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‘Sirenas’, secretos y rencillas en la mansión de Julianne Moore

Una sátira delirante sobre la adicción al poder, la redención imposible y los vínculos familiares convertidos en jaulas de oro, con Julianne Moore al frente de un reparto en permanente tensión entre el drama, el absurdo y la herida emocional

Julianne Moore y Milly Alcock protagonizan 'Sirenas', la nueva apuesta de Netflix
Julianne Moore y Milly Alcock protagonizan 'Sirenas', la nueva apuesta de Netflix

A primera vista, Sirenas derrocha familiaridad. Recién estrenados en Netflix, sus cinco episodios transcurren mayormente en un entorno lujoso en el que todo detalle se cuida al milímetro, la tensión dramática aparece regada de licor de primeras marcas y todos, absolutamente todos, tienen secretos. En su centro mismo destaca el tipo de socialité misteriosa y podrida de dinero que tan a menudo interpreta Nicole Kidman pero que en esta ocasión encarna Julianne Moore exudando seducción, amenaza, aroma a sándalo y vulnerabilidad reprimida.

Creada por Molly Smith Metzler a partir de su propia obra teatral, pues pertenece al mismo subgénero que títulos como Succession, The White Lotus y La pareja perfecta, tan socorrido últimamente y centrado tanto en satirizar como en admirar las vidas llenas de costumbres excéntricas, dinámicas sociales malsanas e intimidades inconfesables que llevan los ricos, y en concreto ofrece un enredo lleno de ambición, avaricia, mentiras, alcoholismo, abuso infantil, depresión, ansiedad y demás traumas bañados por el sol.

Al principio del relato, Michaela (Julianne Moore) ultima los preparativos de la fiesta que acogerá en su mansión, y para ello cuenta con la ayuda de su infalible asistente, Simone (Milly Alcock), pero la complicación no tarda en llegar de la mano de una invitada inesperada: la hermana de Simone, Devon (Meghann Fahy), una joven recién salida de la cárcel que limpia mesas en un restaurante de falafel y que, después de pasarse años cuidando ella sola del enfermo padre de ambas, ha acumulado dosis considerables de rabia fraterna. De inmediato, la recién llegada se adjudica la misión de liberar a Simone de lo que a sus ojos no puede ser otra cosa que una secta, a pesar de que esta última dice sentirse de maravilla al lado de su jefa.

Michaela, decimos, es el tipo de millonaria empedernida que tiene un halcón peregrino como mascota y hace que le envíen su chocolate favorito directamente desde Japón. Se pasa el día supervisando un santuario para animales protegidos y gastando cantidades desorbitadas para ayudar a mujeres de procedencia humilde a ascender socialmente –no tarda en ver a Devon como un caso que resolver–, y gobierna el lugar ejerciendo de dictadora amable, en buena medida en virtud de lo que parece ser un extraño poder para encandilar a quienes la rodean. Mantiene con Simone una relación tan perturbadoramente cercana que en ocasiones duerme en su misma cama, y está casada con un magnate financiero en apariencia noblote (Kevin Bacon), un hombre carismático que trata al servicio de igual a igual, pasa sus ratos libres tocando la guitarra y fumando hierba y tal vez –por supuesto– tiene cosas que ocultar.

Julianne Moore como Michaela, y Kevin Bacon como su marido, Peter Kell, en la serie ‘Sirenas’, de Netflix

Lo que Sirenas propone a partir de esa premisa es una peripecia argumental completamente ridícula e inagotablemente entretenida, vehiculada a través de una sucesión de revelaciones que componen un mapa tanto de la historia compartida por las hermanas y las dinámicas que marcan su relación como de las relaciones de ambas con Michael y su marido. Entretanto, Metzler no se muestra precisamente interesada en la consistencia tonal y, aunque por momentos resulta sin duda desconcertante, la alegría con la que la serie combina lo cómico con lo trágico y el absurdo con la severidad –aderezado todo ello de una sucesión de misterios potenciales a los que nunca llega a prestar excesiva importancia– la dotan de una energía estimulante y una notable capacidad para sorprender.

En última instancia, Sirenas se muestra mucho más interesada en las heridas que sus protagonistas ocultan que en los actos crueles, traicioneros o ilegales que hayan podido cometer, y eso quizá decepcionará a quienes se acerquen a ella esperando una sucesión de vistosos giros melodramáticos que una inmersión en personajes jovialmente detestables. En cualquier caso, se las arregla para ser francamente divertida al tiempo que reflexiona sobre lo bueno y lo malo que la riqueza proporciona, la carga que la familia impone, el legado de las heridas que sufrimos en la infancia y el choque entre verdad sobre nosotros mismos que tratamos de proyectar al mundo y aquella de la que tratamos en vano de huir.

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