España acaba de encender sus luces de Navidad. Las calles brillan. Los escaparates sonríen. La ciudad arropa… hasta que UNICEF nos recuerda que uno de cada tres niños y niñas en España vive en riesgo de pobreza o exclusión social.
Son 2,7 millones de infancias atravesadas por la precariedad. La tasa AROPE -el indicador europeo que mide el riesgo de pobreza o exclusión social- alcanza el 34,6%. La pobreza monetaria relativa llega al 29,2%, la más alta de la Unión Europea en población infantil.
Las cifras duelen porque esconden miedo y noches sin dormir. Cuerpos pequeños aprendiendo demasiado pronto qué significa vivir sin garantías.
Mientras algunos niños escriben cartas a los Reyes Magos, otros solo piden estabilidad. Un plato garantizado. Calefacción. Una madre que no llegue rota al final del día.
Infancias en desigualdad geográfica
Nacer en un lugar u otro no debería marcar nuestra vida. Pero la pobreza infantil en España no se reparte por igual. En regiones como Murcia, Andalucía, Castilla-La Mancha o Canarias, supera el 40%. En el extremo opuesto, Galicia, Euskadi o Baleares se sitúan por debajo del 25%.
Karen Pizarro, psicóloga en Fundación Acogida, conoce las cifras, pero también los rostros y las voces que hay detrás de los números. “Más que números, son historias”, explica. “Madres jóvenes, muchas migrantes, que llegaron huyendo de la pobreza severa, la violencia o el abandono, buscando protección para sus hijos… y que muchas veces se encuentran con otra pobreza aquí. Llegan con trauma acumulado, pero también con fuerza. Con deseo de reparar. Con amor intacto”, describe.
La mayoría de los niños que acompaña Fundación Acogida están en la primera infancia. Cuerpos diminutos que, antes de aprender a jugar, ya aprenden a defenderse. Están expuestos a estrés temprano, a inestabilidad emocional, a un miedo que se instala demasiado pronto.
UNICEF recuerda que la pobreza infantil no es solo económica: afecta la salud física y mental, el rendimiento escolar, el desarrollo emocional e incluso las oportunidades futuras. Es desigualdad que se prolonga a lo largo de toda la vida.
Los estudios incluidos en el informe advierten que estos niños tienen mayor probabilidad de sufrir depresión, peor salud, menor rendimiento académico y peores expectativas laborales en el futuro. La pobreza infantil en España tiene incluso un coste social estimado superior a 63.000 millones de euros al año, el equivalente al 5,1 % del PIB.

Madres que sostienen el mundo
Detrás de cada cifra de pobreza infantil hay una madre que lucha sola. Lo confirma UNICEF: los hogares monoparentales -mayoritariamente encabezados por mujeres-mantienen tasas de pobreza cercanas al 50%.
Son madres que sostienen solas lo que debería sostener un país entero. Mujeres con niveles altos niveles de ansiedad, culpa y agotamiento emocional.
“Muchas de ellas migraron para dar algo mejor a sus hijos y se enfrentan a un sistema que no siempre las incluye, que las empuja a empleos precarios, que dificulta la conciliación”, afirma Pizarro.
Primero sobrevivir, luego existir
“No se puede trabajar la salud mental si lo básico no está cubierto”, insiste Pizarro. Por eso, en Fundación Acogida, lo primero es garantizar techo, comida, pañales, leche y calefacción. “Que sepan que aquí están seguras, que aquí no se trata de sobrevivir y que pueden empezar a vivir”, explica. Y añade: “Cuando la madre está acompañada, contenida y reconocida en sus capacidades, el impacto del contexto adverso sobre el niño disminuye de forma significativa”.
La salida no es individual: es estructural
El informe de UNICEF es claro: para revertir la pobreza infantil hacen falta políticas reales. Prestación universal por crianza. Refuerzo del ingreso mínimo vital. Mejora del acceso al empleo digno. Apoyo a la conciliación. Vivienda asequible. Coordinación institucional.
Sí, la pobreza infantil es consecuencia de decisiones políticas. De ahí la urgencia y la importancia de mirar a esos niños que no piden juguetes, sino calma. Escuchar a esas madres que no necesitan milagros, sino justicia.
Tal vez el gesto más navideño y, a la vez, más político sea garantizar que ningún niño tenga que aprender antes a resistir que a jugar.


