económica que China le proporciona. No obstante, Xi Jinping parece haber optado por asumir un papel de relativa neutralidad. De hecho, algunos analistas sostienen que el respaldo chino hacia Putin no es tan firme ni incondicional como el líder ruso hubiera deseado. De hecho, antes se hablaba de una “amistad sin límites”; ahora, China se muestra cauta, utilizando un lenguaje más moderado que evidencia su intención de no cerrar las puertas de conexión con Occidente.
Más allá del anterior conflicto, surge otra pregunta inquietante: ¿podría el encuentro en cuestión mostrarnos la antesala de un nuevo escenario bélico? En este punto, Taiwán acapara el protagonismo y preocupación a partes iguales. Según un informe filtrado por el grupo de hackers BlackMoon, Rusia y China estarían desarrollando un sistema automatizado capaz de coordinar operaciones militares con miras a lanzar una posible ofensiva sobre la mencionada isla. Independientemente del alcance de esta información, el gobierno taiwanés lleva tiempo preparándose para hacer frente a esta eventual amenaza. Veremos, pues, de qué manera acaba impactando la actuación de la OCS y de sus miembros más poderosos en este punto. En todo caso, si las tendencias actuales se mantienen, podríamos estar asistiendo –como ya decía– al surgimiento de una nueva arquitectura de poder que transforme, antes o después, las dinámicas del tablero geopolítico.

Sea como fuere, la comunidad internacional, atenta al desfile militar que Pekín desplegó este martes con motivo de la conmemoración del ochenta aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, se muestra expectante -y quizá hasta esperanzada– con motivo de los debates que tendrán lugar en la próxima reunión de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York. Todo parece indicar que existe cierta tensión en el ambiente motivado por un Estados Unidos envalentonado con las acciones de Trump que parecen ser –en muchas ocasiones– producto de la improvisación; una China que se sitúa innegablemente en el centro de las relaciones internacionales; una Europa cada vez más plegada a la voluntad de otros; conflictos bélicos que parecen enquistarse y no tener fin; nuevas alianzas que se van fraguando, etc. De acuerdo con este complejo panorama internacional, cabe preguntarse si estamos ante un verdadero punto de inflexión. Las certezas de ayer parecen desdibujarse. Unas nuevas parecen emerger. Quizá el futuro que hemos estado anticipando ya se esté escribiendo hoy ante nuestros propios ojos.