El cine y las series españolas llevan años felicitándose por sus avances en representación: paridad creciente, diversidad cultural en pantalla, nuevas miradas territoriales… Pero hay un punto ciego que persiste, incómodo y a veces deliberadamente silenciado: los cuerpos que no encajan en la norma estética. El tercer Informe contra la gordofobia del Observatorio de la Diversidad en los Medios Audiovisuales (ODA), presentado esta semana, vuelve a recordarlo con una claridad contundente: el audiovisual español continúa operando como si la diversidad corporal no existiera. O peor aún: como si no mereciera contarse.
La cifra no admite matices: solo un 9% de los personajes que aparecieron en el cine y las series españolas en 2024 tienen corporalidades no normativas. En las películas, el porcentaje es del 9,19%; en las series, del 9,21%. Muy lejos de la realidad social que dibuja la Encuesta de Salud de España de 2023, donde más de la mitad de los hombres y un tercio de las mujeres viven con sobrepeso, y alrededor de un 15% de la población —en ambos géneros— tiene obesidad. Mientras la sociedad cambia, la pantalla permanece anclada en un ideal de delgadez que ni refleja ni respeta la pluralidad corporal de la ciudadanía.

El informe ODA analiza estos datos desde 2023 y confirma una tendencia regresiva: los personajes gordos han disminuido ligeramente respecto al año anterior. En cine bajan del 6,31% al 6,17% y en series del 7,2% al 7,04%. Lo que sí aumenta, aunque tímidamente, es la presencia de personajes que, sin ser gordos, son percibidos como disidentes por comparación con el resto del reparto. Una lectura inquietante: la pantalla sigue tan delgada que basta un cuerpo ligeramente distinto para ser catalogado como “el raro”, “la distinta”.
La representación no es solo una cuestión de porcentajes, sino de relatos. Y ahí el diagnóstico es igual de preocupante. Los personajes gordos siguen siendo tratados desde el cliché, especialmente en comedia, donde concentran el 10% de las apariciones en cine y el 7,14% en series. La lógica es conocida: el cuerpo gordo como chiste, como alivio cómico, como detonante de burla. Aunque el ODA registra un ligero desplazamiento hacia la comedia dramática —donde su presencia alcanza el 12,22% en series—, los géneros que permiten imaginar otros mundos, como la fantasía o la ciencia ficción, siguen vetándolos de manera casi total. Pocas paradojas tan reveladoras como esta: ni siquiera lo imaginario tolera cuerpos fuera de norma.

La escasa relevancia narrativa de estos personajes completa el cuadro. Los protagonistas gordos representan solo el 6,91% en cine y el 7,10% en series, cifras que se desploman aún más entre los secundarios. La conclusión del informe es directa: la mayor presencia numérica no ha implicado mayor presencia simbólica. Los cuerpos gordos aparecen, pero no importan; existen, pero no deciden; están, pero no narran.
El informe también denuncia las narrativas externas al propio audiovisual que perpetúan la gordofobia. Una práctica habitual sigue siendo premiar transformaciones físicas extremas: intérpretes que engordan o adelgazan drásticamente para un papel reciben elogios de disciplina y sacrificio, especialmente los hombres. El ODA cita el caso de Eduard Fernández, que ganó el Goya por engordar 16 kilos para Marco, o el de Hovik Keuchkerian, que sumó más de veinte para El Hoyo 2. La pregunta es obvia y, sin embargo, rara vez se formula en la industria: ¿por qué no contratar a un actor gordo? ¿Por qué la gordura solo es admisible cuando pertenece a un cuerpo que puede abandonarla?

En el terreno opuesto, la invisibilización también opera cuando una obra histórica suprime la corporalidad real de sus protagonistas. La virgen roja o Las abogadas, que omiten la gordura de figuras clave como Cristina Almeida, reescriben el pasado como si los cuerpos que sostuvieron la historia no merecieran contarse tal como fueron. La investigadora Elena Pastor Monedero lo resume con precisión: una memoria colectiva adelgazada nos deja sin referentes.
La dimensión cualitativa del informe es igual de reveladora. La mayoría de personajes gordos tienen tramas centradas en la relación con su cuerpo o con la comida; sus vidas rara vez se narran fuera de los mandatos que el imaginario social impone sobre ellos. Por eso el ODA celebra excepciones como Celeste, ficción donde las mujeres gordas aparecen como sujetos complejos, no como metáforas alimenticias. También destaca avances en otras áreas: personajes no binarios gordos protagonistas, personajes asiáticos gordos con peso dramático, o representaciones infantiles libres de estigma como Nick en Buffalo Kids.

El informe llama la atención sobre un fenómeno especialmente significativo: la percepción de la gordura está condicionada por el entorno escénico. En series como Las largas sombras, un personaje puede ser leído como gordo simplemente porque las demás actrices son extremadamente delgadas. La norma es tan estrecha que convierte en anomalía cualquier mínima variación. En las ficciones adolescentes, donde la delgadez se ha convertido en requisito tácito de casting, esta comparación constante se traduce en un mensaje devastador para las audiencias jóvenes.
La lectura interseccional es inevitable. La corporalidad se cruza con género —los hombres gordos son más tolerados y menos estereotipados que las mujeres—, con edad —la diversidad corporal desaparece casi siempre por debajo de los 13 años—, con clase —los cuerpos no hegemónicos se colocan en posiciones sociales estigmatizadas—, con discapacidad o con diversidad sexual. El cuerpo funciona como marcador de quién merece deseo, respeto, poder narrativo o humor. Y quién no.
Aun así, el informe no cae en el pesimismo absoluto. Señala avances lentos pero reales y ficciones que ensayan nuevas formas de representación, desde el humor sin humillación hasta las tramas donde la diversidad corporal no es argumento, sino contexto. Son pasos pequeños, pero significativos: señales de que otra pantalla, menos cruel y más honesta, es posible.


