El 27 de mayo de 1984, Gotemburgo (Suecia) acogió una final que, aunque pasó desapercibida en su momento, marcó un hito en la historia del fútbol femenino europeo. Suecia e Inglaterra se enfrentaron en la primera competición oficial de selecciones organizada por la UEFA, un partido que, lejos de los grandes focos, fue el primer paso hacia la consolidación de la Eurocopa femenina.
Una Eurocopa diferente
En 1984, el fútbol femenino europeo dio un paso crucial con la celebración de la primera competición oficial organizada por la UEFA. Aunque no llevaba aún el nombre de “Eurocopa”, aquella European Competition for Women’s Football (Competición Europea de Fútbol Femenino) marcó un punto de inflexión en la consolidación del fútbol practicado por mujeres en el continente.
La inscripción se abrió en diciembre de 1981 y tuvo una respuesta inmediata: 16 selecciones nacionales confirmaron su interés en participar. La fase clasificatoria se extendió durante más de 14 meses, desde el 18 de agosto de 1982 hasta el 28 de octubre de 1983, muy lejos del formato corto e intensivo que define hoy a las Eurocopas. Los equipos fueron repartidos en cuatro grupos de cuatro, y cada selección disputó partidos de ida y vuelta frente a sus rivales. Solo el primer clasificado de cada grupo accedía a la fase final.
Suecia, Inglaterra, Dinamarca e Italia fueron las cuatro selecciones que avanzaron a las semifinales y, con ello, se convirtieron en las primeras protagonistas de la historia de la Eurocopa femenina. La fase final se celebró entre el 8 de abril y el 27 de mayo de 1984, a partido de ida y vuelta y sentó las bases de una competición que, con los años, evolucionaría hasta convertirse en una de las grandes citas del deporte internacional.
Más allá del formato, el torneo reflejaba un fútbol todavía en construcción: los partidos duraban 70 minutos, se utilizaban balones de talla 4 (hoy se juega con talla 5), y no había prórrogas. Si el encuentro terminaba en empate, el pase o el título se definía directamente desde el punto de penalti. Un reglamento que hoy parece lejano, pero que fue el punto de partida de una historia que no ha dejado de crecer.
Suecia, la primera campeona
El equipo sueco, bajo el liderazgo de Pia Sundhage (actual entrenadora de la selección suiza), llegó a la final tras una impecable trayectoria en la fase de clasificación, donde demostró su solidez y determinación. En su primer duelo, derrotaron a Italia por 3-2 en un emocionante encuentro en Roma (Italia), lo que afianzó a Suecia como una de las principales favoritas al título. En el partido de vuelta, jugado en Linköping (Suecia), volvieron a imponerse por 2-1, asegurando su lugar en la fase final con autoridad.
Aquel día en Gotemburgo, Suecia se presentó como un equipo experimentado, con una defensa sólida y una delantera liderada por Sundhage, quien ya se consolidaba como una de las jugadoras más destacadas del torneo. El conjunto sueco, al igual que muchas selecciones en ese entonces, no solo jugaba por la gloria deportiva, sino también por un lugar en la historia de un fútbol femenino europeo que comenzaba a abrirse paso hacia el reconocimiento y el respeto en todo el continente.

Una Inglaterra arrolladora
Inglaterra, por su parte, también mostró una increíble actuación durante la fase de clasificación, destacándose por su carácter y determinación en cada enfrentamiento. Se enfrentó a Dinamarca en dos intensos partidos, ganando 2-1 en Crewe (Inglaterra) y 1-0 en Hjørring (Dinamarca). Estos resultados les permitieron llegar a la final con la moral intacta y la esperanza de hacer historia.
El equipo inglés, compuesto por jugadoras de gran calidad como Carol Thomas, su capitana, y Linda Curl, quien jugaría un papel crucial en el desenlace de la final, llegó a Gotemburgo con el propósito de desafiar las expectativas. Querían demostrar que el fútbol femenino podía competir al más alto nivel y, sobre todo, reivindicar su lugar en la élite del deporte. El camino hasta la final no solo fue un desafío futbolístico, sino una lucha constante por la igualdad y el reconocimiento, un tema recurrente que ha marcado la historia del fútbol femenino.
La final histórica
El 21 de mayo de 1984, el estadio Ullevi de Gotemburgo (Suecia) fue escenario del primer capítulo de una final que pasaría a la historia del fútbol femenino europeo. Con tan solo 5.662 espectadores en las gradas, la atmósfera distaba de las grandes competiciones contemporáneas, pero la tensión se sentía en cada pase y en cada jugada. Suecia, como equipo local, asumió el control del partido desde el inicio. Fue Pia Sundhage, con un gol de cabeza al minuto 57, quien abrió el marcador y otorgó a su selección una ventaja de 1-0. El público sueco celebró eufóricamente, aunque la eliminatoria seguía abierta, pues aún quedaba la vuelta.
La revancha se disputó el 27 de mayo en el estadio Kenilworth Road, en Luton (Inglaterra), ante apenas 2.500 espectadores. La lluvia y el barro marcaron el desarrollo de un encuentro jugado en un terreno complicado, muy alejado del lujo de los grandes estadios. Inglaterra, en desventaja, logró igualar la eliminatoria gracias a un gol de Linda Curl al minuto 31, dejando el marcador global empatado 1-1. La incertidumbre reinó en el aire, y la definición del campeón se resolvió en una tanda de penaltis.
El desenlace desde los once metros
La tanda de penaltis fue el momento culminante de una final que ya había estado llena de tensión. Dado que en este formato de la Eurocopa femenina no existían las prórrogas, el empate global obligó a decidir al campeón directamente desde los once metros. Suecia, con Elisabeth Leidinge bajo los palos, mostró una solidez crucial. La portera sueca se convirtió en heroína al detener un penalti determinante, mientras que Pia Sundhage, con su calma habitual, anotó el penalti decisivo, asegurando la victoria por 4-3. Fue un momento de pura emoción, no solo para Suecia, sino también para el fútbol femenino europeo, que comenzaba a ganar terreno en el escenario internacional.
Esa victoria no solo le otorgó a Suecia el primer título de la historia de la Eurocopa femenina, sino que consolidó a Pia Sundhage como una de las figuras más destacadas del deporte. Además, marcó el inicio de una era de competiciones femeninas cada vez más relevantes en Europa, poniendo las bases para el crecimiento y el reconocimiento del fútbol femenino en el continente.