Si Kate Middleton hubiese sido formada desde la cuna para ser reina, no lo habría hecho mejor. Si desde su nacimiento hubiese sido preparada para ser paciente de cáncer, tampoco lo habría hecho mejor. A su paso, la expresión recurrente es: “Perfect, Kate”. Ella enseguida rompe el mito de la perfección y expone los desafíos como mujer, madre y paciente. Y lo hace reconociendo que, sin el apoyo con el que ella cuenta, cualquier experiencia puede ser mucho más abrumadora y agotadora.
Su mayor secreto podría ser el autocontrol. El dominio que ejerce sobre sí misma le permite afrontar cada momento que le ofrece la vida con serenidad y un gran pragmatismo. A sus 43 años, ya le ha dado un buen número de razones para ejercer ese dominio, tantas como sorpresas: un príncipe, la vida en un castillo, un futuro reinado y también un cáncer que, según anunció el 14 de enero de 2025, está en remisión.
Cada instante Kate lo convierte en una nueva ocasión para brillar, sin necesidad de eclipsar a la reina Camilla. Durante la visita de Estado de Emmanuel Macron y su esposa Brigitte al Reino Unido, invitados por la Casa Real británica, los príncipes de Gales ejercieron como anfitriones en momentos puntuales, como su recibimiento en el aeropuerto o su traslado a Windsor, donde esperaban Carlos III y Camilla.
De nuevo, los flashes captaron su perfección en cada uno de sus gestos. Saludó a su suegro con tres reverencias, agasajó al matrimonio Macron con un diseño francés de Dior, recordó a la reina Isabel con un collar de perlas de su joyero y homenajeó a su suegra Diana con unos pendientes que ya lució ella.
Pero fue en el banquete de Estado en honor al matrimonio cuando hizo su aparición más espectacular. De rojo, con un diseño de Sarah Burton para Givenchy, y con la tiara Cambridge Lover’s Knot, la de mayor relevancia institucional a la que tiene acceso del joyero real y la favorita de Diana de Gales. Es un diseño neoclásico realizado en diamantes y perlas que se creó para la reina, Mary de Teck, la bisabuela de Carlos III. En su cabeza, la tiara simbolizó la vuelta a la normalidad de la futura reina británica.
Sus primeros pasos majestuosos los dio con la reina Isabel. Fue quien la guio de manera silenciosa para ser una princesa impecable y una futura reina sublime. Entablaron una buena relación y compartieron ratos muy divertidos en el camino hacia la realeza, aunque fue en el té de la tarde donde ele indicó esas cosas simples que guardan la esencia de La Firma.
Sin saber lo que le depararía la vida, la preparó también para ser enferma sin olvidarse de quién es. Hoy sigue aprendiendo a ser paciente y lo hace tomando el control y dosificando a su manera la vuelta a la normalidad. “Estoy viviendo cada día como viene, escuchando a mi cuerpo y permitiéndome este tiempo tan necesario para sanar”, declaró cuando anunció el cáncer. Regresó a sus funciones gradualmente y después su remisión, continúa dosificando su vuelta. Su ausencia en Royal Ascott despertó de nuevo las alarmas. El Palacio de Kensington justificó que estaba priorizando su bienestar mientras continúa su recuperación.Kate sigue escuchando a su cuerpo. Vestida de Dior o Alexander McQueen, su condición de sobreviviente de cáncer se impone. Ha tomado el control de su salud y lidia contra los efectos tardíos del tratamiento oncológico. La quimioterapia a menudo deja estragos a medio largo y plazo y daños en algunos tejidos, huesos y órganos. Ella decide en qué términos va apareciendo. En cualquier caso, lo hace con sensatez y exquisito control, según dice la exportavoz de la reina Isabel, Ailsa Anderson.

El cáncer es un evento vital que cambia a quien lo padece. Es una nueva Kate y ha integrado su condición de paciente de cáncer en su figura como princesa de Gales. La enfermedad no respeta rangos ni tiaras. Vestida de alta costura, es una mujer que lucha. Elegante, pero con sus incertidumbres y dolores. Tan frágil como cualquier otra mujer. Con la misma voluntad de acero que cualquier otra madre, pero expuesta a una presión pública continua.
Educada, impecable y comedida, es la imagen de la monarquía británica en el siglo XXI y está escribiendo su propia forma de poder. Es un símbolo silencioso y profundamente humano del cáncer ante los ojos de todo el mundo y eso le da mayor dignidad. No se presenta como heroína ni busca dar lecciones de salud. Simplemente, comparte su experiencia, como hizo durante su última visita al Hospital de Colchester.
Con naturalidad y con su habitual forma de hablar o de guardar silencio para escuchar y para mostrarse real, habló sobre la difícil tarea que sigue al tratamiento del cáncer y el increíble poder curativo de la naturaleza sobre nuestro bienestar mental, físico y espiritual. “Asumes una actitud valiente y estoica durante el tratamiento, los tratamientos realizados, y luego piensas: Puedo seguir adelante, volver a la normalidad. En realidad, la fase posterior es realmente difícil”, dijo.
Añadió que es un cambio de vida para cualquiera, desde el primer diagnóstico hasta el postratamiento y situaciones similares. “Es una experiencia transformadora, tanto para el paciente como para sus familias. Y, de hecho, a veces pasa desapercibido; uno no necesariamente aprecia, sobre todo cuando es la primera vez, el gran impacto que tendrá. Tienes que encontrar tu nueva normalidad, y eso lleva tiempo… y es como una montaña rusa, no es un camino de rosas, como uno espera”.
Su reaparición en el banquete de Estado con la tiara Cambridge Lover’s Knot dio, una vez más, motivos para pensar que será una reina enormemente influyente y con una visión clara y sin precedentes.