Antonio Mercero (Madrid, 1969) recibe al lector con una mezcla de pudor, claridad y humor, consciente de que su nombre despierta asociaciones inevitables: la saga de Elena Blanco, el seudónimo Carmen Mola, el Premio Planeta, la polémica. Pero esta vez no viene con un thriller ni con un cadáver sobre la mesa, sino con una historia íntima, doméstica y de largo aliento: Está lloviendo y te quiero (Planeta), una novela de 500 páginas que recorre cuatro generaciones de una familia en Lasarte y Madrid, desde los años previos a la Primera Guerra Mundial hasta el presente.
Y, como suele suceder, todo empezó con una imagen. Esta vez no con una escena de crimen, sino con un reloj. “Vi un reloj de pared fabricado por mi tatarabuelo y ese fue el germen de la novela”, recuerda. Lo vio en Wallapop, en un anuncio que lo dejó clavado: el reloj llevaba grabado el nombre de Ramón Mercero, antepasado del escritor. “Estaba a 3.000 euros cuando vi el anuncio, luego bajó a 1.750. Mañana tengo una cita con el vendedor en San Sebastián para verlo, pero no sé si lo compraré”. De momento, el reloj sigue sin dueño, pero se ha convertido en un motor literario. “A partir de ahí empecé a investigar en mi familia paterna y en la Lasarte de 1916 y 1918. Todo el proceso duró aproximadamente un año, desde que encontré el reloj hasta que entregué el manuscrito.”

“Entrar en una saga familiar es como entrar en un campo de minas”
Aunque la novela parte de un objeto de familia, Mercero pone tierra de por medio desde el principio: no está contando su vida, ni la de sus abuelos, ni la de sus padres. Tampoco pretende ajustar cuentas. “No he sido fiel a mi familia ni a mis antepasados: me los he inventado. Lo que es real es el lugar, Lasarte, y el contexto histórico”. Lo demás es ficción. Y no es una decisión banal: “Entrar en una saga familiar es como entrar en un campo de minas: puedes ofender a alguien. Así que encontré el abrigo de la ficción”.
La historia arranca cuando Paula, una de las protagonistas, regala a su hermano ese viejo reloj fabricado por su bisabuelo. Su madre lo ve, sufre un infarto y la intriga comienza. Dentro del reloj aparece un mensaje: “Está lloviendo y te quiero”. Esa frase es, de hecho, otro regalo heredado. “El título es de mi padre. Era el nombre de un guion inédito que él escribió a principios de los 90 y que no consiguió vender”. El manuscrito dormía en un cajón hasta que Mercero lo rescató. “Me encantó. Pensé que sacar al menos el título del cajón era un bonito homenaje. Creo que a mi padre le habría gustado”.
De Carmen Mola a la borrachera de libertad
La distancia con Carmen Mola es deliberada. “Quería alejarme de Carmen Mola, por lo menos por un rato […] Yo soy el que más se ha alejado, empezando por el título”. Esa huida está relacionada con una necesidad creativa: “El género policíaco, el thriller, es un poco como una tiranía de normas. Estás más encorsetado. En cambio, con esta novela me he sentido más libre, podía tirar por cualquier lado… Ha sido una especie de borrachera de libertad”.
Mercero reconoce que escribir solo, después de años trabajando en un engranaje de tres cabezas, también influyó en esa sensación. “Con tres personas tienes que estar de acuerdo en todo; aquí, en cambio, he sido muy libre y me he sentido muy bien”. Lo dice con una mezcla de alivio y humor, pero sin renegar del proyecto colectivo: “Con el Premio Planeta se acabó el anonimato y llegó la promoción. Tiene su lado bueno y su lado malo. Pero son los años del éxito y hay que disfrutarlos”.

Sobre el futuro del trío, adelanta lo justo: “Hemos hecho ya muchas reuniones y saldrá el próximo año 2026. Va a ser muy thriller; un poquito escabrosa, porque tiene que tener la marca Carmen Mola”.
Una novela de tiempo, silencios y país
En Está lloviendo y te quiero el tiempo no es solo un tema, es una textura. Un personaje más. Una amenaza y un refugio. “El reloj de pared observa cómo el tiempo se acelera, mientras nosotros perdemos su majestad y su calma”, dice el autor. La novela transcurre en un pequeño pueblo guipuzcoano y en un Madrid de clandestinidad comunista, tertulias, cineclubs y protestas estudiantiles. Mercero intenta que ese territorio íntimo dialogue con la historia de España. “La ficción es una manera menos dañina de envolver la historia de España”.
La trama se construye sobre los grandes hitos del siglo XX: la Primera Guerra Mundial, la Guerra Civil, la posguerra, el franquismo, la migración, la transformación industrial del país. Pero lo hace desde un espacio reducido, casi doméstico. “Cuento todos estos episodios desde una aldea muy pequeña que espero que sirva como caja de resonancia del país entero”.
La novela se convierte en una reflexión sobre cómo cambia nuestra percepción del porvenir: “No es lo mismo el paso del tiempo en 1916 que hoy, no es lo mismo el sentido del futuro entonces que ahora. En la posguerra no sabías si ibas a tener un plato en la mesa”. Ese desfase entre expectativas y realidades atraviesa a los personajes y, de alguna manera, también al propio autor.

El lado humano del oficio
Mercero no evita hablar de la precariedad del mundo literario. Lo hace con claridad matemática: “Es muy difícil vivir de los libros. Mucho más que de los guiones. Yo lo estoy haciendo, pero no olvido la realidad: el 97 % de los escritores venden menos de 3.000 ejemplares”. Una cifra que, en sus palabras, debería servir como advertencia y como llamada a la humildad. “Si te gusta mucho, si es vocacional, mi consejo es intentarlo. Quizá eres parte de ese 3 % que lo logra. Pero no es fácil. La mayoría de los escritores tienen otro trabajo para poder vivir”.
También recuerda su pasado periodístico y cómo aquello lo condujo a la ficción: “Fue un momento muy importante: he pasado de escribir sobre la realidad a modificarla a mi antojo”. Esa transición entre narrar lo que sucede y narrar lo que podría suceder marcó su trayectoria.
Familia, memoria, humor
El personaje más cercano a la realidad es su padre. Y también el más querido. “Respeto su cinefilia y mantengo su lado lúdico, la manera que tenía de relacionarse con la vida a través del sentido del humor y del juego”. En un contexto tan duro como la posguerra y el franquismo, ese humor no era un adorno: “Usar el sentido del humor cuando las cosas van mal te da una ventaja sobre el resto del mundo”.

Mercero no sabe si comprará finalmente el reloj que originó la novela. Tal vez sí, tal vez no. El objeto está ahí, oscilando entre el pasado y el presente como su propia historia. “Sería comprarlo solo por razones sentimentales. No soy coleccionista; lo haría únicamente por ese vínculo emocional”.
Ese reloj encarna exactamente lo que busca en la novela: el tiempo detenido, el misterio familiar, la transmisión entre generaciones, la fragilidad de lo heredado. Y, por encima de todo, la voluntad de narrar para no olvidar. Está lloviendo y te quiero no solo rescata un título perdido o una anécdota de Wallapop: abre un espacio para mirar de frente a las familias que fueron y a las que seguimos siendo.
En su nueva etapa literaria, Mercero escribe con la serenidad de quien ya ha vivido el éxito y sabe que no es lo esencial. Lo esencial, en su caso, es haber encontrado por fin una historia que, como él mismo dice, “sale de las tripas”. Y que, como el reloj que la originó, sigue latiendo.


