Tragedia en Valencia

De Susana a Elisabeth: las 92 vidas de mujeres que se llevó la DANA

Hoy es un día para honrar a cada una de ellas, la mayoría mayores de 70 años y con movilidad reducida, sorprendidas por las lluvias en sus propias casas

Si algo nos enseñó la DANA valenciana de 2024 es que, frente a la fuerza indomable de la naturaleza, no deberíamos dar nada por sentado. La furia del agua se llevó 230 vidas. 92 mujeres y 138 hombres. Un año después, muchos de los supervivientes, cientos de miles de vecinos de los municipios afectados, viven todavía con un miedo que creíamos ancestral. Pasará tiempo hasta que logren reconciliarse con la tierra y con la mano del hombre.

Christian Lesaec, presidente de la Asociación de Damnificados de la DANA Horta Sud, nos dice que las familias prefieren vivir estas jornadas de luto en silencio. Persiste el dolor, la ansiedad, la sensación de vulnerabilidad y mucha rabia. Relatar la tragedia abre aún más la herida. Es lo que nos transmiten las gentes de Paiporta, Sot de Chera, Catarroja… Han encontrado en la cooperación y la ayuda mutua el único idioma que comprenden.

La edad dificultó su escape

Una buena parte de las fallecidas son septuagenarias, octogenarias y nonagenarias. La mayoría se concentran en la comarca de l’Horta Sud, especialmente en municipios como Paiporta y Catarroja. Fueron sorprendidas por la súbita subida del agua en sus propias viviendas. Un porcentaje significativo tenía problemas de movilidad o edad, lo que dificultó su escape.

Vecinos limpiando las calles de Paiporta después de la tragedia

Como suele ocurrir en una situación de emergencia, muchos de los hombres decidieron salir a poner a salvo a algún ser querido, rescatar el coche, ayudar a otros, salvar animales o pertenencias o simplemente calibrar el nivel del agua. Alguno subestimó el riesgo y sobreestimó su capacidad de controlar la situación. En un impulso profundamente humano, trataron de rescatar a familiares, vecinos, incluso desconocidos. Pero ni siquiera quienes se quedaron en espacios cerrados estuvieron a salvo.

Ese 29 de octubre de 2024 empezó a escribirse una lista funesta de nombres que el Centro de Integración de Datos (CID) dio por cerrada siete meses después de la tragedia con 136 hombres, 91 mujeres y tres desaparecidos (dos hombres y una mujer). La última, Elisabeth Gil, de 37 años y madre de dos niños. Desapareció en la localidad de Cheste cuando la riada arrastró el vehículo que conducía. El coche fue encontrado vacío el 13 de febrero en el barranco del Poyo. A pocos metros, apareció el cuerpo de su madre, Elvira, que viajaba con ella de camino al hotel La Carreta, donde trabajaban. El juzgado de Requena declaró oficialmente su fallecimiento el 30 de mayo de 2025, pero Elisabeth se encuentra aún desaparecida.

Francisco, Elisabeth y Javier, los tres desaparecidos. Los restos de este último han sido localizados el martes, 21 de octubre de 2025
Francisco, Elisabeth y Javier, los tres desaparecidos. Los restos de este último han sido localizados el martes, 21 de octubre de 2025

La primera víctima mortal

Con José Hernáiz, que dejó de contestar al teléfono a las 11:45 del 29 de octubre, se inició el trágico recuento. Fue la primera víctima mortal registrada de la catástrofe. A partir de ahí, el reguero se hizo incesante a medida que descendían las aguas. La primera mujer, Susana Vicent, de 30 años. Desapareció junto a su padre cuando se encontraba en su casa de campo en Pedralba. Fue hallada a 80 kilómetros, en las inmediaciones de El Saler, cerca del Parque Natural de la Albufera. Aunque su encuentro se produjo el 31 de octubre, falleció en las primeras horas de la riada, coincidiendo con la súbita crecida del río. Hace solo unos días apareció bajo el lodo el cadáver momificado del que podría ser su padre, José Javier Vicent, de 56 años, cuando operarios realizaban de limpieza en el cauce del río Turia.

Vista general de los trabajos de derribo de cinco casas de una manzana en Catarroja afectadas por la DANA
EFE/Manuel Bruque

La riada sorprendió en sus casas a octogenarias como Piedad Vico, madre de tres hijas, que sobrevivió al hambre de posguerra, e Isabel Valero, soltera y amante de la fiesta de Moros y Cristianos y del parchís. Ambas vivían en Sedaví y tenían problemas de movilidad. En Paiporta, María Amparo Ibor, enferma de Alzhéimer, flotó durante horas sobre un colchón ayudada por su nuera. Finalmente fue rescatada por sus vecinos, pero murió el 8 de noviembre en el hospital. En el mismo municipio, Isabel Serranilla pidió auxilio desde una planta baja, pero el agua ya había anegado todas las calles. Octogenaria era también María Sanz Gómez, de Utiel. Su marido Ángel, de quien se enamoró siendo niña, quiso, sin éxito, rescatarla.

María Consuelo Vidal, de 71 años, murió junto a su esposo Rafael, de 75, guitarrista de varios coros rocieros. Vivían en Picanya, a 50 metros del barranco del Poyo. Él intentó salir de casa con ella en brazos y, antes de soltarla, prefirió que la corriente les arrastrase a los dos.
El agua no hizo distingos de edad ni de ningún otro tipo. Adela Rodríguez, de 63, se dirigía a su casa de Torrent desde Beniparrell, donde trabajaba como informática. Después de una semana de incesante búsqueda, la Guardia Civil dio con su cuerpo. Axinia Sandu falleció junto a su marido Florín, rumano igual que ella y de 57 años, subidos en lo alto de la furgoneta en medio de un arrozal adonde no pudo llegar nadie. Anunciación Pérez, de 90 años, encontró la muerte en Utiel, el pueblo donde trabajó durante décadas como sirvienta. De su vivienda no quedaron ni las paredes. 92 tenía Dolores Veiret, de Letur (Albacete).

Familias rotas

Aunque es difícil medir el desgarro, las historias de Mónica Martínez y Jonathan Muñoz, de 37 años, la de Lourdes María García y su hija Angelina Tarazona, de 34 y tres meses, o la de Janine Mercado, de 32 años, son especialmente lastimosas. La riada golpeó la casa de los primeros a punto de recoger a sus dos hijos del colegio, en Letur, y arrastró sus cuerpos río abajo. Lourdes María y su bebé quedaron atrapadas en el coche que conducía Antonio, su marido. Él consiguió escapar, pero no pudo hacer nada por ellas. Janine, de origen boliviano, estaba embarazada de ocho meses y trabajaba en el polígono de Ribarroja. El golpe de un contenedor le hizo caer desde el vehículo al que se había subido. Raquel Pagán, de 43 años, murió junto a su hijo Neizan, de cuatro.

Basura acumulada al lado de la estación de tren de Catarroja
Basura acumulada al lado de la estación de tren de Catarroja
Dámaris Fernández

La misma mala suerte corrió, a pocos metros de allí, Eva Canut, de 54 años. La corriente pudo con ella. Y con Milagro Martínez, de 63, que salió a las 18.45 de la fábrica de colchones de Picanya y quiso salvar su vida en el capó de un coche. Antonia López, de 71, fue despedida desde la cocina de su casa, en el casco antiguo de Letur, y su cuerpo fue localizado cuatro días después a catorce kilómetros. Terri Turner, británica, salió ese martes con su marido Don a echar gasolina. Los cuerpos de esta pareja septuagenaria fueron encontrados en el interior de su vehículo en una carretera cercana a Pedralba.

También Iluminada Ramírez fue arrastrada de su casa, una planta baja, en Alfafar. E Isabel Ibáñez, modista y muy servicial, que se encontraba cenando en su vivienda de Catarroja. Su hijo Juan José escribió en su estado de WhatsApp: “Madre, luché por ti y por todas las víctimas por vuestra muerte. No voy a parar hasta que tengamos penas de prisión. Pelearé por vuestra justicia. Te quiero, madre”. A Manuel Company y Marina Company, de 89 años, se les inundó su casa de Massanassa.

La riada llegó sin aviso. El agua bajaba con furia arramplando con muebles, muros, vehículos, árboles… Y con las vidas de mujeres que habían resistido todas las tormentas. Eran octogenarias y nonagenarias que levantaron el país desde los escombros. Aún tenían pendiente mojar la penúltima rebanada de pan en la leche de su merienda, completar el crucigrama, rezar al caer la tarde o mirar por la ventana a ver si todavía florecía alguna flor. Lo cotidiano, que es donde habitaban ahora.

Mayores, pero con un valioso porvenir

Eran mayores, pero no era su momento. Cada una de ellas llevaba en su ánimo un porvenir: una taza de café, una conversación en la puerta, una siesta al sol, una comida familiar o una tarde con nietos. Mientras la corriente seguía su curso, el mundo se acabó para María Amparo Benet (63), María José Sancho (50), María del Carmen Laso (66) o Francisca Porras (72), que dedicó su vida a la enfermería. También para Isabel Izquierdo (81), una de los seis fallecidos en la residencia de Paiporta; María Luisa Zahonero (79), una mujer profundamente religiosa, o María Carmen Fernández (79), que cayó al fango después de que el techo se desplomara.

Concepción Moreno (83), Amparo Bou (83), Teresa Plaza Oliver (86), María de los Desamparados (90), Rosa Pages (92), Maruja García (95)… Todas habrían querido correr con la ligereza de los veinte, pero sus cuerpos habrían tropezado igualmente con la muerte, como le ocurrió a Sara Carpio (24), con la vida recién estrenada, o a Elvira López de las Heras (45), que se había mudado con su pareja y sus tres perros a una propiedad de 3.000 metros cuadrados en la pedanía de Torrent, zona cero de la DANA.

Iván, tío de los niños Rubén e Izan, observa desesperado el barranco de Torrente en el que buscan sus cuerpos
Barranco de Torrent
María Serrano

Aquel 29 de octubre de 2024 fue una tarde llena de fatalidades. A Nuria Martínez (55), vecina de Paiporta, se le enredó el pelo a unas cañas durante un complicadísimo rescate por parte de su marido, José María. Nada pudieron hacer tampoco María de los Desamparados Montes (76), Emilia Benito (80), Consuelo Torrent (82) o Isabel Ferrandis (91), que falleció en Catarroja, en la misma casa en la que sobrevivió a la riada de 1957.

Una vecina de Catarroja pasea por el centro de su pueblo
Dámaris Fernández

Y las que sobrevivieron quedaron como ramas dobladas después del vendaval. Madres, abuelas, viudas… siguen en pie, sí, pero temblando, más por el espanto de la ausencia que por frío. Aún tienen fuerza para sostenerse unas a otras. Cada una de sus vidas merece ser honrada, también la de las gentes que resisten y han vuelto a empezar con lo mucho o poco que quedó. Es otra forma de justicia.

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