No repetiremos eso de que Dior creó a la mujer, pero sí le reconoceremos el mérito de redefinir la silueta femenina con su revolucionaria falta de tubo o falda lápiz, una prenda que, quizá sin él pretenderlo, dejó de ser una simple pieza de vestir para convertirse en uno de esos símbolos camaleónicos capaces de adoptar mil formas y de hablar lenguajes diferentes sin perder su voz.
Christian Dior la presentó en 1954 como un tributo a la feminidad. Se ajustaba a su ideal de mujer sofisticada y elegante. “Sencilla, de líneas limpias y resalta la verticalidad del cuerpo femenino”, escribió en sus memorias. La prenda, de corte estrecho y recto, fue diseñada siguiendo la línea de las caderas estrechándose hasta las rodillas. El efecto visual era rompedor. Enseguida tomó su propia alma e irrumpió en oficinas, pasarelas, calles y escenarios de protesta. Se consideró ideal para la mujer moderna y urbana; sobria y, al mismo tiempo, sensual; descaradamente sexy, pero discreta, si obviamos el contoneo de caderas que provoca su abertura. Desde esta concepción, cada mujer ha aportado su propio relato.
En la Casa Blanca, la falda lápiz es la pieza estrella en el armario de las mujeres Trump. Melania, Lara, Ivanka, Karoline Leavitt, portavoz del Gobierno estadounidense, o Bettina Anderson, la novia actual de Donald Trump Jr., la lucen a menudo en sus eventos. No hay en ellas ningún matiz que las diferencie en su modo de llevarla, pero, por alguna razón, Jamil Dakhlia, socióloga experta en moda, se ha mostrado muy crítica con ellas por el uso de esta icónica prenda. Ve en su forma de marcar las caderas “feminidad asumida, pero no liberada”; en la falda misma encuentra un reflejo de las convicciones conservadoras de Trump.

“Con su corte ajustado, la falda tubo encarna una forma de seducción al estilo del viejo Hollywood. Por su impacto mediático, las mujeres republicanas tienen una responsabilidad con su imagen y, por lo tanto, se preocupan mucho por cuidar su apariencia. Esta falda, que no permite mucha libertad de movimiento, les ofrece una feminidad asertiva pero no liberada, como una especie de armadura”. La socióloga no pasa por alto que el clan Trump acostumbra a combinarla con tacones de vértigo, labios carnosos y manicura y peluquería impecables, enfatizando “una feminidad excesivamente estereotipada”.
Según su opinión, el resultado se alinea bien con la política masculinizada del presidente. “Demuestra también la presión ejercida sobre estas mujeres, de quienes se espera que sean perfectas en toda circunstancia. A las mujeres republicanas Maga se les recuerda constantemente su apariencia física, mucho más que a los hombres republicanos, quienes también tienen la responsabilidad de cuidar su imagen”.
Lo cierto es que la falda de tubo forma parte del fondo de armario de casi todas las mujeres desde hace varias generaciones y no hay firma de moda que se prive de incluirla en sus colecciones. Marilyn Monroe la inmortalizó en Con faldas y a lo loco y la llenó de su propia voluptuosidad. Grace Kelly aportó a la falda refinamiento y Rizzo, una de las protagonistas de Grease, añadió su punto de rebeldía.
Como vemos, tanto en la ficción como en la calle, se ha usado la falda de tubo para para crear clichés tan contradictorios como el de mujer fatal, secretaria sexy o maestras de escuela severa. El cine y la publicidad se han encargado de exagerar el estereotipo con blusas súper ajustadas que dejan entrever un bonito sujetador de encaje. Pero, en general, la falda lápiz despierta admiración en las mujeres y no se le puede negar su connotación atrevida. Estéticamente, es muy favorecedora. Acentúa la altura y estiliza las proporciones. ¿Realmente se le puede atribuir una carga ideológica determinada?
Si repasamos su presencia en el mundo de la política, es una de las opciones estilísticas que más se repiten por quienes ocupan cargos de relevancia, especialmente en contextos en los que existe una intención clara de conquistar espacios de poder sin renunciar a la esencia femenina. Siguiendo en Estados Unidos, que es donde se ha generado el último debate en torno a la falda lápiz, mujeres demócratas como Michelle Obama y Hillary Clinton han recurrido a ella sin prestar atención a otro tipo de observaciones.
En nuestro país, la reina Letizia es una de las mujeres que mejor sabe aprovechar la versatilidad de la falda lápiz. La combina con camisas y jerséis elegantes, con tacones y zapatos planos, con códigos de vestimenta formales y otros más casuales… La vestimenta habla con fuerza en cualquier contexto, pero en política adquiere una simbología mayor.
Yolanda Díaz la escoge en circunstancias en las que se impone la sobriedad, como hizo recientemente en su encuentro con Pedro Sánchez en un momento de máxima tensión política. Combinada con camisa blanca de corte sastre, su falda lápiz negra resultó una lección de carácter y coherencia con su discurso político. Más que carga ideológica, habría que pensar que está intrínsecamente ligada a un mensaje, a unos determinados valores o a una clara necesidad de manifestar poder.