Los festivales de cine se abren a la política más incómoda con The Wizard of the Kremlin (El mago del Kremlin), el debut en inglés del cineasta francés Olivier Assayas. Tras retratar a figuras como Ilich Ramírez Sánchez en Carlos o los espías de La red avispa, el director pone ahora la cámara sobre Vladímir Putin y su ascenso en el caos postsoviético. Pero el verdadero centro de atención está en Jude Law, que ha aceptado meterse en la piel del presidente ruso. “No soy ingenuo”, declaró el actor, consciente de que el papel lo expone más allá del plano artístico.
Jude Law reconoció la dificultad de interpretar a un personaje cuyo rostro público apenas deja traslucir emociones. “Lo más complicado era que la imagen pública de Putin revela muy poco. A la hora de determinar la distancia entre mi máscara y yo, como actor, fue muy difícil. No podía entender qué le llevaba a hacer esto, o aquello, qué le motivaba, qué sentía. El gran desafío pasaba por intentar mostrar muy poco pero sentir muchísimo, porque [para actuar] hay que sentir desde muy adentro”, explicó. Su conclusión es inquietante: lo que mueve al líder ruso es “la reconstrucción del sentido de identidad después de una gran humillación”.

La transformación ha sido minuciosa. Encogido de hombros, traje grande, peluquín relamido y labios tensos: gestos cotidianos que, en manos de Jude Law, se convierten en la máscara de un poder amenazante. El propio Assayas le advirtió que no buscaba un disfraz ni prótesis, sino una encarnación sobria. “Aunque hay que ver lo resultón de una buena peluca”, ironizó el actor durante el Festival de Cine de Venecia, donde habló con Artículo14, dejando entrever el contraste entre el trabajo físico y el peso político del personaje.
El británico ya había explorado la ambigüedad enigmática en El talento de Mr. Ripley o en The Young Pope, pero nunca con un coste tan real. “No buscábamos la controversia por la controversia en sí misma. Creo que esta es una historia contada con inteligencia, matices y consideración”, defendió en Venecia. Sin embargo, su frase más reveladora, “no soy ingenuo”, marca el tono: el riesgo de encarnar a Putin no es solo artístico, sino también político, en un contexto donde el cine puede ser leído como un gesto de desafío.
A su lado, Paul Dano interpreta a Vadim Baranov, alter ego del estratega Vladislav Surkov, y recuerda la dimensión estructural del filme: “Debemos preguntarnos por qué ha ascendido la derecha, aunque sea aterrador. Entender sus razones es mejor que dejar que esto siga desarrollándose”. Y junto a ellos, Alicia Vikander encarna a Ksena, un personaje creado para dar voz a las mujeres borradas de una historia dominada por hombres en habitaciones de poder.

Assayas, acompañado en el guion por Emmanuel Carrère, no busca un biopic complaciente. “Me interesaba mostrar cómo, desde dentro del círculo íntimo de Putin, surgieron las estrategias que redefinieron la política moderna”, aseguró el director, consciente de la incomodidad que provoca retratar el mal contemporáneo con matices.
En Venecia, la película circuló como uno de los títulos más comentados de la edición. Y aunque Assayas afirma no prever la magnitud de las reacciones, el vértigo que acompaña a Jude Law —actor convertido en espejo de un líder que todavía marca la política global— resuena como una advertencia. La ficción, cuando toca el nervio de lo real, nunca se libra del peligro.