Un ojo se abre, poco a poco. Un hombre yace en medio de un bosque, casi sin aliento. Lleva puesto un traje, y su apariencia desentona por completo con el entorno. Entonces, un perro pasa caminando cerca de él, tranquilamente. El hombre se incorpora y parece recordar cómo llegó hasta allí, y su andar confundido se transforma en una carrera desesperada. Al salir del bosque pasa junto a una persona, y luego al lado de otra, mientras el silencio da paso a un ensordecedor ruido de fondo. Entre los restos de un avión comercial, esparcidos sobre la arena de una playa tropical, el hombre y los demás supervivientes de un terrible accidente intentan recomponerse.
Así empezaba el primer episodio de Perdidos, que vio la luz el 22 de septiembre de 2004. Y, desde entonces, la televisión nunca volvió a ser lo mismo porque, por su endiablada mezcla de tramas y por su envergadura cinematográfica, aquella serie demostró desde el principio ser algo completamente distinto a todo cuanto se había emitido en la pantalla pequeña. Inmediatamente, se convirtió en un fenómeno cultural que empujó al público a considerar el formato televisivo de narración serializada como parte legítima de la conversación colectiva.
A lo largo de seis temporadas, su premisa -un grupo de personas de pasados convulsos permanecen atrapadas en una isla que poco a poco y de forma inquietante va revelando sus misterios cósmicos- dio pie a una sucesión de enigmas, giros argumentales y revelaciones extraordinariamente capaces de provocar suspense y asombro.
En su transcurso, los pasajeros del vuelo 815 de Oceanic Airlines sobrevivieron a osos polares, hombres armados y furiosos, bombas nucleares, monstruos de humo y un grupo ominoso apodado Los Otros.
También viajaron en el tiempo, dieron saltos entre dimensiones y cargaron con el peso tanto de secretos y traiciones devastadores como con la falta de esperanza en un rescate o una huída de la isla, que acabó convirtiéndose en un espacio simbólico donde procesaban su angustia existencial.
Y entonces, el 23 de mayo de 2010, los héroes de Perdidos se enfrentaron a su mayor penuria: las redes sociales.
Tras pasar 120 episodios construyendo una compleja mitología basada en la lucha ancestral entre el bien y el mal, sugiriendo que las acciones de los personajes tendrían consecuencias cruciales y animando a los espectadores a formular teorías sobre numerosas cuestiones -¿quiénes son esas personas? ¿Por qué se estrelló su avión? ¿Qué explicación tiene la isla?-, en su capítulo final la serie ofreció un final feliz que no solo dejó demasiadas preguntas sin contestar y dejó a muchos con la sensación de que consumir todas esas horas de televisión, todas esas tramas entrelazadas y todo ese universo cuidadosamente construido durante años había sido una gigantesca pérdida de tiempo. En internet aún resuena el eco de sus gritos.
La ironía consustancial al masivo rechazo digital que Perdidos experimentó tras su final es que, hasta entonces, quizá ninguna otra teleserie había hecho tanto por fomentar la creación de una comunidad virtual de seguidores. Durante su emisión, los fans saltaban furiosamente entre blogs, foros y demás sitios web tras cada episodio para compartir análisis de pistas y coincidencias o teorías descabelladas y especular sobre el significado de cada objeto y cada línea de diálogo, enzarzándose entretanto en debates filosóficos sobre el conflicto entre ciencia y religión, la oposición entre el destino y el libre albedrío, y la bondad o maldad de la naturaleza humana.
Pero, con el fin de nutrir todo aquello, los guionistas de la serie -principalmente, Damon Lindelof y Carlton Cuse- fueron demasiado lejos en su empeño de maximizar el impacto emocional y la capacidad para epatar de cada capítulo. Introducían constantemente nuevos personajes y subtramas, y tantos interrogantes que, llegado el momento, quedó claro que sería imposible resolverlos todos.
Algunas líneas argumentales se abandonaron porque no funcionaban, y otras eran simplemente pistas falsas. Puede que tuvieran un plan sobre cómo dejar todos los cabos atados, pero nunca fue un plan perfecto.
Pero, ¿es eso tan malo? ¿Es tan terrible mostrar una generosidad excesiva a la hora de proponer ideas? La pregunta se responde sola. De hecho, una de las grandes virtudes de Perdidos es que, desde el principio, fue muchas series a la vez. Gracias a una estructura narrativa que intercalaba el tiempo de los personajes en la isla no solo con flashbacks y flashforwards sino también con saltos hacia realidades paralelas, la serie era lo suficientemente maleable como para oscilar entre la comedia, el romance, la aventura, la ciencia-ficción, el thriller, el melodrama y la indagación espiritual.
Cada semana ofrecía algo nuevo e inesperado, a un ritmo endiablado. Cada episodio tenía el potencial de convertirse en un clásico de la televisión. Y por eso, mientras fusionaba las enseñanzas recibidas de clásicos televisivos como La dimensión desconocida, Twin Peaks o El prisionero con un expansivo desarrollo de personajes que no tenía nada que envidiar al de éxitos por entonces recientes de HBO —Los Soprano, The Wire o Deadwood, por ejemplo-, se convirtió en referente clave para infinidad de ficciones posteriores.
Influyó en los puzles narrativos ofrecidos por True Detective, Westworld y Dark; en el uso de los flashbacks por parte de Orange Is the New Black; y en el manejo sorprendente y despiadado de su enorme reparto que posteriormente hizo Juego de Tronos. Son solo algunos ejemplos.
El principal objetivo de una serie de misterio es mantener al público en vilo, y Perdidos lo hizo mejor que la mayoría. ¿Importan tanto las respuestas que no llegó a dar? La historia y todos sus personajes -gente que durante tanto tiempo formó parte de las vidas de los espectadores- son la verdadera recompensa. Por eso, aunque su final sin duda corre el riesgo de decepcionar, cualquier persona sensata que conozca la serie debería recomendarla. Quien no la haya visto, debería verla. Y quien ya la haya visto, debería verla otra vez.