Al final, Friedrich Merz se ha convertido en el canciller de Alemania. Bajo la atenta mirada de su familia y de su antigua rival interna, Angela Merkel, que también estuvo en la tribuna de honor durante la polémica primera votación fallida, el líder conservador ha logrado por fin la cancillería de Alemania. El camino no ha sido fácil ni feliz. Lo sucedido en el Bundestag el martes no ha sido sólo un contratiempo político; ha sido un disparo de advertencia.
Y es que Merz se ha convertido en el primer canciller de la historia de la Alemania de postguerra que necesita dos rondas de votaciones en el Parlamento para ser elegido. Esto le marcará en un momento de turbulencia económica y geopolítica global. Lejos de ser un algo trivial, el retraso de su nombramiento reveló profundas fisuras no sólo en su coalición, sino también en la confianza que inspira, incluso dentro de su propio partido.

Aún no está claro quién le traicionó. En total, 18 diputados díscolos en la primera vuelta y tres en la segunda. En las cúpulas de los partidos de la “Gran Coalición” reina ahora la desconfianza y la sospecha. Lo que es evidente es que un grupo de legisladores de la CDU y el SPD estaban dispuestos a enfrentarse a sus propios líderes desde el día uno. Ya fuera por disensión ideológica, agravio personal o malestar con las decisiones del conservador en materia de personal y dirección política, su mensaje era inequívoco: Merz aún no se ha ganado la plena confianza de los suyos.
Un gobierno sin garantías
Este frágil comienzo marca el tono de la cancillería de Merz. Como destacan en el prestigioso “Der Spiegel” a diferencia de muchos de sus predecesores, no puede contar con una mayoría parlamentaria estable para las decisiones clave. En su lugar, tendrá que negociar, persuadir y crear consenso, habilidades que históricamente no han sido sus puntos fuertes. En la prensa germana, el perfil de Merz de los dominicales versaba sobre la arrogancia, el gran número de enemigos que se ha labrado y si podrá ser humilde a la hora de gobernar.
Die Wahl zum Bundeskanzler der Bundesrepublik Deutschland nehme ich mit Dankbarkeit und Respekt vor der Aufgabe an. Ich gehe mit Mut und Zuversicht an die Arbeit. Denn wir sind ein starkes Land – und unser Land kann mehr! pic.twitter.com/wNYul3vk2q
— Bundeskanzler Friedrich Merz (@bundeskanzler) May 6, 2025
A lo largo de su carrera, Merz se ha presentado como una figura decidida, a menudo intransigente. Ha oscilado audazmente de una postura política a otra, a veces alineándose con la retórica populista y otras replegándose a la ortodoxia centrista. En cuestiones como la política de deuda o la cooperación con la ultraderechista AfD, Merz ha demostrado decisión, pero no coherencia.
Puede que ese enfoque ya no le sea viable. La compleja coalición que lidera ahora, construida a partir de una incómoda alianza entre la CDU y el SPD, será un delicado juego de equilibrios. Puede que no resulte más fácil de gestionar que la díscola coalición “semáforo” a la que sustituye, liderada por Olaf Scholz, quien en la noche de este agridulce martes, le ha entregado el poder en una ceremonia.

Un estadista capaz de crear consenso
Como canciller, Merz ya no puede confiar en su fuerza de voluntad. Los miembros del SPD que desconfíen de sus reformas migratorias, o los colegas de la CDU que duden de su visión económica, necesitarán algo más que órdenes desde arriba: necesitarán que les convenzan. Y eso significa que Merz debe pasar de ser el líder testarudo del partido a un estadista capaz de crear consenso.
Pero “Der Spiegel” también apunta a que Merz tendrá que cooperar estrechamente con su vicecanciller, el líder del SPD Lars Klingbeil, que se enfrenta a disensiones internas similares desde el lunes. Juntos, deberán forjar la unidad a partir de la fragmentación, al tiempo que afrontan apremiantes retos globales y un volátil panorama internacional.
¿Puede Merz cambiar?
Queda abierta la cuestión de si Merz, que cumple 70 años en noviembre, es capaz de tal transformación. En las últimas tres décadas, ha mostrado poco apetito por la reinvención personal. Pero la conmoción que supuso su casi fracaso en la votación puede servirle de llamada de atención.

De ser así, incluso el desafío de quienes votaron en su contra podría, paradójicamente, servir a un propósito mayor: obligar a un político experimentado pero obstinado a adaptarse por fin a las realidades de la gobernanza moderna.
Una cosa está clara: Friedrich Merz ha hecho historia. Que su cancillería marque un periodo de renovación o uno de constantes divergencias depende ahora de lo mucho que esté dispuesto -y sea capaz- de cambiar.