Comunidad Valenciana

El pueblo abandonado de Castellón que resucita cada verano, entre casas derruidas y una iglesia rota por el tiempo

En el corazón de la Sierra de Espadán, un pueblo abandonado revive cada verano gracias a los senderistas que recorren sus ruinas

La Jinquer - Sociedad
Una de las fotografías más emblemáticas del pueblo desaparecido de La Jinquer
Ayuntamiento de Alcudia de Veo

Entre pinares densos, barrancos escondidos y senderos cubiertos de polvo y memoria, se alzan todavía los muros desgastados de La Jinquer. Este antiguo núcleo rural, abandonado desde hace más de ocho décadas, sobrevive como un eco lejano en el corazón del Parque Natural de la Sierra de Espadán, en Castellón.

Aunque el tiempo borró sus voces y su pulso cotidiano, La Jinquer vuelve a respirar cada verano gracias a los senderistas que lo recorren. A quienes se aventuran por sus ruinas y, sin saberlo, participan de una ceremonia íntima de resurrección y recuerdo.

La Jinquer no es solo un lugar despoblado. Es un testigo mudo del pasado. Su nombre resuena entre caminantes, historiadores y enamorados del silencio rural, como un susurro que invita a perderse en lo que queda. Y lo que queda, pese a los años, sigue en pie con dignidad: casas sin techumbre, portales vencidos, piedras que fueron hogar y una iglesia sin cubierta, abierta al cielo, donde aún permanece el eco de plegarias antiguas.

La Jinquer, el pueblo que fue y no fue

Ubicada en el término municipal de Alcudia de Veo, La Jinquer fue, en su día, una aldea que vivió siglos de relativa calma hasta que las convulsiones del siglo XX quebraron su destino. La Guerra Civil española terminó por sellar su sentencia.

En 1938, cuando el frente se desplazó por la zona y los bombardeos convirtieron los montes en trincheras, los habitantes de La Jinquer abandonaron sus casas sin saber que ya no volverían. Desde entonces, el viento es quien más veces ha cruzado sus calles.

La Jinquer - Sociedad
Una fotografía de la desaparecida localidad de La Jinquer
Ayuntamiento de Alcudia de Veo

Hoy, La Jinquer aparece en los mapas como un despoblado. Sin embargo, cada verano, visitantes curiosos y grupos de excursionistas atraviesan los senderos que conducen a sus entrañas. Caminan entre zarzas, fotografían los muros agrietados, imaginan la vida que hubo y, sin pretenderlo, mantienen con vida la memoria del lugar. Porque la localidad revive cuando alguien la nombra, la camina, la contempla.

Senderos de historia, naturaleza y melancolía

Llegar a La Jinquer requiere de cierto compromiso con la tierra. No hay carreteras asfaltadas ni señalización turística al uso. El acceso más común se realiza desde el Collado de Íbola, a través de una ruta de unos cinco kilómetros que serpentea entre pinos, alcornoques y paisajes de una belleza serena. Es un trayecto que, además de ofrecer vistas impresionantes de la Sierra de Espadán, permite al caminante ir entrando en un estado de recogimiento.

En el centro del despoblado se alza la iglesia de San Miguel, uno de los pocos edificios aún reconocibles en su estructura. Aunque no tiene tejado y la vegetación trepa por sus paredes, la nave principal conserva una armonía arquitectónica que conmueve. Allí no se celebra misa desde hace décadas, pero algo en el aire —quizá la disposición del altar, quizá el silencio que lo envuelve todo— hace que los visitantes bajen la voz, como si aún se sintiera el peso de lo sagrado.

En torno a La Jinquer pueden verse también restos de trincheras, refugios y parapetos. Son vestigios de la contienda que selló su abandono. En los últimos años, varias asociaciones locales y memorialistas han trabajado por señalizar parte del recorrido, añadir paneles informativos y consolidar las ruinas más inestables, en un esfuerzo por conjugar conservación y homenaje.

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