Otra vez el cambio al horario de invierno nos vuelve a trastocar el pulso de las horas. El reloj da un paso atrás y a nuestros cuerpos les cuesta al menos una semana volver a encontrar el ritmo, especialmente a las mujeres, las principales damnificadas.
El cambio de hora dos veces al año lo instauró Alemania en 1916 y le fueron siguiendo sus aliados, con la justificación del cambio energético. Hace 26 años, el estudio Research Voor Beleid desmontó este argumento al observar que la reducción era del 0,5%. Estudios recientes del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE) cifran el ahorro energético en unos 6 euros por persona al año, insignificante frente al coste doméstico.
El cuerpo tarda en resintonizar
Existen ya pocas razones que sostengan ni el atraso ni el adelanto de los relojes. “Desde el punto de vista energético, que es la excusa por la que se cambia la hora, ya no tiene mucho sentido”, nos avanza Agnès Gruart i Massó, catedrática de Fisiología de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Sobre todo, argumenta desde su ámbito de la salud y bienestar: “Estoy totalmente en contra porque está demostrado cómo nuestro cuerpo tiene una ciclicidad muy marcada en todas sus variables biológicas: el pico de cortisol, la temperatura corporal, la hormona del crecimiento, las horas de sueño-actividad o el nivel de la atención. Se tarda un tiempo en resintonizar una nueva hora”.
Según explica, ese periodo que tardamos en adaptarnos al nuevo horario puede suponer un malestar en muchos niveles, como el sueño, la alimentación, el descanso o el humor, entre otros. “En este sentido, el hecho de que la mayoría de los países europeos coincidan con la hora a pesar de su latitud, ya supone una importante diferencia. Lo ideal sería levantarse con la salida del sol y acostarse a las pocas horas de ponerse”.

Gruart i Massó reconoce que, evidentemente, no es posible por los horarios sociales. “Pero, al menos, nos deberían permitir establecer un horario y mantenerlo. Esto serviría para fijar unos hábitos que cuidan las diferentes variables biológicas, que a la larga pueden repercutir positivamente en nuestra salud y bienestar en general”.
Estrés en el hogar
Ruth Ogden, investigadora de la Universidad John Moores de Liverpool, corrobora su opinión. En sus estudios ha comprobado que este cambio de hora en otoño provoca en las mujeres mayor estrés, confusión y sentimientos de culpa. Son síntomas que aparecen un día o dos después, con la acumulación gradual de noches más oscuras. Las mujeres tienden a mostrar más rutinas fijas y asumen más tareas domésticas y de cuidado, lo que dificulta compensar la falta de descanso cuando cambia el horario. Por ello, sienten más cansancio, fatiga mental y percepción de sobrecarga durante los días posteriores al ajuste del reloj.
Las madres que participaron en la investigación de Ogden reportaron dificultad para adaptar a los niños pequeños a la nueva rutina, lo que añadía un estrés adicional a la vida familiar. Curiosamente, los sentimientos masculinos eran bastante más positivos, aunque sí coincidieron al indicar que la conciliación se veía perjudicada por cada cambio de hora en octubre. “La sensación de oscuridad repentina me da pavor ante los meses oscuros… Un cambio gradual a la hora diaria sería mucho más fácil de sobrellevar”, expresó una de las participantes.
Similar al jet lag, sin la alegría de viajar
Otras investigaciones asocian el cambio de hora con un aumento de accidentes de tráfico, ataques cardíacos y trastornos mentales, sobre todo en personas con afecciones como el trastorno afectivo estacional o depresión. Hablamos de una hora, pero los efectos pueden ser notables. Los ritmos circadianos, que determinan cuándo comemos y dormimos, se ven alterados. “Algo similar al jet lag, pero sin la alegría de viajar”, dice Ogden. “La interrupción del sueño y la carga de adaptarse a un nuevo ritmo pueden elevar los niveles de cortisol, la hormona del estrés, lo que, si se prolonga, puede hacernos más vulnerables a diversas afecciones físicas y mentales”.
Una revisión de 27 estudios confirmó que la transición al horario de verano se asoció con efectos adversos en la duración y la calidad del sueño, así como con un aumento de la somnolencia, más evidente en los cronotipos nocturnos. Aumentan hasta un 20% los eventos cardiovasculares en mujeres, incluidos los infartos”, concluye un estudio dirigido por Darío Acuña, profesor del departamento de Fisiología de la Universidad de Granada. Perjudica a las hormonas tiroideas, esenciales para el ciclo de la mujer. Además, los niveles alterados de melatonina y serotonina repercuten más intensamente en su bienestar físico y emocional.
Acuña revela otros efectos adversos como, aumento de la presión arterial y alteraciones cognitivas de atención y memoria en los días siguientes al cambio horario, por alteración del ritmo circadiano de los neurotransmisores cerebrales. Afecta también al sistema inmunológico, lo que explica la mayor incidencia de alergias, ataques de artritis reumatoide y algunas patologías relacionadas con el envejecimiento.
Un estudio de la Universidad de Duke reveló que las mujeres necesitan más horas de sueño para recuperarse plenamente, ya que su cerebro suele trabajar en modo multifunción, con mayor actividad en áreas de memoria, lenguaje y pensamiento. Las interrupciones del sueño o los desajustes horarios provocan en ellas mayor inflamación corporal, fatiga y predisposición a trastornos depresivos o de ansiedad. Cualquiera de estos riesgos se agudiza con la edad. Con el envejecimiento perdemos capacidad funcional del reloj central y una desregulación de los periféricos.
Y si nos vamos a Estados Unidos, científicos de la Universidad de Stanford aportan cifras contundentes en un estudio publicado recientemente en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). Fijar el horario de invierno permanentemente evitaría en Estados Unidos unos 300.000 casos de ictus al año y reduciría en 2,6 millones el número de personas con obesidad. El horario de verano permanente también sería positivo, aunque con un impacto menor.