Trump en Reino Unido: de la pompa a la política real (sin mujeres)

Starmer espera que la arriesgada apuesta de invitar de nuevo al presidente lo coloque como socio de referencia de EE.UU

Kate Middleton, la reina Camila y Melania Trump, ayer, en Windsor
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La visita de Estado de Donald Trump a Reino Unido supone un desafío directo a la propiedad conmutativa. En el delicado equilibrio de las relaciones internacionales, el orden de los factores sí altera el producto, y más cuando el factor decisivo de la operación es el 47 presidente de Estados Unidos. Las 48 horas que Trump pasará en la tierra natal de su madre han sido intencionadamente repartidas por su anfitrión en dos partes complementarias y la inicial está considerada como esencial para garantizar la segunda: primero agasajarlo y, a continuación, recoger los réditos. O al menos, así lo espera el Gobierno británico.

La pompa, las carrozas, los desfiles y los trajes de gala dan paso este jueves al objetivo primordial de esta segunda visita de Estado, inédita para un mandatario no perteneciente a la realeza. En última instancia, se trata de una propuesta transaccional: Reino Unido extiende la alfombra roja, ofrece el mejor espectáculo televisivo para la audiencia estadounidense y, a cambio, espera figurar en la lista de favoritos de Trump.

De ahí la exhibición de boato desplegado ayer en Windsor, una de las grandes especialidades británicas, con ceremonias militares, espectáculo aéreo y un gran banquete con el que Reino Unido ha querido preparar el terreno para la hora de la verdad: la escala política del viaje.

Carlos III de Gran Bretaña y Trump, durante un viaje en carruaje al Castillo de Windsor en Windsor
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Deslumbrando a Trump en Windsor

Conscientes de la debilidad de Trump por la monarquía británica, Casa Real y Ejecutivo unieron fuerzas por el bien común y brindaron al presidente de Estados Unidos suficientes motivos para sentirse especial, con hitos que nadie había disfrutado antes. La escala de lo habilitado este miércoles en el castillo de Windsor no tiene precedentes, nunca una visita de Estado había contado con tal demostración de músculo militar y las novedades, indudablemente, han caído como un bálsamo para un mandatario cuya querencia por las alabanzas es ampliamente conocida.

Trump pasa revista a la Guardia de Honor durante su visita de Estado al Reino Unido, en el Castillo de Windsor
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La prueba de fuego, sin embargo, tiene lugar este jueves en la residencia de Chequers, la casona de asueto del primer ministro británico en el rural. Allí se reunirá Trump con Keir Starmer, mientras la primera dama permanece en Windsor con la reina Camila, quien le enseñará la casa de muñecas más grande del mundo, con su propia electricidad y agua corriente, y la Biblioteca Real. Posteriormente, Melania Trump acudirá con la princesa de Gales a un encuentro con el jefe de los Scouts, organización de la que Kate Middleton es co-presidenta desde 2020, para finalmente reunirse con su marido en Chequers.

Allí, en la habitación donde se tomarán decisiones dominarán, por tanto, los hombres. Starmer es consciente de que, pese a ser el anfitrión, la batuta la lleva Trump, y no solo porque en la llamada ‘relación especial’ (‘special relationship’ en inglés) con Estados Unidos, Reino Unido es el socio minoritario. El premier necesita la aquiescencia de su invitado mucho más de lo que el mandatario estadounidense precisa la de los británicos. En juego está el ansiado posicionamiento de Londres como socio internacional de referencia de la Casa Blanca y, crucialmente, como beneficiario de una política arancelaria más benigna.

La excepción en la guerra comercial

Aunque en la actualidad Reino Unido puede presumir de contar con uno de los regímenes menos severos de la ofensiva comercial de Trump, el 25 por ciento que pesa sobre las exportaciones de acero y aluminio (la mitad que la tasa que abona la Unión Europea) duele en industrias estratégicas y el Gobierno no ha renunciado a un descenso. Según medios británicos, la reducción no tendrá lugar en esta visita, pero ganarse el favor de la corte de Trump, a juicio del Ejecutivo de Starmer, es un primer paso y suficientemente conveniente como para mantener la campaña de seducción.

No en vano, ambos países tienen aún pendiente de cerrar el cacareado pacto bilateral, pese a un principio de acuerdo perfilado el pasado mes de mayo. Adicionalmente, en esta ocasión han hallado un destacado espacio común en materia tecnológica, con la firma de un Pacto de Prosperidad Tecnológica (Tech Prosperity Deal, en inglés) que supondrá miles de millones en inversiones por parte de gigantes como Microsoft, Nvidia o Google, resueltos a impulsar en Reino Unido el desarrollo de la Inteligencia Artificial.

El fantasma de Esptein

Pero como siempre en política, y más con Donald Trump, junto al espacio de oportunidad está la incertidumbre de su imprevisibilidad. Theresa May, primera ministra británica en la visita de estado de junio de 2019, tuvo oportunidad de comprobarlo en su comparecencia conjunta, cuando el presidente de Estados Unidos declaró abiertamente su apoyo a Boris Johnson para reemplazarla en el Número 10, consideró que este sería capaz de garantizar un mejor acuerdo de Brexit que la por entonces premier y dijo que el sacrosanto sistema de sanidad pública británica podría formar parte de las negociaciones del pacto comercial con Estados Unidos.

A su favor, Starmer tiene una inesperada pero aparente sintonía personal con Trump, a pesar de pertenecer a familias políticas rivales y tener estilos personales diametralmente opuestos. Sus diferencias, con todo, son reales en ámbitos fundamentales, como Ucrania, Gaza (Reino Unido prevé reconocer formalmente al Estado Palestino la próxima semana), o el papel de la OTAN.

Sobre su reunión, además, sobrevolará el fantasma de Jeffrey Esptein, después de que el primer ministro cesase el pasado jueves al embajador británico en Estados Unidos por el “alcance” de su cercanía al pedófilo norteamericano, con quien Trump mantuvo también una amistad que, años después, vuelve de nuevo para molestarlo.

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