Maldita Barra no es solo un restaurante, es una declaración de intenciones. Es arte colgado en las paredes, es una playlist indie cuidadosamente seleccionada y un espacio gastronómico en Barcelona transformado en un símbolo de libertad creativa. Detrás de todo está Ana de Espona. A sus 24 años, esta joven barcelonesa ha logrado levantar -contra viento, edad y prejuicio- un proyecto que va mucho más allá de la cocina.
“Para mí, haber abierto Maldita Barra es todo un sueño. Es algo que siempre había querido, siempre había tenido el nervio dentro de querer dar forma a mi propio proyecto”, explica de Espona. La ciudad es parte fundamental de su historia personal y profesional. A pesar de haber vivido en otros países, su deseo era dejar huella en su lugar de origen.

La inspiración que definió el concepto de Maldita Barra llegó desde Hong Kong. “Esta ciudad para mí fue súper inspiradora. Me fui dando cuenta de que exprimían los locales al máximo y no se casaban con un concepto. Demostraban que dentro de un espacio podían convivir varias ideas”, recuerda. De ahí nace la idea de un restaurante que no se limita a ser restaurante. Que no solo sirva platos, sino también ideas, cultura, comunidad. Que se adapte y evolucione.
Este espíritu híbrido y cambiante se concreta en una carta versátil -diseñada junto a los chefs Jordi Limón y Martí Badó– donde conviven sabores de Oriente Medio, brunch a cualquier hora del día y platos tan icónicos como su pan brioche con aguacate, huevos y salmón, o su ya famosa milanesa de ternera con huevo meloso, parmigiano reggiano y rúcula. Pero también en una cuidada selección de vinos naturales que Ana ha explorado con curiosidad y valentía: “Me hicieron una masterclass. Yo me lo iba apuntando todo en una libreta y así, probando, fuimos construyendo la carta”.

Más allá del paladar, Maldita Barra ofrece una experiencia sensorial completa. “Me hace mucha ilusión la idea de que cuando la gente entre en Maldita Barra sienta algo especial. A los que saben más de arte o de música, que les hagan gracia los guiños que hay al respecto; y la gente que no sepa, que simplemente al entrar por la puerta se siente y tenga la sensación de estar cómoda en este lugar. Que sea un sitio al que quieran volver”, explica. Esa atmósfera se construye con vinilos, colores, texturas, piezas artísticas… y sobre todo, con sensibilidad y muchas ganas.
El arte ocupa un lugar esencial. En colaboración con la artista Sandra Modrego, Ana impulsó una performance que culminó en una obra que retrata a algunas de las mujeres líderes de la generación Z: Eugenia Soler, Alba Rocafort, Julieta Rueff, Laura de Espona y ella misma. “Me hace especial ilusión que ellas aceptaran esta colaboración y que quedaran ahí plasmadas en el local, porque para mí es como cerrar el círculo y poder asentarme en que Maldita Barra es una plataforma para dar voces a estos proyectos”.
Ese legado de sororidad y visibilidad entronca también con la historia del edificio que hoy acoge el restaurante. Allí vivió Pepita Teixidor, pionera de la acuarela modernista catalana y primera mujer homenajeada con una estatua en Barcelona. “Me pareció espectacular darle importancia a algo a lo que ella se dedicaba, me parece una conexión brutal”, cuenta Ana de Espona, emocionada.

Pero emprender no ha sido fácil. “Yo sabía que lo iba a luchar. Me he encontrado con impedimentos: el tema de la edad, ser una mujer… Tiene una serie de complicaciones añadidas a diferencia de un hombre de 30 años o de 40 años”, admite. El proceso ha sido un acto de resistencia. De fe. De ir contra todo.
Actualmente, Maldita Barra cuenta con un equipo de 20 personas. Un dato sorprendente, pero coherente con la ambición del proyecto. De Espona no solo quiere consolidar lo que ha creado, también tiene la vista puesta en el futuro. En convertir el espacio trasero del local en Maldita Gallery, una galería para artistas emergentes. En abrir nuevas “Malditas” en otras ciudades. En seguir siendo un punto de encuentro donde la comida es solo el principio.
“De aquí 10 años, me gustaría seguir abriendo, dedicándome a este sector y abrir otros proyectos. Me encantaría tener una red de Maldita Barras por más sitios. Madrid, por ejemplo”, dice con convicción.
En un momento en el que el emprendimiento femenino crece con fuerza en Barcelona -la ciudad con mayor tasa de actividad emprendedora femenina según el informe GEM- Ana de Espona representa una nueva forma de liderar: desde la creatividad, la intuición, la valentía y la autenticidad. “Yo tenía esta idea con esta visión y yo lo iba a luchar. Nada me iba a parar”.
Y lo ha demostrado. Maldita Barra no es solo un lugar donde comer: es un lugar donde pasan cosas.