Cuando pensamos en brujería y persecuciones, solemos mirar a Alemania, Suiza o Francia, donde miles de mujeres fueron quemadas en hogueras a lo largo de los siglos XVI y XVII. Sin embargo, España también tiene una historia oscura en torno a la hechicería. Una historia menos conocida, pero igual de aterradora para quienes la vivieron. Y en ningún lugar fue tan intensa como en el norte del país, donde los juicios contra brujas en el Pirineo marcaron durante siglos la memoria de pueblos pequeños que aún hoy recuerdan con miedo aquel pasado.
Una persecución que empezó en la montaña
El Pirineo, con sus valles aislados, aldeas diminutas y una vida dura marcada por la naturaleza, fue terreno fértil para las acusaciones de brujería. Las mujeres que conocían remedios con hierbas, las viudas solitarias o aquellas que no encajaban en la norma social eran fácilmente señaladas. Un mal parto, una tormenta inesperada o la muerte del ganado bastaban para desatar rumores.
A diferencia de otras partes de Europa, donde la Inquisición actuaba directamente, en los pueblos pirenaicos muchas veces eran los tribunales locales y los concejos los que iniciaban los procesos. Eso explica que existan centenares de registros dispersos. Algunos con condenas mortales. Otros con castigos humillantes. Y muchos con simples acusaciones que se desvanecieron en el aire.
Las famosas brujas de Zugarramurdi
El caso más famoso de brujería en España tuvo lugar en Navarra, en la pequeña aldea de Zugarramurdi. Allí, a partir de 1609, se desató una histeria colectiva: vecinos que denunciaban aquelarres en cuevas, supuestos vuelos nocturnos y pactos con el demonio. La Inquisición recogió más de 7.000 acusaciones, en lo que se considera el proceso de brujería más grande de toda la Europa moderna.

En 1610, en Logroño, se celebró un auto de fe con miles de asistentes. Once personas fueron quemadas vivas, cinco más en efigie y decenas recibieron castigos menores. El impacto fue tan grande que el propio Consejo de la Suprema Inquisición decidió, a partir de entonces, ser más cauto con los casos de brujería.
Pero el daño estaba hecho. La fama de Zugarramurdi se extendió como símbolo del terror a las brujas en el Pirineo. Y aunque la Inquisición redujo la severidad, muchos pequeños pueblos continuaron celebrando procesos locales durante todo el siglo XVII.
El Pirineo catalán, una de las zonas más castigadas
En Cataluña, los juicios contra brujas fueron especialmente intensos. Entre los siglos XV y XVII, más de 400 mujeres fueron ejecutadas por brujería en pueblos pirenaicos, sobre todo en comarcas como Pallars, Vall d’Àneu o el Vallespir.
A diferencia de Navarra, donde la Inquisición frenó en parte las persecuciones, en Cataluña los tribunales civiles actuaban sin tantas limitaciones. Muchas veces bastaba con que un vecino señalara a una mujer como “bruixa” para que se desencadenara un proceso.
Testimonios de la época hablan de confesiones arrancadas bajo tortura y de pruebas absurdas como la “ordeal del agua” (si flotaba, era culpable) o la revisión del cuerpo en busca de “marcas del demonio”.
Estos procesos dejaron una huella imborrable. Todavía hoy existen rutas de las brujas en el Pirineo catalán, con pueblos que recuerdan a las mujeres condenadas y museos que intentan rescatar su memoria.
El Pirineo aragonés: rumores en valles aislados
En Aragón también hubo juicios por brujería, aunque menos documentados que en Cataluña o Navarra. En valles como el de Tena o Sobrarbe, la superstición formaba parte de la vida diaria. Los rumores hablaban de mujeres que podían desatar tormentas, enfermar al ganado o secar los campos.

Aunque las condenas a muerte fueron menos frecuentes, sí hubo procesos locales y muchas acusadas acabaron desterradas, humilladas públicamente o golpeadas. La dureza de la montaña y la precariedad de las aldeas favorecían el miedo colectivo, y cualquier desgracia podía transformarse en un motivo de acusación.