Me Too en el Ejército

“Sufrí acoso sexual en el Ejército. No denuncié porque veía lo que pasaba con las que lo hacían”

Una Cabo primero en activo cuenta que tras años de acoso se lo comunicó a su jefe y este habló con el acosador, pero no puso en marcha el protocolo

La protagonista de esta historia es una militar en activo que prefiere no utilizar su nombre real ni dar detalles que puedan identificarla. Teme no ya solo represalias, existen multitud de testigos de lo que sufrió y llegó a comunicar el acoso sexual y después laboral a su jefe. Lo que le da miedo es que su denuncia opaque su trabajo y de alguna manera convertirse en la que alza la voz contra la violencia sexual. Un estigma que no te abandona en las Fuerzas Armadas.

Una imagen del Ejército
Kiloycuarto

“Las mujeres militares que defienden sus derechos, que acusan y denuncian se ven como un problema dentro del Ejército. Te cuelgan el cartel de problemática enseguida”. Así lo explica Carmen. De sus palabras se desprende que, aunque parezca inverosímil, el acosador no se percibe como un inconveniente, es el hecho de denunciar lo que incomoda y preocupa a los responsables.

“Amaba mi trabajo, era feliz”

Carmen llegó a su unidad con 29 años, ya no era una niña, algo que quizá le favoreció. Se trata de un destino deportivo de competición. No es sencillo que te ofrezcan un puesto así. Se formó y preparó a conciencia para entrar. Estamos hablando de una sección formada por menos de veinte personas y en la que solo había tres mujeres, el resto eran hombres.

Amaba y amo mi trabajo. Daba un bote de la cama para ir a trabajar, iba feliz, me lo pasaba bien, disfrutaba. Incluso alguna vez me ha dado rabia que fuese festivo o puente y no tener que presentarme en mi puesto”,  cuenta.

Se viajaba a menudo, eran como una familia

Su destino implicaba multitud de viajes, la unidad viajaba a menudo y el ambiente era muy bueno. “Éramos como una familia, conocíamos a los familiares, nos llevábamos muy bien, pasábamos mucho tiempo juntos”, recuerda.

Su acosador tenía un grado más que ella, estaba casado y tenía un hijo. “Él me echó el ojo nada más verme. Notaba que le gustaba. Al principio no le di más importancia”. Además, cuenta esta Cabo primero, él era muy bromista y solía tapar con chascarrillos esos avances y cumplidos.

“Lo mismo íbamos en el avión y él se me quedaba mirando. Si levantaba la vista me preguntaba ‘¿por qué me miras así?‘ Pero no le había mirado de ninguna manera”.

“Pues hazle caso, hija”

Carmen confiesa que sus propios compañeros se reían de estos avances y su interés por ella. “Les hacía gracia. No lo percibían como acoso. ‘Pues hazle caso, hija’, me han llegado a decir. Son comentarios que empiezan como una gracia, pero acaban creando más prejuicios que otra cosa”, apunta.

El jefe que tenían ascendió y se fue a otro destino, con el nuevo jefe, el acosador no tenía tanta conexión, “no le bailaba el agua” y pidió también un nuevo puesto de trabajo. Dos años después, se reincorporó a la unidad. “Cuando volvió ya fue a saco a por mí. Iba a macharme porque no había pasado por el aro”, advierte.

“Seguía teniendo más graduación que yo, pero ya no era eso. Era el poder que él sentía que tenía sobre mí. Fueron tres años de acoso y derribo. Pasó de acoso sexual a acoso laboral cuando vio que no tenía nada que hacer conmigo. Utilizaba el trabajo para intentar conseguir que me acostara con él. Por ejemplo, si íbamos en vehículo a montar o desmontar zona me tocaba, intentaba meterme mano. Yo se la quitaba con agresividad, enfadada”, apunta.

“Llegaba mal al trabajo, me iba llorando”

Carmen tenía pareja por aquel entonces, también militar y destinado a apenas cincuenta metros de su destino. El acosador se acercó a él. “Malmetía, iba a hablar con él. No me dejaba en paz”.

Se quedó embarazada y todos sus compañeros se alegraron por la buena nueva. Él no. “Le cambió la cara. No estaba enfadado, tenía ira. Empezó a tratarme todavía peor. Ya no eran solo frases y expresiones despectivas, fue a más. Fue destructivo. El resto de la unidad se dio cuenta, les sorprendió al maltrato, pero tampoco le dieron mucha importancia. Y aunque sabían que era acoso lo que estaba sufriendo, lo vivían como una relación tóxica que se normalizó. Yo sentía que no me entendían. Llegaba mal al trabajo, lloraba mucho fuera, me desahogaba o explotaba a solas”, confiesa.

“Quería saber en qué habitación dormía”

Hubo un cambio en los viajes. Según explica Carmen, antes, cuando llegaban al hotel cada uno se iba a su habitación. De repente, el acosador quería saber en qué habitación estaban cada uno. “Yo he llegado a bajarme en una planta distinta a la que me había tocado y andar por otros pasillos para que no supiera dónde dormía por precaución. Después empezaba con el ‘¿qué vas a hacer luego?’. Era muy agobiante”.

El acosador empezó a presentarse por los aledaños de su casa en bici, él decía que estaba entrenando, pero nunca antes lo había hecho. Carmen describe como también hacía lo posible por acercarse a sus amigos civiles. Sentía que se ahogaba.

Sabía que sufría acoso sexual, pero no se atrevió a denunciar

El acoso no cesó ya controlaba hasta lo que comía, a qué hora se iba a la cama, la castigaba sin hacer su trabajo y el ambiente se enrareció de tal manera que comenzó a pasarle factura al resto de la unidad. “Creo que para disimular empezó a controlar también al resto. Lo cierto es que los demás sabían que conmigo era peor y por qué sucedía, pero no me sentía apoyada, aunque me decían que me entendían, no lo hacían. Se había normalizado el acoso y simplemente decían ‘ya están estos otra vez discutiendo'”.

Carmen cree que como solo lloraba en casa y sus compañeros no sabían cómo le estaba afectando, no entendían que estaban ante un caso de acoso sexual y laboral de libro, creían que el acosador estaba enamorada de Carmen. Ella sabía lo que estaba sucediendo, le puso nombre, pero no se atrevía a denunciar.

“El protocolo es muy bonito, pero no nos protege”

“Al mismo tiempo estaban saliendo en las noticias casos conocidos de acoso en las Fuerzas Armadas, de compañeras. Sabía que si decía algo, no me iba a beneficiar, sé lo que les pasa a las mujeres que denuncian. Acabas fuera, ellos dentro y yo amaba mi trabajo. Me di cuenta que las que quedaban señaladas eran ellas, no los agresores. Si no te cambiaban de sección, te cambiaban de destino. Me encantaba mi trabajo. ¿Por qué iba a dejarlo si no había hecho nada malo? Sabía que la perjudicada iba a ser yo. Barajé todo lo que me iba a llevar denunciarlo porque el protocolo es muy bonito cómo está escrito, pero el protocolo no te protege”.

Su jefe no activó el protocolo

Carmen llegó a verbalizar a su jefe lo que ocurría, aunque era un secreto a voces. “Tranquila, hablaré con él”, le dijo. No sé qué le dijo porque nunca le pregunté, pero creo que algo del tipo ‘lo que estaba haciendo tiene un nombre muy feo y se puede denunciar'”. El superior habló con el acosador, pero no puso en marcha el protocolo de acoso sexual.

Acabó pidiendo un traslado

Esta Cabo primero terminó por pedir un traslado. Se dio cuenta de que no iba a poder crecer profesionalmente y que el acoso no iba a cesar. Tuvo que protegerse a sí misma fuera del protocolo y salvaguardar su valía y su reputación. Porque en las Fuerzas Armadas, como ella misma explica: “Las mujeres estamos vendidas”.