La crítica despiadada

‘Alpha’: lo nuevo de Julia Ducournau impresiona hasta que extenúa

La autora de 'Titane' abandona el terror corporal para construir una metáfora sobre la epidemia del sida, pero su desmesura formal y narrativa convierte el impacto inicial en agotamiento

‘Alpha’: lo nuevo de Julia Ducournau impresiona hasta que extenúa
‘Alpha’: lo nuevo de Julia Ducournau impresiona hasta que extenúa
Montaje: kiloycuarto

Con su segundo largometraje, Titane (2021), la francesa Julia Ducournau deslumbró y escandalizó al público –se cuenta que hubo quienes se desmayaron al verla– tanto antes como después de ganar la Palma de Oro en el festival de Cannes. En aquel momento, era apenas la segunda película dirigida por una mujer en conseguir tan prestigioso premio en toda la historia del certamen –El piano, de Jane Campion, lo había ganado 30 años antes–, y aún hoy sigue siendo la única ficción protagonizada por una joven que fornica con un Cadillac, y que a causa de ello queda embarazada, en lograr ese triunfo.

Por improbable que parezca, lo cierto es que aquel coito entre mujer y máquina no era más que una de las muchas armas a las que Titane recurría para sorprender, epatar y sacudir al espectador. Y una variación similar de ese efectismo maximalista es lo que ahora define el nuevo trabajo de Ducournau, Alpha, una parábola abrumadoramente excesiva sobre el VIH que mezcla un sinfín de ideas y las presenta acompañadas de sangre –aunque aquí, eso sí, la directora prescinde del tipo de terror corporal que en el pasado le valió comparaciones con David Cronenberg–, efectos visuales imponentes, interludios musicales atronadores y dosis generosas de histrionismo actoral. El resultado impresiona, pero solo hasta que empieza a resultar extenuante.

Julia Ducournau con la Palma de Oro del Festival de Cannes

Ante todo, Alpha es un drama de época sobre un virus que asola una ciudad sin nombre en los años 80 –ninguno de los personajes pronuncia la palabra “sida”, ni les hace falta para dejar claro que ese es el asunto del que se habla– y que transforma gradualmente a quienes lo sufren en estatuas de mármol. La premisa permite a Ducournau incluir en la película una sucesión de imágenes apabullantes, pero plantea una pregunta: si se trata de impactar, ¿por qué recurrir a metáforas vistosas en lugar de mostrar directamente la realidad de los seropositivos en aquella época, mucho más horrible que cualquier virguería generada por ordenador? Después de todo, aquí la enfermedad ficticia no solo no arroja nueva luz sobre la epidemia a la que sirve a modo de metáfora sino que, de forma sin duda involuntaria, banaliza los horrores que representa al convertirlos en algo deslumbrante a nivel estético.

Asimismo, Alpha es un relato de iniciación adolescente protagonizado por una chica de 13 años, Alpha (Mélissa Boros), que quizá se haya contagiado de la enfermedad mortal, o quizá no, a causa de un tatuaje que alguien le hace en una fiesta, y Ducournau intenta extraer jugo dramático a ese dilema escenificando sucesivas situaciones –una de ellas durante un partido de voleibol, otra durante una clase de natación– en las que la muchacha sangra a causa de distintas heridas y asusta a quienes la rodean.

Melissa Boros, Julia Ducournau y Tahar Rahim
Melissa Boros, Julia Ducournau y Tahar Rahim

Y, por último, la película también trata de funcionar a modo de melodrama familiar sobre la adicción y el dolor causado por el duelo. La madre de Alpha (Golshifteh Farahani) es doctora en un hospital y además cuida de su hermano, Amin (Tahar Rahim), un yonqui cadavérico que casi sufre una sobredosis y tiene que ser resucitado con adrenalina. Los procedimientos médicos y las intrusiones corporales, recordemos, han sido un elemento narrativo predilecto de la directora desde su primer largometraje, Crudo (2016), relato de dos hermanas caníbales ambientado en una escuela de veterinaria.

Las ideas que Alpha esboza a través de esas tres líneas dramáticas –sobre el trauma que la heroína puede causar, sobre el miedo perenne que causa hacerse mayor en un mundo azotado por la enfermedad– tienen indudable valor nominal, pero son tantas que resulta difícil no perder la cuenta. Para complicarnos las cosas aún más en ese sentido, además, la película va dando continuos saltos temporales entre los años 80 y los 70, y llegado el momento empieza a sugerir que quizá Amin no sea sino producto de las alucinaciones que su joven protagonista sufre. Quizá no haga falta aclarar que la acumulación de complicaciones narrativas y elementos de reflexión entorpece el manejo adecuado de cada uno de ellos.

Desde el primero hasta el último de sus planos, es cierto, Alpha confirma repetidamente la extraordinaria capacidad de Ducournau para crear imágenes y composiciones sobrecogedoras, pero entretanto, y de manera mucho más acusada que en ninguna de sus películas anteriores, la directora muestra una severa incapacidad para contenerse o dar espacio al espectador para que experimente emociones en lugar de imponérselas. Es una película tan rebosante de energía desbocada y tan desesperada por afectar que, paradójicamente, acaba siendo estéril.

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