A la gente que no cree en milagros, sino en evidencia, la Organización Mundial de Salud (OMS) le ofrece una contundente: en las últimas cinco décadas, las vacunas han evitado la muerte de 154 millones de personas. Cada minuto, son salvadas seis vidas gracias a ellas. Unos dos o tres millones de niños esquivan cada año una muerte prematura gracias a las campañas de vacunación. La meta es eliminar enfermedades que pueden prevenirse con la vacunación.
Es el caso de la vacunación profiláctica contra el virus del papiloma humano, que ha reducido significativamente la incidencia de cánceres invasivos y sus precursores. La OMS espera que, de aquí a cinco años, haya una cobertura del 90% en niñas antes de cumplir los 15 años. O la viruela. En el siglo XVIII, cada año moría en Europa el 10% de la población a causa de esta enfermedad infecciosa y contagiosa. En las ciudades más populosas, como Londres, París o Nápoles, la muerte alcanzaba a una de cada cinco personas. El 8 de mayo de 1980, la OMS declaró la erradicación de la viruela de la faz de la Tierra.

¿Por qué es necesario recordarlo?
En España, vacunarse es un acto libre y gratuito con buena respuesta en la población, que entiende que es una de las armas más poderosas para combatir las enfermedades. Sin embargo, más de 14,3 millones de bebés en todo el mundo no recibieron ninguna vacuna en 2024, la cifra más alta desde 2008, según la OMS y Unicef. La cobertura vacunal infantil se ha estancado en la última década y, desde la pandemia, varios países han registrado descensos en al menos una de las pautas recomendadas, de acuerdo con una investigación mundial financiada por la Fundación Bill y Melinda Gates. España no es una excepción: 10.734 niños están sin vacunar.
Siempre ha habido escépticos de las vacunas, pero a raíz de la campaña de vacunación masiva con el covid-19, nació una reacción escéptica, incluso violenta. Los científicos hicieron un esfuerzo sin precedentes, pero la sensación, ampliamente difundida por las redes sociales, es que se crearon con prisas y sin garantías. F. Perry Wilson, profesor de la Facultad de Medicina de Yale, dice que hay un pequeño truco para que estas cosas pasen: inflamar las emociones. Buen ejemplo es el hashtag #DiedSuddenly (#MurióRepentinamente). Durante meses, a cada muerte le seguía la pregunta si el fallecido estaba o no vacunado.
“Jamás sabremos cuántos millones de vidas se salvaron gracias a que un porcentaje importante de la población mundial estaba ya vacunada cuando la ultracontagiosa variante ómicron del coronavirus irrumpió en noviembre de 2021″, señala Ricardo Cubedo, oncólogo, investigador clínico y autor de El órgano transparente. La vacunación no impidió la infección, pero evitó entre el 70% y 90% de los casos graves y mortales.
Entre la desconfianza y el descuido
“Las vacunas -añade- son los medicamentos más naturales. Tan solo se trata de hacer llegar a nuestro organismo esa parte del microbio que activa al sistema inmunitario antes de que tengamos la mala suerte de toparnos con el propio microorganismo”. ¿Por qué entonces hay padres que no vacunan a sus hijos? Por una parte, el movimiento antivacunas, que aprovecha cualquier excusa para generar desconfianza, se ha reactivado en la sociedad. Ahí está el caso de la enfermera juzgada estos días en la Audiencia de Vizcaya por simular vacunas a menores en un ambulatorio de Santurtzi cuando en realidad no les inoculaba ningún tipo de profilaxis.

Pero hay más motivos y uno es el descuido de los padres. Un grupo de médicos del Hospital Virgen de las Nieves de Granada estudió el brote de sarampión en el barrio del Albayzín. El virus se introdujo en una boda por un adulto enfermo procedente de Mallorca y, teniendo en cuenta la baja cobertura vacunal en la zona, se extendió rápidamente. La transmisión, que empezó en los colegios, fue alcanzando a otros barrios y municipios al calor de un estilo de vida naturista dominante en el Albayzín, que hace que la población eluda el sistema sanitario y opte por medicinas alternativas. La mayor propagación ocurrió en un colegio donde solo el 60% de los escolares habían recibido la triple vírica.
Al analizar qué lleva a los padres a no vacunar a sus hijos, los sanitarios observaron que una de las razones, y de mejor solución, es el descuido. No obstante, detectaron que otro grupo, con un nivel económico medio o alto y buena formación académica, rechaza las vacunas con un profundo convencimiento, tras haberse informado y reflexionar sobre el tema. “Por diversas razones llegan a esta postura, como el deseo de una crianza natural, la influencia de médicos homeópatas en contra de las vacunas o la información disponible en internet”.
Creen que las vacunas son innecesarias o dañinas. “Tienen miedo a los efectos secundarios; muchos piensan que la triple vírica produce autismo, que todas las vacunas contienen mercurio con efectos perjudiciales, o simplemente argumentan que las vacunas a la larga dan problemas, sin especificar de qué tipo”.
Todo eso que los investigadores percibieron en el Albayzín se puede trasladar al resto de la población que se opone a la vacunación. Tienden a subestiman algunas enfermedades, como en este caso el sarampión, o piensan que ya apenas existen y confían en el efecto rebaño al estar inmunizada la mayoría de la población. O argumentan que es cosa del sistema capitalista, que defiende los intereses económicos de las compañías farmacéuticas.
Persisten los bulos
En 2016 se publicó un estudio en España en el que se encuestó a los padres sobre por qué no vacunaban a sus hijos. Alegaron presencia de mercurio en las vacunas (100%), miedo al desarrollo de autismo (90%), presencia de aluminio en las vacunas (85%), presencia de conservantes y estabilizantes en las vacunas (70%), miedo a la reacción alérgica anafiláctica (65%) y miedo al desarrollo de enfermedades neurológicas (65%).
Frente a estas falsas creencias, recogemos una reflexión del doctor Cubedo: “A mí me parece que hay algo muy hermoso, de lo mejor del ser humano, en ese hilo invisible que recorre la historia de la ciencia y de la medicina; no se me ocurre mejor ejemplo que el de la inmunología y las vacunas”. Y en esa hebra ininterrumpida conecta al Premio Nobel Iliá Metchnikoff, pionero en la inmunología moderna, “encorvado sobre su microscopio a finales del siglo XIX, con un niño del siglo XXI que se dirige a la escuela en Camerún en lugar de morir de fiebre amarilla”.