Jumilla, el pueblo donde hasta la calma es sospechosa: “Esto no es Torre Pacheco”

Ionela, musulmana rumana casada con un marroquí, nos cuenta con detalle cómo están viviendo el veto de Vox y cuáles son los miedos de su comunidad

Abierta y generosa. Así es como se describe en su página web Jumilla, una localidad murciana con una historia vitivinícola de más de 5.000 años y 72 nacionalidades distintas en su población de 28.000 habitantes. Entre ellos, 1.5000 marroquíes, la comunidad extranjera más numerosa y mayoritariamente musulmana. Hay también rumanos, colombianos, ecuatorianos y otros países, aunque en menor proporción.

Si la inclusión es hacer que la mezcla funcione, podría decirse, según se desprende de la imagen que ofrece Jumilla estos últimos días, que la diversidad ha enriquecido a esta población. Nos lo están confirmando las mujeres con las que hemos hablado en Artículo 14, como Irene López, copropietaria del restaurante Loreto, y algunas portavoces de las asociaciones femeninas que existen en la localidad. Casi al unísono, su opinión es la misma: “La convivencia es pacífica” y no permitiremos que Vox haga de Jumillla otro Torre Pacheco.

Esta última frase nos la repite Ionela, una mujer musulmana de origen rumano que llegó al pueblo hace 20 años. Su matrimonio con un marroquí, con el que lleva 18 años casada, es la mejor prueba de que la mezcla funciona. Su marido vino a España hace 35 años y, por lo que cuenta su esposa, lleva 27 años cotizando como trabajador del campo. Ella está empleada en el servicio doméstico. Comparte esos detalles para demostrar que no se pueden sentir forasteros.

Dos hombres de origen marroquí este jueves en el barrio de Nuestra Señora de Fátima de Jumilla. La decisión del Ayuntamiento de Jumilla ha desatado indignación e incertidumbre entre la comunidad musulmana semanas después de los incidentes racistas registrados en una localidad próxima
EFE/Marcial Guillén

“El veto de Vox nos impedirá rezar en el polideportivo municipal, pero no conseguirá sembrar odio en la población ni dividirnos. Tenemos dos hijos, una adolescente de 16 años y otro de 11. Son españoles. En los colegios o institutos nadie mira si son de un color u otro, si son cristianos o musulmanes. En los equipos de fútbol donde juegan, los chicos tienen nacionalidades diferentes, pero la única distinción es si uno es portero, defensa u otra posición. Ha sido así desde pequeños y, a pesar del veto para orar, no vamos a levantar la voz porque queremos paz”, nos dice.

Esta mujer argumenta con una filosofía muy sabia que, en parte, le inculcó su familia después de vivir conflictos y momentos muy delicados en su país. Otra parte la grabó el dolor de la inmigración en su propia piel. “La dificultad te obliga a aprender y créame que el mayor deseo de la comunidad musulmana es vivir tranquilos y con libertad para cumplir con la oración y nuestras fiestas sin incordiar a nadie”.

Una mujer de origen marroquí, este viernes en una calle del centro de Jumilla (Murcia).
EFE/ Marcial Guillén

Ionela nos confiesa que algunas personas de Jumilla les preguntan si se van a quedar de brazos cruzados. Su respuesta es la réplica de unas palabras del arzobispo y activista sudafricano Desmond Tutu: “No levantes la voz, mejora tu argumento”. Y en sus argumentos expone la falta de comprensión por parte del Ayuntamiento al impedir el uso de su polideportivo municipal para los rezos musulmanes: “Son dos días al año, una hora y media cada fiesta: la del Cordero y la del Ramadán. De siete a ocho y media de la mañana. El lugar queda impecable porque allí ni se bebe ni se come. Cada uno lleva una alfombra de su casa y reza. No molestamos a nadie”.

Durante la larga conversación, esta madre repite que, igual que ella, el resto de las madres musulmanas de Jumilla quieren el bien para sus hijos y familias. “Si esto ha sido una provocación para romper la convivencia y la amistad entre las gentes creando un nuevo Torre Pacheco, no lo están logrando”. Ionela, como el resto de las mujeres con las que estamos hablando estos días, se sienten decepcionadas con la alcaldesa, Severa González López, que “ha cedido al chantaje del concejal de Vox parra poder aprobar los Presupuestos. A cambio, nos ha propuestos otro espacio, pero es tan reducido, teniendo en cuenta que somos unos 1.500 musulmanes, que habría que tomarlo como una burla, un nuevo muro de incomprensión”.

Este es el motivo por el que tampoco podría considerarse la opción de las dos mezquitas situadas en el casco histórico. “El aforo es muy limitado. Nos permite la oración diaria, que son cinco veces al día, pero no una celebración como el Ramadán o la Fiesta del Cordero. Nosotros respetamos las procesiones de Semana Santa y participamos en actividades vinculadas a su patrona, la Virgen del Pilar, ¿por qué a nosotros se nos veta?”. La indignación es mayor durante estos días de fiestas locales al ver que una gran explanada se convierte en una concentración masiva de jóvenes para hacer botellón.

La decisión del Ayuntamiento de Jumilla, un pueblo del sureste español gobernado por la derecha y donde residen miles de inmigrantes, de prohibir actos religiosos en espacios municipales donde se celebraban ceremonias islámicas como el fin del Ramadán, ha desatado indignación e incertidumbre entre la comunidad musulmana semanas después de los incidentes racistas registrados en una localidad próxima
Un hombre de religión musulmana camina por una calle del centro de Jumilla frente a una joven
Efe

En Jumilla se respira desasosiego. La línea que separa su paz del alboroto que se impulsa desde las redes sociales está demasiado tensa. Vox lo ha celebrado: “Objetivo cumplido”. El silencio de los vecinos no es cómplice ni de unos ni de otros, sino el reflejo de un miedo patente a que se dinamite la convivencia, a que en medio del calor sofocante de este mes de agosto avive en las calles el clima de polarización y crispación que ya está en las redes.

Así nos lo hace saber Ahmed Khalifa, presidente de la Asociación Marroquí para la Integración de los Inmigrantes: “Es una luz verde para otros municipios. Si no hay condena desde otros partidos políticos, esto se extenderá a otras localidades. No es algo puntual. Vamos a ver cómo se desarrolla y si esto puede considerarse un delito de odio. España no puede caer en un retroceso en cuanto a derechos y libertades. Me preocupa especialmente la difusión en las redes sociales. Sabemos que hay cuentas específicas que están organizadas desde la ultraderecha”. Ese es el miedo que se desliza de manera contenida por las calles de Jumilla, donde hasta la calma empieza a ser sospechosa.

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