El caso de Noelia Núñez, que dimitió por mentir en sus estudios, ha provocado una oleada de rectificaciones en sus currículos de dirigentes de primer nivel, empezando por el presidente del Senado, Pedro Rollán. ¿Mentir en política tiene consecuencias? ¿Se está mandando un mensaje nocivos las nuevas generaciones? Los analistas María Dabán, Elisabeth Duval, Manuel Mostaza y Melisa Rodríguez responden a las preguntas de Artículo14.
A juicio de Rodríguez, que estuvo en Ciudadanos, la respuesta que están dando los dirigentes políticos es preocupante. “La mentira se ha convertido en algo inocuo al parecer, en algo sin relevancia por lo menos para algunos”. Según Rodríguez, el problema no radica en no tener estudios, sino en fingirlos para obtener poder o prestigio. “No es grave que alguien no tenga estudios y esté en un puesto político, lo que es grave e inaceptable es que se mienta sobre ello”, afirmó. Para ella, esta práctica refleja una profunda inseguridad personal y una “cultura del aparentar”, que acaba erosionando la confianza en las instituciones.
Rodríguez defiende que no es grave que alguien no tenga estudios para ejercer la política, “porque la política ha de representar a toda la sociedad”, pero sí es inaceptable que se mienta sobre ello. “Lo grave es el engaño, no la falta de estudios”. También alerta sobre los casos de enchufismo en la administración, donde personas sin la titulación requerida acceden a cargos públicos, lo que califica como “corrupción institucional”. En su opinión, “el que miente ha de dimitir y al que se enchufa sin preparación hay que echarlo”.
La escritora Elizabeth Duval considera que las consecuencias de estas mentiras son relativas, ya que “depende sobre todo de quién regule o no que tenga consecuencias”. Para ella, la situación actual evidencia una doble vara de medir en el seno de los partidos. “Hay personas que sirven como chivos expiatorios, pero hay muchos más que han mentido sobre su currículum y no se les exige responsabilidad”, explica.
Además, advierte de que “está desapareciendo información académica misteriosamente en páginas oficiales”, lo que indica que la práctica está más extendida de lo que se reconoce públicamente.
Finalmente, hace una crítica más profunda a la cultura política, cuestionando la obsesión por las credenciales. “El problema es también la titulitis, el culto al título“. Y concluyó con una advertencia ética. “Lo grave, al final, no es mentir sobre el currículum, sino mentir en el ejercicio de la función pública”.
Para María Dabán, analista de El Hormiguero de Antena3 y de Artículo14, la fiebre por engordar los currículos en política “roza el infantilismo”. Y aunque matiza que no todos los casos son iguales —“una cosa es decir que tienes dos másteres y otra mentir para cobrar toda tu vida un sueldo público”- considera que la mentira, en cualquiera de sus formas, habla mal de la honradez de los representantes. “Prefiero mil veces lo que ponía Marcelino Camacho en su ficha: ‘fresador’, entre paréntesis, ‘metalúrgico’”, sentenció.
Manuel Mostaza, director de Asuntos Públicos en Atrevia, ofrece una visión más estructural. “Las mentiras tienen menos consecuencias. En una sociedad polarizada y con consumo de noticias rápido, todo se olvida pronto”, explicó. Para Mostaza, más allá del debate sobre títulos, lo importante es reflexionar sobre el tipo de formación y ejemplaridad que se exige a un político. “No todos tienen que ser funcionarios, pero hay que pedir una mínima ética. No se puede salir a engañar a la ciudadanía”, subraya.