Opinión

Caos

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“El tren vive en España el mejor momento de su historia”, sentenció eufórico, entusiasta, convencido, encantado de haberse conocido, ufano de su gestión al frente de la cartera de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente. Ese “de ganador a ganador”, tuitero impenitente, orador provocador en la tribuna, mamporrero presidencial, de tabernario lenguaje, lo dijo el pasado verano, pronunciando esta frase durante una comparecencia en el Senado. En la España de hoy, eso de Movilidad Sostenible suena a cachondeo del bueno.

Ahora, creo que por su permiso escrupuloso de paternidad -respeto a fondo la familia y la ideología woke, que pone por delante unas cosas sobre otras- permanece ausente y callado, quizá otra víctima inocente del proceso de victimización que el terremoto Cerdán está provocando en ese cándido e ingenuo universo socialista. Y eso que él es el ministro que adjudicó los contratos, al menos algunos, a la organización criminal. Una pobre víctima crédula y confiada ante las tropelías de pasta y putas de esos malvados que gobernaban España. Incluso hace unos meses, siempre rápido y decidido, como un pistolero vallisoletano de Duelo en OK Corral, ordenó una auditoría interna del Ministerio y dijo contundentemente que todo estaba limpio como una patena.

Caos en Barajas este 2 de julio

Pero hoy no vamos a dedicar esta columna a hablar de ese fango. Lo voy a hacer de la sangre, sudor y lágrimas de los miles de viajeros que se suben a un tren en España u osan ir a un aeropuerto con la emoción en sus carnes de qué no saben cuándo terminará su periplo y cómo será la aventura. Eso se lo deben a esta nueva pobre víctima que se llama Oscar Puente, quien se desvive por el servicio público, por tener los mejores trenes, por informar del minuto a minuto de la increíble recuperación de las carreteras tras la dana valenciana, por desplazarse como un rayo, con su casco y su chaleco de currela, para evaluar los destrozos que originan los saboteadores del progreso en las catenarias ferroviarias, para perseguir a los malvados que roban el cobre impunemente, por pelear contra los abusos de las empresas privadas enemigas del interés general. Y ese hombre, es la víctima inocente del mayor caos que los servicios públicos han tenido en la historia de España. Porque la víctima es él, no los usuarios de los servicios públicos. Por eso, hay que dejarle que ahora dedique sus muchas energías al permiso de paternidad. Ya volverá y todo lo arreglará.

Igual me falla la memoria, me falla tanto que ya no recuerdo ni cuándo me falla. Pero al menos mi memoria sentimental me señala que este caos no pasaba en la España seria que conocimos. Este servidor es nieto de un ferroviario y viajaba en tren desde muy temprana edad. He viajado en aquellos trenes correo de nocturno trayecto, con sus compartimentos de madera para ocho pasajeros, que salían de la estación del Norte a media tarde y llegaban traqueteando a Santander al amanecer. Y, ya más jovencito, en aquéllos cercanías que transportaban a los muchachos a pasar el domingo en Cercedilla. Y ya hombre, hecho y derecho, como un profesional de traje y corbata, en el AVE que unía Madrid con Sevilla y Sevilla con Madrid. Hablo de décadas de la vida española contemporánea, con políticos distintos, con gestores distintos, con realidades distintas, con economía distintas. Pero en España funcionaban las cosas como Dios manda.

Una oleada de incidencias provoca retrasos en varias líneas de alta velocidad
Una oleada de incidencias provoca retrasos en varias líneas de alta velocidad. Europa Press
Europa Press

Ahora, no. Hay que decirlo alto y claro. No. Nos hemos instalado en el caos. El servicio público es una cosa muy seria, sostenido con los impuestos del contribuyente y gestionado por políticos y funcionarios con capacidad para hacerlo. Se necesita inversión para su mantenimiento y mejora, se precisan gestores para su dirección y organización y se requieren profesionales y trabajadores para su funcionamiento. Y, por supuesto, políticos capaces, que no echen balones fuera y las culpas a otros cuando viven en medio del caos que hoy campea por España.

Ya hablamos del apagón en estas páginas de Artículo14. Pero es que el apagón, que llevo el país a negro durante casi 24 horas, se está quedando en nada ante el caos ferroviario. Sólo en 2025, se estima que cerca de 500.000 pasajeros han sufrido en sus carnes el caos ferroviario con retraso de larga duración y cerca de 2 millones con otros moderados. Algunos en su más cruel manifestación: 10, 12 14 horas detenidos en medio de la nada, temperaturas de 40 o más grados, falta de agua, falta de comida, lavabos infectados de suciedad, carencia de información y atención al viajero. En el 2023, se produjeron 353.665 reclamaciones. Si la situación no mejora, se esperan cerca de 750.000 para este año y un volumen de afectados que puede alcanzar los 4 millones.

La cronología habla por sí sola: retrasos masivos en el corredor Madrid-Valencia, en febrero; avería en la catenaria Madrid-Galicia, en abril; colapso en Atocha Cercanías, en abril; robo de cableado en el corredor Madrid-Sevilla, en mayo; fallo en el enclavamiento de Chamartín, en mayo; interrupción entre León y Asturias por desprendimientos en Pajares, en junio; rotura de la catenaria entre Toledo y Madrid, en julio. Y los pobres pasajeros de la T4, orgullo de España, que no pasaban los controles y perdían los vuelos. Un rosario sin fin.

Por alguna razón, la puntualidad ha caído al 76%, frente a cerca del 95% de los años anteriores, al tiempo que las reclamaciones subían un 87% y las indemnizaciones el pasado año se elevaron a 55 millones de euros frente a los 42 de 2023.

Las causas son múltiples. En primer lugar, falta de inversiones y de obras. Seguido de la sobrecarga de la red, los fallos en el material rodante y el robo de cableado. Nada que un Gobierno preocupado y motivado por la gestión del servicio público, por el interés general y por el bienestar de todos los españoles no pueda solucionar.

Muchos españoles amamos el progreso y el desarrollo. Muchos gustamos del orden y la seguridad. Muchos buscamos el bienestar y el interés general. Este Gobierno parece que sólo piensa en el relato y la retórica mientras a aquella España que funcionaba como un reloj se le paran las manillas y no tiene relojero que lo repare.

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