Casi el 60% de la juventud española pasa más de cuatro horas en Internet al día. Y a pesar de ser la generación más conectada de la historia, se siente cada vez más sola. Son cifras que preocupan, y mucho, a gobiernos e instituciones. No solamente por sus efectos mentales, sino también por la pérdida de referencias y de valores. También lo notan los propios padres, a menudo inmóviles, ante unos inesperados y bruscos comportamientos sociales.
Esta pasividad por parte de los mentores habituales se convierte en un terreno abonado para cualquier vendehúmos ajeno que prometa carreras exitosas y vidas de lujo. A través de contenidos motivadores en redes, los más necios de esos pseudocoaches animan a invertir en criptomonedas, realizar interminables sesiones de burpees y abdominales, lobotomizando así a millones de jóvenes.

“¡Si yo estoy aquí tú también puedes!” claman habitualmente esos predicadores, desde un “Lambo” flamante en Miami y sus altas torres. Paralelamente a la pérdida evidente de referentes parentales, crece una profunda falta de fe en los potenciales futuros profesionales, y ahí es cuando aparecen esos dañinos interlocutores.
La violencia verbal tampoco tiene límites en estos lares digitales y, cada vez más casos de acoso afloran entre los más jóvenes. Nuestra adolescencia ya no tiene conciencia de la responsabilidad de sus actos y se ampara en la impunidad que da lanzar dardos desde detrás de un smartphone. Tampoco es que los políticos muestren el camino correcto. A menudo, son los primeros en convertirse en tuiteros incendiarios.
Los chavales ya no sufren vergüenza ajena ni las consecuencias de haber hecho verbalmente daño a una compañera. La manosfera (del inglés man como hombre, y sphere que significa esfera) se apodera lentamente de las generaciones más moldeables y tiernas. Las nuevas generaciones van integrando un cierto negacionismo alrededor de la violencia de género que preocupa.
Detrás del vacío emocional y vocacional, una promesa sencilla
La manosfera no necesita tarjeta de miembro ni licencia. Describe una red (no organizada) de webs, blogs y cuentas en plataformas sociales que promueven la masculinidad a ultranza y, en ocasiones, ataques directos a la condición femenina. Aunque, a menudo, se la relacione con una ideología de extrema derecha, es toda una juventud de cualquier barrio o situación económica que puede caer en la trampa.
Sus evangelizadores ofrecen a todos estos niños frustrados, y con miedo a quedarse atrapados en un sistema, un sentimiento de pertenencia a una comunidad preparada para una nueva era. “Antes era pobre, ahora soy así de rico”. Utilizan un lenguaje directo, acompañado de vídeos con relojes y coches ostentosos. Pregonan la motivación, el trabajo duro y la constancia. Enaltecen un control radical sobre la comida, el aspecto físico, incluso en las relaciones de pareja.
Cuando fuera de casa, la incertidumbre laboral aprieta, cualquier relato que prometa “tomar las riendas de tu vida en 30 días” suena convincente y reconfortante por parte de estos mesías. Párate a ver un solo discurso de estos comecocos y te saldrán uno tras otro, convenciéndote de que son legión y no te habías enterado. Los algoritmos suelen hacer el resto y el círculo vicioso se retroalimenta por sí solo. A mayores dudas y dosis de ansiedad, más aumenta el consumo de este tipo de contenidos extremos, y con cierta peligrosidad.
Lladós, símbolo de éxito para una juventud perdida
En España, este fenómeno no es nuevo. Amadeo Lladós (conocido como Llados en redes) ha construido una comunidad virtual basada en una disciplina férrea, una libertad financiera y una estética marcada por tatuajes y una imponente musculatura. A través de una comunicación certera, convence a miles de almas perdidas para que contraten sus cursos y logren su primer millón. Día tras día, desde un yate de multimillonario o una villa lejana, repasa las claves de su supuesto éxito empresarial aparentemente fácil de replicar en Madrid o en Barcelona.
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Su “universidad online” (o escuela de la vida) promete transformar las existencias de los miles de aprendices que se han quedado “sin ideas”. Puede llevarles a conseguir sus más deseados éxitos, en base a cursos de madrugones, abstinencia, foco en el deporte y emprendimiento.
Sin embargo, el trasfondo de esta historia también refleja sombras y un reverso de la moneda. Cientos de seguidores se sienten engañados por no conseguir las cuantías económicas prometidas. Muchos han denunciado sus prácticas, muy similares a las estafas piramidales de otra época. Un relato ancestral que juega desde hace siglos con la vulnerabilidad de los más débiles en época de la IA.
Su caso ha llegado ya a la Audiencia Nacional con una macroquerella. Más allá de tener un sello muy personal, revela cómo ciertos discursos logran conectar con jóvenes sin referencias sólidas. Les atrapa en medio de un cambio social y económico sin precedentes que ya no ofrece halagüeños recorridos profesionales. Hay hoy cientos de “mentores forzudos” en Instagram o TikTok, que viven muy bien de esos “cursos para ser un hombre” y de sus ingresos.
Autoayuda instrumentalizada
La autoayuda existe desde hace décadas y no es mala. Adoptar hábitos saludables, trabajar su networking y encontrarse en espacios de cuidado de la salud mental es beneficioso. En un sector que mueve más de 50.000 millones de dólares al año en el mundo, el riesgo es que la promesa vacía se convierta en un modelo de negocio para los más avispados e instrumentalizar la inseguridad de los jóvenes varones para vender una supuesta superioridad masculina.
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La manosfera no creció en las escuelas sino en el seno de los algoritmos de las plataformas donde se premia la radicalización, el morbo de la confrontación y los discursos polarizados. El fenómeno “Llados” funciona precisamente porque mezcla épica personal, disciplina, retos diarios, con exaltación de la jerarquía y un desprecio a la fragilidad. Todo eso bajo una retórica simplificada y potenciada por la viralidad de las plataformas. Un problema que no solo moldea las posturas políticas, sino también el estado de una salud mental generacional que se agrava.
Desde las autoridades se tiende a relativizar este fenómeno y resumirlo en la influencia de cuatro supuestos gurús de poca monta, pero los datos revelan una fractura más amplia. En un clima tan enrarecido tanto en el Congreso como en las escuelas, los discursos que calan son los que prometen recuperar un cierto orden, donde músculos, dinero y desprecio marcarán la diferencia.
Las chicas españolas reciben, cada vez con más frecuencia, imágenes trucadas, fotos sexuales no deseadas con difusión viral no consentida. A eso se suma el grooming de adultos masculinos que se hacen pasar por menores en plataformas como Roblox que inquieta.
Esta desigualdad de fuerza se agrava por la falta de empatía y una tremenda brecha de percepción entre géneros que se crea.
¿Cómo luchar con esta lacra?
La respuesta debería ser consensuada entre familias, centros educativos, gobiernos, instituciones y plataformas. No se puede silenciar ni cancelar el problema, ni dejarlo simplemente en una norma. Requiere toma de conciencia, voluntad política, presión regulatoria y unas empresas que controlen los contenidos que amplifican. Y conviene abordarlo desde ya.
El fin de la manosfera podría pasar por generar un ecosistema donde se tengan en cuenta estas percepciones distorsionadas sobre los géneros desde edades tempranas. Ofrecer una alfabetización digital real a los jóvenes para que puedan desarrollar un sentido crítico básico y evitar caer en trampas baratas.
La expansión de la manosfera no es un fenómeno anecdótico. Es la suma de disfunciones en un entorno emocional, económico y social. Mientras nuestros dirigentes se enzarzan en otros pleitos partidistas y discusiones, estos discursos avanzan inexorablemente. El reto no está en señalar con el dedo y ridiculizar a quienes se sienten atraídos por estas propuestas, sino en llenar ese vacío existencial de referentes y propósito.
Hace tiempo que delegamos en las pantallas una parte esencial de la educación de nuestros hijos, sin asumir que esa comodidad nos conduce a un destino incierto: la desconexión, la desinformación y un inmenso vacío.

