Cada mes de septiembre, el mundo entero espera al ultimísimo iPhone, los jugones se impacientan cuando no llega una nueva consola, y los relojes inteligentes de muñeca están más de moda que nunca. En la era de la inteligencia artificial, la tecnología merma incluso uno de nuestros sentimientos más ancestrales: la nostalgia.
Sin embargo, en este paradigma de sobreestimulación consumista y tecnológica, en plena era del fast fashion y de formas de vida aceleradas, muchos se resisten a dejar el pasado atrás. Vinilos, tocadiscos, walkmans, etc. Una multitud de objetos cotidianos del pasado (y que parecían condenados) están volviendo con fuerza.
¿Una tendencia pasajera?, ¿un espejismo de nuestra vida filtrada y editada? Lejos de ser un simple regreso a una moda pasada, este fenómeno puede explicarse de varias formas.
Por un lado, existe la necesidad de recuperar el control, ralentizar nuestro biorritmo frente a la tiranía de la respuesta inmediata. Por otro, la fascinación por las tradiciones y los valores de nuestros ancestros. Los que vivían probablemente menos intensamente, pero más felizmente. Lo vintage ya no es solo una apuesta estética, es una declaración de cambio mental y de vida.
Apagar el móvil para volver a sentirse útil
Durante estas últimas dos décadas, el smartphone se ha convertido en una herramienta indispensable y en un símbolo de libertad. Representa también, y en primera persona, el progreso imparable de unas generaciones ultra conectadas.
Sin embargo, hay algunos signos de que los más jóvenes quieran volver a sentirse autónomos de tanta tecnología y desconectar “a ratos” de las redes y de tantas maquinas. Según un reciente artículo de The Wall Street Journal, en Estados Unidos, cada vez más jóvenes usan flip phones, esos teléfonos móviles cuya tapa se cierra como el clásico StarTAC de los años noventa.
Según el diario, los cierran con un gesto elegante y seco. Y ese cierre voluntario, acompañado de un clic metálico, desata una emoción tan agradable como la de decir “¡desconecto!”. Sentirse por fin libre de obligaciones y ruido.
Varias marcas como Motorola (la precursora), Samsung o Xiaomi, apuestan sobre este back to the basics con modelos sencillos que ofrecen una cierta tranquilidad frente a las notificaciones constantes. Los fabricantes se centran en ofrecer las herramientas básicas para la comunicación esencial, sin la parafernalia de las apps de los smartphones modernos.
Los móviles plegables se han convertido en unos minúsculos manifiestos portátiles, una voluntad de volver a una vida más sosegada y convertir los minutos de vida en realmente útiles.
Además, ofrecen algo cada vez más valioso: el silencio. No exigen una atención constante, ni invaden nuestro espacio al estar calladitos mientras no se utilizan. Para muchos jóvenes de hoy llevar un flip phone no es retroceder en el tiempo, ni optar por la nostalgia, es elegir cuándo y dónde debe estar la tecnología en sus vidas.
Esta resurrección no afecta únicamente a los modelos plegables, los dumbphones y otros teléfonos móviles descatalogados, sino también a otros aparatos que están cobrando de nuevo vida, como los casetes, tocadiscos y antiguas cámaras.
Aunque Instagram, en mi opinión, fue el gran artífice de todo este movimiento al volver a poner de moda los filtros vintage y, de paso, las Polaroids antiguas, es todo un movimiento social que trata de recuperar el pasado y escapar al torbellino digital.
Curiosamente, es TikTok donde se comparte y celebra más la vuelta de las agujas, botones y teclados físicos. Es donde las fotos y vídeos pueden salir imperfectas, pero parecer más genuinas. Los viejunos dispositivos recobran interés entre unos usuarios que quieren exhibir tener una personalidad propia y unos gadgets con solera. De hecho, frente a la fabricación en masa, cada objeto se vuelve único, más cotizado y con los años será difícil encontrarlo.
La mayoría de estos aparatos desfasados han sido cedidos por los padres o se encontraron tirados en algún mercadillo o almoneda, dándole aún más valor sentimental al asunto. Grandes marcas vuelven a sacar ediciones limitadas de sus modelos más destacados.
Vinilos, cámaras digitales y memorias sensoriales
Las cámaras compactas de los años 2000, como la Canon PowerShot o la Sony Cyber-shot, están viviendo un segundo romance con una clientela que aún no había nacido en aquella época. Son las más cotizadas en mercadillos y plataformas de segunda mano. Lo mismo ocurre con la música. En un momento de irrupción de millones de temas creados con la ayuda de la inteligencia artificial, vuelven los discos de plástico negro y los platos a girar. Las ventas de vinilos han crecido un 5% en el último año en el mundo.
Este verano, el veterano (y venerado) Carl Cox, unos de los DJs más famosos del planeta, anunció su primer bolo en Ibiza mezclando únicamente con platos de otra época. En Los 33, uno de los restaurantes más cool de la capital, en uno de los rincones reina una biblioteca de madera. Está repleta de viejos LPs y sus añoradas portadas. Es el alma de este local de moda.
Muchos otros sitios recuperan mesas Singer como elementos decorativos originales, una antigua mesa de costura que tenía mi abuela. También en las cocinas de dichos establecimientos, los chefs recurren cada vez más a hornos de fuego, ingredientes y recetas de sus abuelos, así como a sus cuchillos y utensilios.
Este detalle estético del pasado también se aprecia en la publicidad, en la moda, en los cortes de los vaqueros, en las motos retro-urbanas o las mismísimas bicicletas alquiladas.
Lo vintage: la rebeldía estética de toda una generación
Este renacer no es solo estético. Es emocional, sentimental, social y cultural. Varios estudios recalcan que, aunque pocos son los jóvenes que abandonan totalmente sus smartphones, muchos los alternan con teléfonos más “bobos”. De esta forma, crean unas “zonas donde respirar” sin tanta tecnología, viajes sin mapas, tardes sin hacerle caso a nadie, ni a nada.
Esta tendencia se alinea con la llamada cultura Newtro, una fusión entre lo New y lo Retro, que surgió en Corea hace unos años y se extendió por todo el planeta. No se trata de volver completamente al pasado, sino de combinar lo bueno de antes con lo bueno de ahora. Disfrutar de “viejas” glorias sin dejar de innovar. Conectar un walkman con cables a nuestros altavoces de casa, escuchar esos temas que ya no se encuentran, usar una cámara obsoleta para retratar la vida de ahora.
También merece la pena destacar un movimiento curioso. Y es que muchas mujeres jóvenes se apropian de dispositivos tecnológicos diseñados a una época en la cual no se las tomaba tanto en cuenta. Ya no son meras usuarias pasivas a quienes se les decía comprar tal o tal sistema. Reinterpretan, redefinen dichos objetos, que fueron en su día “de culto”, para hacerles más suyos. Lo vintage se convierte en una herramienta de empoderamiento silencioso, sin romper al 100% con lo moderno.
No se trata de buscar una huida, ni un refugio a tanto bombardeo informativo a través de una vuelta al pasado. Es más bien una elección: una forma consciente de vivir, con emoción y perspectiva, el presente y todo lo nuevo.