Raquel Catalina tiene 37 años; es de Valladolid y trabaja como orientadora en un colegio. En conversación con Artículo14, reconoce que evita los taxis siempre que puede. “Si puedo ir a casa acompañada, lo prefiero”, dice. A veces no tiene más remedio que subir a uno, y entonces respira tranquila sólo cuando el vehículo se detiene frente a su portal. “Hay una parte que es buena: cualquier taxista espera a que entre en casa. Pero cuando voy con mi novio voy más tranquila”, admite. Sara Rodríguez, con 25 años, lo tiene aún más claro: “Nunca me he atrevido a coger un taxi sola. Estar en un espacio tan cerrado con un hombre desconocido me genera mucho miedo”.
No son casos aislados. Muchas mujeres en España siguen condicionando sus desplazamientos nocturnos para evitar un trayecto solitario en taxi o VTC. Algunas lo sustituyen por largos paseos a pie, aun sabiendo que caminar sola de noche tampoco está exento de riesgos. “Prefiero ir andando y no cogerlo, aunque tenga que ir mirándome las espaldas”, confiesa Sara. Y aunque la imagen pueda parecer extrema, responde a un patrón que mezcla miedo, prevención y desconfianza en un sector profundamente masculinizado, donde la inmensa mayoría de conductores siguen siendo hombres.
Una denuncia cada 8 minutos
El debate no es exclusivo de España. En Estados Unidos, casos recientes de agresiones sexuales en servicios como Uber han encendido las alarmas. Las denuncias han crecido y el impacto ha sido suficiente como para que Uber recibiera un informe de agresión sexual o conducta sexual inapropiada en Estados Unidos casi cada ocho minutos, sólo entre 2017 y 2022.
Aquí, lo cierto es que las cifras no muestran un problema tan acuciante, pero la sensación de inseguridad sí existe. Y no se trata solo de estadísticas: se trata de la percepción de riesgo en un contexto social todavía marcado por el machismo.
Sólo un 7% de mujeres conductoras
“Me iría más tranquila con una mujer taxista”, dice Sara, “pero es complicado encontrarla”. En España, la presencia femenina en el sector del taxi y de los VTC es residual. Según los últimos datos recogidos por Freenow, las mujeres tan sólo representan el 7% del total de conductores. Y la consecuencia es que para muchas usuarias -Raquel y Sara, entre ellas- un trayecto nocturno se convierte en una experiencia de alerta constante, con el teléfono en la mano, la mirada pendiente del camino y la ubicación compartida en grupos de amigas.
Las administraciones empiezan a mover ficha, aunque de forma desigual. El Ayuntamiento de Valladolid, por ejemplo, ha incorporado un servicio de paradas a demanda para mujeres en las líneas nocturnas de autobús. La medida permite que las pasajeras bajen en un punto más próximo a su domicilio, reduciendo el tramo que tienen que recorrer a pie. Una pequeña innovación que, según el consistorio, busca “garantizar un regreso más seguro”.
La iniciativa no resuelve de un plumazo el problema, pero abre un camino: repensar el transporte público y privado desde la perspectiva de género. Porque la seguridad no es solo cuestión de cámaras o de protocolos de denuncia, sino de generar confianza en el trayecto. En un país donde aún se normaliza que una mujer avise al llegar a casa, cualquier cambio que acorte distancias -ya sean físicas o mentales- importa.
Las historias de Raquel y Sara revelan que el miedo no siempre nace de la experiencia directa, sino de un clima social que lo alimenta. La sombra de lo que podría pasar pesa tanto como el recuerdo de lo que ya ha pasado en otros lugares. Por eso, aunque España no viva la misma ola de denuncias que Estados Unidos, la conversación sobre seguridad en el transporte no puede limitarse a reaccionar cuando haya cifras. A veces, el dato más importante es que demasiadas mujeres todavía planifican su vuelta a casa en función de quién conduce. Y eso, a ellos no les pasa.