Durante años, Donald Trump ha tratado de minimizar su relación con Jeffrey Epstein. Ha hablado de encuentros esporádicos, de coincidencias puntuales y, últimamente, hasta de una ruptura temprana con el que lleva años siendo uno de los personajes más incómodos para el magnate. Sin embargo, una investigación publicada por The New York Times dibuja un vínculo mucho más estrecho en el que las mujeres aparecen como elemento central de una relación basada en el ego machista, la dominación y el intercambio de favores.
Los documentos, testimonios y entrevistas recopilados por el diario estadounidense no apuntan a que Trump participara en la red de abuso de menores que llevó a Epstein a prisión. Pero sí describen una cultura compartida, en la que el acceso a mujeres jóvenes formaba parte del capital social que ambos manejaban en los circuitos de poder de Nueva York y Florida desde finales de los años 80 hasta bien entrada la década del 2000.
El lenguaje de los “poderosos”
Epstein y Trump coincidían en un mismo terreno: fiestas privadas, mansiones y llamadas. De hecho, según algunos ex empleados de Epstein, cuando hablaban, no lo hacían de negocios ni de política, sino de sexo. Los cuerpos femeninos funcionaban como símbolo de estatus, como parte de un lenguaje compartido entre hombres con poder.

Las cosificación de la mujer
Esa lógica no es anecdótica, explica Rosa Márquez, doctora en Estudios de Género, en conversación con Artículo14. “Los hombres machistas no ven a las mujeres como sus iguales, sino como objetos al servicio de sus necesidades y deseos”, señala. En ese esquema, añade, las mujeres dejan de ser sujetos para convertirse en parte del paisaje del poder.
La investigación detalla cómo Epstein y su entorno presentaron a Trump a varias mujeres que posteriormente denunciaron acoso o abuso. Ninguna ha acusado directamente al expresidente de delitos sexuales con menores, pero los relatos coinciden en un patrón: entornos donde la presión, el silencio y la normalización del comportamiento abusivo eran la norma.
Este contexto es es el que ayuda a entender por qué el caso vuelve a incomodar a Trump en su segundo mandato. La aprobación reciente de una ley que obliga a publicar documentos federales relacionados con Epstein como tarde este 19 de diciembre -tras meses de resistencias y presiones internas- ha reactivado el foco político y mediático. De hecho, ni al republicanismo más fiel le sirven las explicaciones del presidente, y cada vez más parte de la base republicana exige saber qué información sigue bajo llave y por qué.

“Agredir a las mujeres sin apenas consecuencias”
Rosa Márquez subraya que la normalización de estas conductas tiene consecuencias duraderas. “Durante demasiado tiempo los hombres han utilizado su posición y poder para agredir y someter a las mujeres sin apenas consecuencias”, indica. Y añade que el descrédito sistemático de las denunciantes actúa como mecanismo de control: “Que a las que se atrevan a denunciar no se las crea es aleccionador para las demás”.
De momento, Trump ha negado reiteradamente cualquier implicación y su entorno ha calificado la información como una campaña política. La Casa Blanca insiste en que el presidente “no hizo nada malo” y se esfuerza en recordar que expulsó a Epstein de Mar-a-Lago.

El caso no se limita a una relación personal controvertida, expone una forma de ejercer el poder, donde el acceso al cuerpo femenino se convierte en signo de pertenencia a una élite masculina. Un patrón que no es exclusivo de Trump ni de Epstein, pero que encuentra en su relación un ejemplo especialmente documentado.
Hoy, con nuevos archivos a punto de hacerse públicos y con la presión política en aumento, la pregunta no es solo qué sabía Trump o hasta dónde llegó su relación con Epstein. Es también qué estructuras permitieron durante tanto tiempo que las mujeres fueran tratadas como moneda de cambio, y por qué ese sistema ha tardado décadas en ser cuestionado.

