La noticia ha sacudido al mundo del cine europeo. Björn Andrésen, el actor sueco que encarnó al mítico Tadzio en Muerte en Venecia (1971), ha fallecido a los 70 años. Su muerte, confirmada el 25 de octubre de 2025, pone fin a una vida marcada por el mito, la fragilidad y el peso insoportable de una belleza que lo persiguió desde la adolescencia.
El joven que cautivó a Visconti
Cuando Björn Andrésen tenía apenas 15 años, Luchino Visconti lo eligió para interpretar al efímero símbolo de la juventud y la pureza en su adaptación de la novela de Thomas Mann. En la pantalla, su figura —silenciosa, luminosa, casi espectral— se convirtió en una metáfora de la belleza absoluta, esa que roza lo divino pero acaba destruyendo a quien la contempla.
El rodaje de Muerte en Venecia fue una experiencia que marcaría a Björn Andrésen para siempre. La película lo transformó en un icono global y, a la vez, en una víctima de su propia imagen. La prensa lo bautizó como “el chico más bello del mundo”. Una etiqueta que lo acompañaría toda su vida y que, según él mismo confesó años más tarde, se convirtió en una carga insoportable.

Aquel adolescente de mirada pálida y cabello dorado despertó una fascinación que trascendió generaciones. Pero tras la superficie, Björn Andrésen escondía una sensibilidad frágil. Nunca quiso ser un símbolo. Solo un joven con talento que, de repente, se vio arrastrado por una fama que no había buscado.
Un destino entre luces y sombras
Después del fenómeno de Muerte en Venecia, la carrera de Björn Andrésen no siguió el camino que muchos esperaban. Participó en algunas películas y series europeas, y llegó a trabajar brevemente en Japón, donde su imagen provocó una auténtica fiebre mediática. Pero aquella obsesión por su belleza lo llevó a alejarse del cine y a refugiarse en una vida discreta, lejos de los focos que lo habían encumbrado.
Décadas después, el documental The Most Beautiful Boy in the World (2021), dirigido por Kristina Lindström y Kristian Petri, le devolvió una voz propia. En él, Björn Andrésen reflexionaba con crudeza sobre su pasado, su relación con Visconti y el coste psicológico de haber sido convertido en objeto de deseo por toda una industria. “No fui dueño de mi propia imagen”, confesaba con una honestidad desarmante.
El documental mostró al mundo a un hombre introspectivo, herido, que aún trataba de reconciliarse con aquel adolescente de mirada angelical que había cambiado su destino. El mito seguía vivo, pero el ser humano detrás de él por fin encontraba la oportunidad de contar su historia.
El peso de un mito
La muerte de Björn Andrésen ha despertado una oleada de homenajes en todo el mundo. Actores, directores y críticos lo recuerdan como una figura que trascendió lo cinematográfico para convertirse en símbolo de una época. Su rostro, inmortalizado por la cámara de Visconti, encarna esa idea de belleza que el tiempo no logra destruir, aunque el propio actor nunca terminara de aceptar el precio que tuvo que pagar por ella.
En Suecia, su país natal, los medios han recordado la paradoja de su vida. Fue amado por millones, pero durante años vivió en soledad, intentando liberarse del personaje que lo había definido. “Nunca quise ser Tadzio”, solía decir. Y sin embargo, Tadzio fue él, y él fue Tadzio. Un espejo en el que el arte y la vida se confundieron para siempre.
Hoy, al repasar su trayectoria, resulta imposible separar su imagen del clima melancólico de Muerte en Venecia. Aquella historia de un artista que se consume persiguiendo la perfección encontró en Björn Andrésen a su reflejo más puro. La belleza, como la muerte, puede ser también una condena.




