Si la mala hierba nunca muere, ¿es posible rehabilitar a quien ha matado a cinco mujeres en apenas un año y le han cazado a punto de atacar a otra? Es la duda que gira en torno a un perfil como el de Joaquín ‘Ximo’ Ferrándiz. El hombre que pasó a nuestra historia criminal bajo él deshonroso apodo del “depredador de Castellón”. Ese fue el territorio de acción de un serial killer que salía de caza de noche, por discotecas de mediados de los noventa, en busca de jóvenes de entre 20 y 25 años a las que asaltar a la salida o por las zonas en las que se movían las mujeres prostituidas.
Su acción criminal destapó esa dualidad entre las víctimas: aquellas que pasan desapercibidas, sin un entorno que se vuelque en su búsqueda y ejerza presión social -como ocurrió con Mercedes, Natalia y Francisca, cuyos cuerpos aparecieron en un acequia sin mayor repercusión- frente al caso de Amelia Sandra, cuya familia ha seguido décadas después recordando el vacío que dejó en sus vidas el asesinato de la joven de 22 años, o el de de Sonia Rubio, una joven profesora de inglés a la que Ferrándiz convirtió en su primera víctima mortal. Antes, ya había violado. En 1989 atropelló adrede a una joven y la agredió sexualmente, para luego cuestionarla mientras cumplía condena. La campaña de su entorno reclamando su excarcelación fue tan feroz que salió antes de tiempo. Y volvió a actuar.

El buen hijo y aún peor asesino
Su madre es la única que lo ha visitado en prisión. Ni siquiera sus hermanos trataron con él durante su estancia en el penal de Herrera de la Mancha, del que salió en 2023 con gorra, gafas y mascarilla, entre una nube de micrófonos. “Me voy al extranjero para no molestar a nadie y hacer mi vida”, aseveró el asesino exconvicto sabiéndose persona non grata en Castellón. Ahora sabemos que no se fue tan lejos y recaló en Guipúzcoa; primero en Irún y luego en Andoain donde a sus 60 años rehizo su vida, o lo intentó. La Ertzaintza ha confirmado estos días que Ferrándiz ha vuelto a entrar en su radar. Su expareja lo denunció hace un año por acoso y tiene en vigor una orden de alejamiento. ¿El monstruo volvió a asomar?
“Es inteligente, me comentó que no se estaba haciendo una intervención adecuada con él de cara a que no volviera a reincidir cuando saliera de prisión”, reveló la criminóloga Carmen Balfagón. Es una de las pocas especialistas que ha podido tratar con el “matamujeres” en estas décadas, mientras estaba entre rejas. El primero fue Vicente Garrido, quien además trabajó como asesor de la Guardia Civil cuando la investigación cayó en manos de la UCO. Fue el primer perfilado mindhunter en nuestro país.
Sabían que se enfrentaban a un sádico, que golpeaba y violaba a las mujeres, a las que estrangulaba con su ropa interior. A Sonia la maniató con una cinta de 18 milímetros, que a posteriori hallarían en su casa como prueba clave. Pero antes de llegar hasta él tenían claro que buscaban a un hombre que se movía en un radio de acción concreto, dentro de un perímetro delimitado. Ferrándiz cumplía a la perfección el llamado círculo de Canter, según los lugares en los que hallaron a sus víctimas. “Yo me acuerdo que las tres víctimas de las prostitutas es como si hubiera sido el mismo, en todo, y lo dejé prácticamente todo en el mismo sitio”, le detalla a Balfagón. Por entonces, su careta del buen hijo, educado, tímido y trabajador se había caído irremediablemente.
Asesino en serie confeso
Derrotarlo no fue tarea fácil. La UCO y Garrido lo atacaron a dos bandas hasta que confesó; primero, el crimen de Sonia; el resto se los atribuyó a medida que pasaban los meses. De no haber sido así quizás no habría bastado con los indicios y pruebas que tenían acumuladas. Para confirmar que no habría marcha atrás en el juicio, le pidieron que los llevase hasta los escenarios de su depravación. Y así lo hizo. En cada localización dio detalles que solo podía saber el asesino, pero que se negó a repetir en el juicio. “Ya no voy a contar nada más”, zanjó ante el jurado que lo declaró culpable. Sentenciado a 69 años, no realizó ningún curso de rehabilitación entre rejas.

Solo había que esperar. Planificador, embaucador, capaz de ofrecer una cara a su familia durante los tres años en los que la policía seguía la pista de un asesino y él solo pensaba en ocultarse para volver a actuar, era cuestión de tiempo que en libertad cometiese un error. “Vivimos con miedo porque no sabemos cómo está ahora, solo hemos visto fotos antiguas“, reconoce una vecina de Andoain. El saber que tienen a Ferrándiz de convecino ha enturbiado el ambiente: “Todas tenemos hijas y nietas”, añade otra. Han rastreado el pasado criminal de alguien que en los noventa actuó lejos. Ahora lo temen. Han leído que a su primera víctima le puso en unos clips en los ojos y encima colocó la cinta; así, al quitársela, no le arrancarían las pestañas. El fin era que no lo reconociese. Pero no contaba con acabar en la cárcel. Y cuando cumplió su primera condena optó por no dejar rastro: violar y matar.
“Cuando me enteré de todo…”, contó ante el juez la última superviviente antes de ser detenido; “¿adquirió conciencia del peligro?”, le interrumpió el fiscal. “Sí”, concluyó ella en el juicio celebrado en el año 2000. La joven podría haber sido la sexta víctima. Simuló un choque en la carretera y al intentar socorrerla hizo el amago de meterla en su coche a la fuerza. Los gritos de la chica alertaron a un hombre que pasaba por allí, como ocurriría con El Chicle, el asesino de Diana Quer, veinte años después. En otra ocasión, los testigos del intento fueron los agentes que iban detrás, siguiéndole de cerca. Para entonces tenían claro que era su principal sospechoso y que debían pillarlo in fraganti, a punto de actuar. Los sábados eran sus días de caza. Esos días hasta la mirada le cambiaba, recuerdan los investigadores. Como entonces, el riesgo ahora es que vuelva a actuar.
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