La muerte resuelve todos los problemas. La literalidad que se le atribuye a Joseph Stalin la encontraron anotada en la libreta del serbio que un siglo después cruzó un océano y recorrió medio continente en coche para matar a su mujer siguiendo la premisa del dictador soviético: “Si eliminas al hombre termina el problema”. Si eliminas a la mujer, también. Al menos así debió de pensarlo David Knezevich cuando planificó el crimen de Ana María Henao.
Seguramente, no esperaba este final. Hace cuatro días, se quitó la vida. Aún no ha trascendido cómo, pero en su situación actual tenía los recursos limitados. Desde hace justo un año, Knezevich estaba entre rejas, encerrado en una prisión de Miami y a la espera del juicio que se iba a celebrar a mediados de junio por el secuestro y asesinato de su mujer, cuyo cadáver ha conseguido ocultar todo este tiempo, desde que la sacó metida en una maleta del piso de Madrid en el que vivía, con tal de poner tierra y mar de por medio con él. No fue suficiente.
Nadie esperaba la confesión de Knezevich en el juicio, al igual que siempre negó su implicación. Su defensa llegó a calificar de pruebas “circunstanciales” lo que había contra él, pese a las numerosas evidencias que el grupo XII de la Brigada de Policía Judicial de Madrid acumuló contra él, y que luego compartió con el FBI para su posterior detención.
La principal prueba fue la imagen que demostraba que Knezevich estuvo en el edificio donde vivía Ana María el día que desapareció, el 2 de febrero de 2024. Él mismo facilitó la toma cuando se colocó delante de la cámara de seguridad del portal para rociarla con spray y así evitar que se le viera dirigirse a las escaleras con una maleta. Pero hubo una zona del visor que no tapó bien. Además, lograron reconocerle pese al casco de moto que llevaba y la bufanda con la que se cubrió medio rostro hasta los ojos porque horas antes otra cámara lo captó en la tienda donde compró el bote de spray: misma ropa, rostro visible y acento reconocible por los empleados.
Serbio, de 37 años, David Knezevich apenas sabía español, pese a llevar trece años casado con Ana María, colombiana de 40 años -que también tenía nacionalidad estadounidense-. Ellos se comunicaban en inglés, hasta el punto de que él recurrió a su última amante para que le escribiera mensajes que luego mandó desde el teléfono de su mujer, haciéndose pasar por ella. El tono y el contenido de los mismos despertaron las sospechas de amigos y familiares de Ana María. Estaban convencidos de que no los mandó ella, como así se desmostró.
El mismo convencimiento tenían de que Ana María quiso poner tierra de por medio con su marido porque le tenía miedo. De hecho, ella quería el divorcio mientras que él buscaba mantener el vínculo a toda costa. Él llegó a ofrecerle un sueldo mensual a cambio de mantener su tándem económico. Por supuesto, ella lo rechazó. Knezevich quería seguir controlando el patrimonio compartido hasta entonces, una decena de propiedades valoradas en unos 10 millones de dólares que justo después de la desaparición de Ana, David puso a la venta. Los Henao tuvieron que intervenir.
“Es un cruel insulto final que nunca podamos recuperar los restos de Ana o conocer el alcance total de la traición que sufrió”, han expresado esta semana al enterarse del suicidio del que fuera marido de Ana María y a la postre su presunto asesino. El juicio, que iba a celebrarse el próximo 16 de junio en la Corte de Miami, contaba con una prueba de última hora que los investigadores de la Policía Nacional acababan de trasladar al FBI y Fiscalía de Miami para que se la comunicasen a Knezevich. Tenemos tu ADN en la escena del crimen, venían a decir. Gracias a que finalmente el acusado había accedido a dar una muestra, la cotejaron con el minucioso trabajo que hizo Científica en el piso de Ana María, en pleno barrio Salamanca. Allí, pese a que no hallaron ninguna huella, quedó rastro del asesino en un picaporte. Quizás porque se quitó el sudor con los guantes y este luego lo impregnó en el metal. A saber, pero era la prueba crucial y no circunstancial de que estuvo en el interior.
La hipótesis de los investigadores es que de allí sacó el cuerpo sin vida de Ana, metido en la maleta que captó la cámara de portal y de la que se deshizo en algún punto de los más de 7.000 kilómetros que condujo en coche de alquiler desde Madrid a Belgrado, donde lo devolvió con los cristales tintados y las matrículas dobladas, como si las hubiera manipulado. Hasta allí viajaron los investigadores del Grupo XII, siguiendo al milímetro el recorrido del asesino, revisando puntos concretos como cuando hace justo un año peinaron un tramo a la altura de Medinaceli, en Soria. Sin éxito entonces. Pero quién sabe si lo lograrán en un futuro, pues no piensan desistir en la búsqueda del cuerpo, pese a que el cobarde asesino de Ana María Henao ya no viva para pagar por ello.