Cuando acompañar también duele: ¿quién cuida a quienes sostienen a las víctimas?

Los psicólogos, trabajadores sociales, abogados o incluso agentes de la autoridad que atienden a mujeres maltratadas pueden sufrir traumas secundarios o fatiga por compasión

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KiloyCuarto

¿Se han preguntado alguna vez por la carga invisible de los profesionales que acompañan casos de violencia de género? Ya les adelantamos, es trascendental.

“Desde que trabajo acompañando casos de violencia de género, ya no veo los vínculos de la misma manera“. La frase es de Isidora Pasarín Avendaño, psicóloga chilena y especialista en género y violencia. Una frase breve, pero demoledora, que encierra una verdad silenciada: quienes se dedican a sostener emocionalmente a víctimas de violencia también necesitan ser sostenidos. Y muchas veces, no lo están.

Cada día, psicólogos, trabajadores sociales, abogados o incluso agentes de la autoridad se enfrentan a relatos que desnudan lo peor de nuestra sociedad. Escuchan el dolor de otras personas, lo procesan, lo contienen y lo traducen en acompañamiento. Pero ese acto, ese trabajo cotidiano de escucha profunda y apoyo empático, también deja huella. También duele.

Pasarín lleva seis años escuchando historias de violencia, y apenas recientemente se permitió hablar del impacto que eso tiene en su propia vida emocional. “Nunca había tenido un espacio para hablar de lo que eso me generaba a nivel personal”, confiesa. Y lo más alarmante: esta realidad es compartida por muchos profesionales, pero raramente nombrada, y menos aún, abordada.

El costo emocional de acompañar el dolor

En el mundo de la salud mental, existen espacios de supervisión técnica: reuniones donde se analizan los casos clínicos desde una mirada profesional. Pero, como señala la psicóloga, “lo que se remueve en nosotras a nivel humano queda fuera de escena y ya es tiempo de nombrarlo”.

La exigencia de estar siempre disponibles, de “sostenerlo todo” por el simple hecho de haber sido formados, se convierte en una trampa. Acompañar procesos de violencia no es un acto neutro. Al contrario, “también nos afecta, también nos atraviesa, ya que no escuchamos desde un lugar neutro, sino desde nuestros propios cuerpos, historias y vivencias”. Y muchas veces, esas historias también están marcadas por la violencia.

La acumulación silenciosa de ese dolor ajeno, que se vuelve propio en la escucha, puede tener consecuencias devastadoras: angustia, hipervigilancia, irritabilidad, agotamiento, dificultad para vincularse emocionalmente… Una forma de desgaste emocional que puede derivar en trauma secundario o fatiga por compasión. Lo que no se nombra, no se cuida. Lo que no se cuida, se rompe.

Cuidar sin quebrarse

Frente a esta realidad, y desde una necesidad personal tan profunda como colectiva, Isidora Pasarín junto a las psicólogas Camila Fredes y Belén Riveros fundaron Núcleo Violeta, un espacio de salud mental con perspectiva de género que busca ser un refugio emocional para quienes sostienen.
“Para acompañar con sentido, necesitamos también espacios donde conectar con lo que nos pasa, desde lo humano y lo íntimo”, afirma Pasarín. La propuesta es clara: si queremos garantizar acompañamientos éticos y sostenibles, debemos reconocer el desgaste de quienes los brindan.

Desde esa convicción nace la iniciativa del grupo reflexivo para personas que acompañan violencias de género. Un espacio online, seguro y sin juicios, donde profesionales de todo Latinoamérica puedan compartir sus experiencias, emociones y dudas. Un lugar donde bajar la guardia. Donde ser vulnerables. Donde ser humanas.

“Una pausa compartida para reconocer el impacto de este trabajo en nuestra vida emocional y vincular”, explica la psicóloga. “Porque si queremos sostener a quienes acompañamos, también necesitamos de espacios que nos sostengan.”

Cuidarse es una necesidad

El impacto de acompañar violencia de género no solo es profesional. También es personal. “Después de años de acompañar casos, he vivido momentos de angustia profunda”, revela Pasarín. Esas emociones, lejos de ser una señal de debilidad, son una evidencia de humanidad. Pero el sistema las ignora. Las relega al ámbito privado. Y es ahí donde radica el problema.

Cuidarse es una necesidad que, como tantas otras, ha sido históricamente invisibilizada”, denuncia. La lógica de la autoexigencia y del sacrificio personal ha sido romantizada en el trabajo social, terapéutico y activista. Pero ese modelo está quebrado. Necesitamos otro. Uno donde el bienestar de quienes acompañan sea también una prioridad.

Y ese bienestar no se construye en soledad. “La experiencia grupal puede ser profundamente reparadora: nos permite nombrar lo que muchas veces cargamos en silencio, reconocernos en otras, y entender que el bienestar no se construye en soledad, sino en el vínculo, en las redes, en lo compartido”.

Humanidad y corresponsabilidad

Desde Núcleo Violeta, las fundadoras impulsan una visión transformadora: crear redes de cuidado que acompañen a quienes acompañan. Transformar la práctica profesional en un ejercicio consciente de humanidad y corresponsabilidad.

“El encuentro grupal reflexivo nace como una respuesta a un malestar que fuimos pesquisando a medida que nos atrevimos a compartir más de nuestras experiencias personales”, dice Pasarín. Ese malestar, que tantas veces queda silenciado por la rutina o el deber profesional, es hoy reconocido como una señal de alarma. Y como una oportunidad de cambio.

El primer encuentro se realizará el viernes 22 de agosto a las 19:30 horas (hora Chile) y contará con participación latinoamericana. La idea es simple pero poderosa: habilitar un espacio para hablar del dolor que acompaña al dolor. Y recordar que, al final del día, quienes cuidan también necesitan cuidados. Porque nadie debería tener que sostener sola el peso de tantas historias rotas.