Los grandes festivales de cine, y muy en especial Venecia, son algo más que escaparates de películas: son laboratorios de tendencias culturales. En su 82ª edición, la alfombra roja ha dejado claro que los paradigmas de lo femenino en Hollywood están cambiando. El brillo de las estrellas clásicas, con la perfección estética de Cate Blanchett o Julia Roberts, que responde a una exigencia desorbitada de los 90 y los 2000, convive hoy con rostros menos previsibles, alejados de los moldes que durante décadas dominaron la industria. Lo que emerge es una generación de mujeres que no buscan la aprobación del canon, sino que lo reescriben desde su propia diversidad.
Emma Stone, que repite en la Biennale con Bugonia, la nueva película de Yorgos Lanthimos, encarna el tránsito. Con un físico reconocible para Hollywood pero con la determinación de escoger papeles arriesgados, Emma Stone se ha convertido en un puente entre dos épocas: la de las estrellas que aseguraban taquillas millonarias con su sola presencia y la de unas actrices que se definen más por su versatilidad, compromiso y conexión con audiencias que reclaman otras narrativas.

De la modelo perfecta a la identidad plural
Lo que ocurre con Stone encuentra reflejo en figuras emergentes como Mia Goth, Ayo Edebiri o Indya Moore. Cada una, desde su singularidad, simboliza una fractura respecto al imaginario tradicional. Mia Goth, británica de raíces brasileñas, ha hecho del terror psicológico un espacio de exploración estética y emocional, alejándose del glamour fácil. En películas como Pearl o X, interpreta personajes oscuros y ambiguos, reivindicando que las protagonistas femeninas pueden ser también monstruosas, violentas o incómodas sin por ello perder interés ni magnetismo. En esta ocasión, sin embargo, se centra en Elizabeth, la compañera del monstruo de Frankenstein.
Ayo Edebiri, nacida en Boston de padres nigerianos y barbadenses, ha revolucionado la comedia estadounidense con The Bear. Su personaje, Sydney, no solo es brillante en la cocina sino que representa a una mujer joven, negra y ambiciosa en un mundo dominado por hombres. Lo notable es cómo su carrera se está construyendo en paralelo a un discurso público sobre la precariedad, la amistad y el trabajo creativo colectivo, lejos del narcisismo que solía marcar a Hollywood. Es una lástima, sin embargo, que en After the hunt, la nueva película de Luca Guadagnino, represente a una alumna privilegiada de Yale que acusa a un profesor de agresión sexual.

Indya Moore, actriz y modelo transgénero, es quizá la figura que mejor simboliza la quiebra de los viejos cánones. Su participación en Pose no solo visibilizó la cultura ballroom y las raíces afro-LGTBIQ+, sino que situó en el centro del mainstream un rostro y un cuerpo que décadas atrás habrían sido marginados. Moore utiliza sus redes sociales para hablar de transfobia, racismo o violencia de género, desplazando la noción de que la estrella es un objeto distante: se presenta como sujeto político y artístico. Ahora participa en la nueva película de Jim Jarmusch, Father Mother Sister Brother.
Redes sociales: escaparate y resistencia
El impacto de estas figuras no puede comprenderse sin el papel de las redes sociales. Si en los noventa Julia Roberts cultivaba un aura casi intocable, hoy actrices como Edebiri o Moore comparten en Instagram reflexiones íntimas, selfies sin maquillaje y comentarios sobre la coyuntura política. Su belleza se construye, precisamente, en la autenticidad de lo imperfecto. En lugar de cuerpos moldeados según patrones publicitarios, muestran cicatrices, peinados improvisados o incluso rechazan el maquillaje en eventos de promoción.

Esta presencia digital transforma también la relación con los fans. El star system clásico generaba distancia; las nuevas actrices construyen comunidad. Mia Goth, pese a mantener cierto misterio en lo privado, concede entrevistas en las que reconoce sus inseguridades y su dificultad para adaptarse a la industria. Emma Stone, por su parte, ha admitido públicamente episodios de ansiedad y depresión, lo que la acerca a una generación de espectadores que vive con naturalidad la conversación sobre salud mental.
Elecciones de papeles: del romance a la complejidad
La ruptura no es solo estética, sino narrativa. Las actrices ya no se conforman con ser musas en comedias románticas o dramas de época: buscan roles complejos, que cuestionen las estructuras de poder. La propia Emma Stone, que ganó un Oscar con La La Land, eligió después encarnar a la despiadada Abigail Masham en La favorita y a Bella Baxter en Pobres criaturas, dos papeles que desmantelan el ideal de la mujer dócil y pasiva.

En paralelo, Mia Goth se sumerge en el horror para explorar la alienación femenina y la represión social. Ayo Edebiri encarna personajes contemporáneos que lidian con la precariedad, la tensión laboral y la búsqueda de un espacio propio. Indya Moore, en tanto, se convierte en icono de un cine que aún busca su lugar para protagonistas trans en historias no reducidas a la identidad de género.
El eco en Venecia
El Festival de Venecia ha servido como escenario para visibilizar esta transición. Las ovaciones a Mia Goth, la expectación por cada aparición de Ayo Edebiri y las declaraciones de Indya Moore subrayan que Hollywood, presionado por el público y por los cambios sociales, está obligado a abrirse a nuevas narrativas. La crítica también se ha hecho eco: se habla menos de vestidos y más de discursos, menos de estilismos y más de cómo el cine puede reflejar la pluralidad contemporánea.
Las imágenes que circularon en redes tras las premieres lo confirman: la elegancia ya no es sinónimo de homogeneidad. Mientras Blanchett sigue brillando en su perfección clásica, Goth puede acudir con un look gótico experimental, Edebiri con un traje sin género y Moore con prendas inspiradas en la moda queer. Todo cabe, porque la autenticidad se ha vuelto el valor más buscado.

El triunfo de estas actrices (y muchas otras) no significa que Hollywood haya resuelto su deuda con la diversidad. Las estructuras de poder siguen en gran parte en manos de hombres blancos, y la presión por encajar en estándares persiste. Pero lo que cambia es la percepción: la audiencia ya no acepta una única forma de belleza ni un único relato de lo femenino. Y esa tensión, visible en Venecia, redefine el futuro de la industria.