“Pensamos que en los wasaps de Paco tiene que haber algo. Mi hijo no hablaba por teléfono, pero ahí sí estaba todo el día metido. Me da coraje que hace diez años no pudieran conseguirlos y ahora en dos días tengan los del fiscal general del Estado, incluso los borrados. Ha pasado mucho tiempo en nuestro caso, lo sé. Pero para unos tantos y para otros tan poco…”.
Quien así habla ha movido cielo y tierra, pasado incontables noches en vela, con sus días zombi, y revisado cada resquicio del camino con la sensación de que otros pasaron demasiado por alto. “El problema es que no tenemos el terminal“, reconoce Isidro Molina, un padre entregado en encontrar a su hijo desaparecido. Su teléfono móvil es una pieza del puzle. “Lo busqué hasta en tiendas de segunda mano por si lo hubieran vendido, pero nada. No di con él. Mejor”. No le añade más a ese mejor. Quizás no haga falta. Nada es igual a como debería haber sido, siendo en parte tan idéntico a como fue. El cajón donde Paco guardaba sus cosas sigue tal cual estaba siempre, ordenadísimo; como su ropa; su cuarto entero. Y su rostro, el de un muchacho de 16 años que desapareció el 2 de julio de 2015.
Se han cumplido diez años esta semana. “Y tengo la misma pena que el primer día. Seguimos igual”, resume Rosa Sánchez. Madre y padre, los dos inseparables, atienden a dos voces a Artículo14 como en cada entrevista concedida desde que les falta Paco. “Si me llama un periodista, siempre estoy”, explica Isidro. “No podemos perder ni una oportunidad”, añade Rosa. El fin es mantener vivo el recuerdo de su hijo en la memoria colectiva. Con la esperanza de que algún día alguien arroje una pista, se recomponen, encajan preguntas incómodas -“nos han llegado a decir que no iban a sacar la noticia de nuestro hijo porque su historia no vendía”- y repiten pacientes lo contado tantas veces, con un deseo lanzado al aire: “A ver si un día tenemos la suerte de poder apagar el teléfono”.

Hasta hace unos meses, la línea telefónica de Paco seguía activa. La han pagado todo este tiempo, pese a que nunca volvió a dar señal alguna. Ni llamadas entrantes ni salientes. La Policía les recomendó que la diesen de baja. “Y así lo hice, con todo el dolor de mi corazón”, asume Isidro. “Era el hilo que me quedaba”, acusa Rosa.
Si Paco hubiera sido Paca o hija de alguien con pedigrí quizás no habría aparecido aún, pero están convencidos de que habría contado con más focos y recursos. “¿Conoces a algún hijo de algún policía o político o personaje conocido que lleve años y años desaparecido?”, pregunta Isidro con la respuesta al bies: “No. Aparecen en cero coma dos. En el caso de mi hijo ni siquiera cogieron a tiempo las cámaras de la estación de autobuses”. La de Córdoba, en la que un conductor creyó reconocerlo la madrugada en que desapareció, subiendo a un autobús rumbo a Madrid. “Me pasé los ocho meses siguientes yendo cada viernes a la misma hora a la estación, de 5 a 6, cuando salió el supuesto autobús en el que se fue. Buscaba algún comportamiento similar en otros pasajeros. Los miraba… Tampoco sabía yo bien lo que buscaba”. Rosa lo atribuye a la desesperación: “Se hacen cosas sin sentido”. Los investigadores también hicieron ese chequeo, de forma metódica. Revisaron todas las paradas del recorrido y llamaron a todos los teléfonos móviles que posicionaron ese día en ese tramo de carretera. Nadie recordaba a Paco Molina. Fue una de tantas pesquisas del grupo de Homicidios de la UDEV Central.
“El día que nos dijeron que la investigación había pasado de Córdoba a la unidad que llevaba delitos violentos se me pusieron los pelos de punta”, recuerda Rosa. El caso había saltado del grupo de menores a los investigadores de la comisaría provincial. La investigación se amplió. Se revisaron pistas en Italia, Alemania y hasta en Irak, ante la posibilidad de que Paco se hubiera ido a luchar contra el Estado Islámico. Sin éxito. Se hicieron casi 300 tomas de declaración, algunas de ellas a las mismas personas interrogadas hasta dos o tres veces. Por supuesto, quienes estaban aquella noche con Paco. Esos amigos a los que dijo que volvería en un rato, que había quedado con alguien sin especificar, dijeron. Su móvil se apagó a medianoche, a la altura de los Jardines de Los Patos. “Se me está acabando la batería. Cuando llegue lo cargo”, le escribió a una amiga. Fin.
Los investigadores también confían en que la tecnología de hoy en día pueda servir para recuperar archivos borrados u ocultos. No se cierran puertas. Igual que hace años activaron una aplicación de reconocimiento facial en sus bases de datos, con la foto de Paco Molina incluida en Europol. La llamada Operación Cachorro es una espinita policial, que cuenta con una línea directa para cualquier pista: 609 777 867. Los padres habilitaron un apartado de Correos, el 3011 de Córdoba.

Aún sufren las consecuencias de aquellos primeros días en los que Isidro dio su número personal para recibir cualquier información posible; los desalmados siguen usándolo para intentar extorsionarlos. Les han pedido desde 10.000 a 100.000 euros por darles información sobre el paradero de su hijo. “Llamadas normalmente en fin de semana y desde Sudamérica. Por desgracia, ya somos expertos. Nos hemos hecho un master, aunque soy un poco torpe porque llevo diez años”. Isidro recurre a la ironía. “Esta Navidad hemos tenido otra llamada. Para no aburrirnos. Era más baratita: 3.000 dólares. Así que más de lo mismo. Se le pasa a los investigadores y listo”. Rosa habla de ojo clínico: “Algunos mandan datos que sé que mi hijo no diría, que se ve al momento que es mentira”.
“Todo es desagradable. Como la llamada que nos hicieron al mes de la desaparición para decirnos que tenían que tomarnos muestras. Y no dijeron más. Estuvimos todo el fin de semana pensando que lo habían encontrado y necesitaban comparar ADN”, recuerda Rosa. “Yo me quedé muerto. Hasta que no llegamos allí y nos dijeron ‘no hombre que no, es una rutina’, no me relajé. Pero esto no se dice así. No se hace así”, lamenta Isidro. “Y las que nos quedan”, vaticinan ambos. Por delante tienen una decisión difícil, abierta precisamente al cumplirse los diez años de la desaparición de Paco. Por ley, vencido este plazo pueden darlo por fallecido. Un paso al que se ven abocadas muchas familias ante el reparto de una herencia o una gestión administrativa que se complica cuando hay un ausente. “Es un despropósito y un dolor añadido que no tiene sentido. No tengo por qué decir que mi hijo está fallecido cuando no lo sé”, zanja Rosa.

La figura de los desaparecidos no se trata ni en psicología ni en derecho. “Como no votan, no cuentan”, concluye Isidro. Cuando al principio pidió ayuda psicológica, lo derivaron al servicio del juzgado de menores. “Me dijeron que me podían atender cuando apareciera Paco. Les dije que si aparecía, ya no los necesitaba”. Nunca imaginaron sumar sine die. “Yo no era capaz ni de hacer la comida que le gustaba a Paco. Me llevaba el alma”. A Rosa se le alegra la voz al recordar a su hijo diciéndole cuando hacía salmorejo ‘uy, mamá, qué rico, haz que sobre’”. El tono le muta igual al hablar de Pepe, su segundo, que en 2015 tenía 15 años. “No sólo desapareció su hermano. Tampoco sus padres son los mismos que hubieran sido”. Ante la imposibilidad posible de perderlo, hubo un tiempo en que siempre lo necesitaban localizable. Por suerte, pasó. Superaron esa angustia, como tantas otras. “Pensar en positivo nos deja vivir”, coinciden. “En octubre, Paco cumple 27”.