El día 23 de junio de 2015 fue la presentación de mi primera novela, La favorita. Y yo quería que la presentara Alfonso. En la editorial, rápidamente aprobaron mi decisión, no con cierta duda de que finalmente se presentara. En aquella época, probablemente fuera una de las personas de este país con más requerimientos.
Yo sabía que iría. Y así fue. Con unos quince minutos de cortesía previos, como era habitual.
Con Alfonso Ussía se va una generación, unos hábitos que ya no existen. Y se echan de menos. Sí. Aunque soy consciente de que algunas personas se me echarán encima con esta afirmación.
Una generación que sabía que las formas son el fondo. Que la amabilidad no es sino generosidad en renunciar a tus estados de ánimo por deferencia. Que la elección de las palabras importa. Pese a su entretenida e irónica conversación pública, Alfonso callaba mucho. Escuchaba mucho.
Lo conocí en el periódico La Razón. Le gustaba tener relación y tratar a los periodistas que trabajábamos allí. Su restaurante favorito: El Club 31. Ya no existe. Pero sí en el recuerdo de los que íbamos, de los que le conocíamos en ese espacio reservado al que acudía también su inseparable amigo, Antonio Mingote. Una conversación, un dibujo repentino en una servilleta.
La comida de siempre, con letargos de infancia. Arroz a la cubana, un buen escalope. Y una propina generosa, independientemente del plato escogido, el servicio siempre era bueno.
Mirada aguda y voz grave, sin prisa, cultura infinita, en su cabeza una enciclopedia contada con la anécdota precisa y la risa asegurada. Me gustaba su presencia porque ese carácter vasco me recordaba al de mi abuelo Pedro, con el que siempre tuve una gran conexión y tuve la mala suerte de perder muy joven.

“Tienes la impertinencia asegurada con esa nariz”, me solía decir. Cuando lo conocí, pasé por momentos complicados, aún tenía que forjar muchas cosas. Y, a veces, me decía: “Eres una mujer triste con un gran sentido del humor”. Quizá, en ocasiones, él también fuera un poco así.
En tiempos de conductas machistas y ordinariez, de hábitos similares a un retrete de gasolinera con una lleva demasiado solicitada, se recuerda con nostalgia el señorío. Si una mujer abandonaba la mesa, él se levantaba. En el regreso, se volvía a levantar. Muchas lo tildarán de machismo, para mí representaba lo contrario. Consideración.
Orador brillante, inmensamente ágil en la réplica, siempre me llenó más su voz que su pluma. Allí donde esté, siempre estará. Como aquel 23 de junio de hace dos lustros. Porque cada vez entiendo más que las formas son el fondo. Hasta siempre, Alfonso Ussía.



