Durante la última década, los movimientos masculinistas en línea, como los incels (célibes involuntarios) y los llamados activistas por los derechos de los hombres, se han expandido más allá de las fronteras digitales, utilizando las redes sociales y los foros para propagar el odio y coordinar acciones. Su discurso que está arraigado en el resentimiento hacia el feminismo, suele glorificar la violencia contra las mujeres y promueve una reacción contra la igualdad de género.
Lo cierto es que el auge de la “manosfera“, una constelación de comunidades en línea unidas en torno a ideologías antifeministas y misóginas, ha revelado el lado más oscuro de la revolución digital. Pero estos movimientos se han extendido fuera de internet. El letal ataque de Toronto en 2018 o el de Plymouth en 2021, o el atentado incel abortado en Francia este 2025, todos ellos tenían vínculos con redes misóginas en línea. El carácter global y coordinado de estas comunidades plantea nuevos retos a los Estados y las organizaciones internacionales, que luchan por contener la radicalización digital que transfronteriza.
La velocidad de la misoginia en línea
A pesar de la creciente concienciación, la respuesta internacional sigue estando fragmentada. Algunas iniciativas suponen un importante avance: la resolución conjunta de Francia y Países Bajos de 2024 en la Asamblea General de Naciones Unidas sobre la violencia digital contra las mujeres y las niñas; la labor del Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW); y la Declaración de París de 2025 sobre la igualdad de género y la inteligencia artificial.

Sin embargo, estos esfuerzos, aunque significativos, no logran hacer frente a la magnitud y la velocidad de la misoginia en línea. El fenómeno exige una acción global coordinada basada en tres principios: un enfoque basado en los derechos humanos, mecanismos sólidos para prevenir la violencia de género y una regulación eficaz de las plataformas digitales.
El caso de Chile
Chile se ha convertido en un firme defensor de la lucha contra la misoginia digital. Gloria de la Fuente, subsecretaria de Relaciones Exteriores de Chile y responsable de la Política Exterior Feminista del país, destacó durante la 4ª Conferencia Ministerial de Diplomacia Feminista en París la urgencia de reconocer la violencia en los espacios digitales como una extensión de la desigualdad estructural de género.
“Entre el 16% y el 58% de las mujeres han sufrido algún tipo de violencia digital”, señaló, citando datos de 2024. “Y el 73% de las mujeres periodistas han sido víctimas de ataques en línea“. En Chile, un observatorio nacional sobre acoso descubrió que más de la mitad de las mujeres de entre 18 y 26 años habían sufrido acoso sexual grave en línea.
La regresión silenciosa
De la Fuente advirtió que los espacios digitales no solo replican, sino que amplifican la violencia contra las mujeres y, al hacerlo, las silencian. “Si el siglo XX fue el siglo de la inclusión de las mujeres en la democracia a través del derecho al voto, la mayor amenaza actual para la democracia es una regresión silenciosa: las mujeres están siendo expulsadas de la vida pública por la violencia digital“.

La legislación propuesta por Chile busca penalizar diversas formas de violencia digital -como el intercambio no consentido de contenido íntimo, el acoso en línea, el doxxing y el robo de identidad– alineando la legislación nacional con su política exterior feminista y sus compromisos internacionales.
“La tecnología evoluciona más rápido que nuestras leyes”, afirmó De la Fuente. “Por eso debemos cooperar a nivel internacional, compartir experiencias y educar a las mujeres jóvenes y las niñas para que reconozcan y se resistan a estas formas de violencia”.
La respuesta de Europa a la manosfera
Al otro lado del Atlántico, el Consejo de Europa también está dando un paso al frente. Marja Ruotanen, directora de Democracia y Dignidad Humana, describió la ‘manosfera‘ y la violencia digital contra las mujeres como “uno de los mayores retos” para lograr una verdadera igualdad de género.
“Lo que vemos en internet va mucho más allá de lo que veíamos antes fuera de internet”, explicó Ruotanen. “Se propaga más rápido, llega más lejos y tiene un efecto disuasorio en las mujeres que, de otro modo, podrían participar en la vida pública o política”.
El marco del Consejo de Europa, construido en torno al Convenio de Estambul, aborda la violencia facilitada por la tecnología mediante la prevención, la protección, el enjuiciamiento y políticas coordinadas. Una nueva recomendación, que se espera que se adopte pronto, hará hincapié en la responsabilidad, involucrando no solo a los Estados, sino también a las empresas privadas y a la sociedad civil.

Paralelamente, el Consejo está elaborando directrices para garantizar que la igualdad de género se integre en todo el ciclo de vida de los sistemas de inteligencia artificial. “Todo lo que hagamos en materia de tecnología debe incluir una perspectiva sensible al género“, subrayó Ruotanen.
También destacó la necesidad de promover una masculinidad positiva y de involucrar a los hombres y los niños como socios en el desmantelamiento de las culturas misóginas. “La legislación por sí sola no es suficiente”, afirmó. “Tenemos que cambiar la mentalidad, y eso requiere la cooperación entre los gobiernos, la sociedad civil y el sector tecnológico”.
El coste de la inacción
El auge de la ‘manosfera‘ es más que una tendencia digital: es una amenaza política y social. Al convertir los algoritmos en armas, explotar el anonimato y amplificar los discursos extremistas, los movimientos masculinistas están erosionando los valores democráticos y socavando décadas de avances en materia de igualdad de género.

Como advirtieron tanto De la Fuente como Ruotanen, lo que está en juego va más allá de la seguridad de las mujeres en internet. Afecta al tejido mismo de la democracia. Cuando la mitad de la población es silenciada mediante la intimidación, el acoso y el miedo, la igualdad -y la democracia- se convierten en promesas vacías.
Como un “cuchillo”
Las expertas comparan las tecnologías digitales con un cuchillo, algo que es una herramienta muy útil para cocinar, puede convertirse en un arma letal. Las redes sociales han sido aclamadas durante mucho tiempo como motores del progreso, herramientas capaces de conectar el mundo, ampliar las libertades y promover los derechos humanos. Sin embargo, estas mismas plataformas se han convertido en caldo de cultivo para el discurso de odio y la violencia de género.
Ellas, las víctimas y sus consecuencias
Según datos de la ONU, el 73% de las personas de entre 16 y 30 años han sido testigos de contenidos misóginos en internet, la mitad de ellas semanalmente. El informe de 2024 del secretario general de la ONU también reveló que al menos el 58% de las mujeres de todo el mundo han sufrido algún tipo de violencia en línea. Estas cifras reflejan un fenómeno generalizado y normalizado: la violencia de género facilitada por la tecnología (TFGBV, por sus siglas en inglés).
La TFGBV no es un problema virtual confinado a las pantallas, sino que tiene consecuencias tangibles. Aleja a las mujeres y las niñas de los espacios digitales, silencia sus voces y refuerza las desigualdades estructurales de género. La brecha digital de género se acentúa a medida que las mujeres se retiran de la esfera pública por miedo al acoso o a las agresiones.




