Entre los valles del concejo de Quirós, al abrigo de las montañas y del rumor de los bosques, se esconde Bermiego. Un pequeño pueblo asturiano que parece suspendido en el tiempo. No tiene grandes hoteles ni tiendas de recuerdos, pero sí algo mucho más valioso: una autenticidad que ha sobrevivido a los años y una belleza que, en otoño, se multiplica con cada hoja que cae. Es el tipo de lugar que uno descubre por casualidad y que, una vez visitado, se queda para siempre en la memoria.
El alma de Bermiego
Bermiego pertenece a esos rincones que aún conservan la esencia de la Asturias más profunda. Es un caserío diminuto, con apenas un puñado de casas de piedra y techos de pizarra que se asoman a las laderas del Parque Natural de las Ubiñas-La Mesa. La carretera que llega hasta allí es estrecha y serpenteante, como si quisiera preparar al viajero para un viaje en el tiempo.
Al entrar en el pueblo, el silencio lo envuelve todo. El murmullo del viento entre los castaños, el eco de los pasos sobre los caminos empedrados, el aroma a leña quemada que anuncia la llegada del frío.
En el centro de Bermiego, la vida discurre sin prisas. Los pocos vecinos que aún lo habitan conocen bien el ritmo de las estaciones. Y es precisamente el otoño el momento más mágico del año. Los montes que rodean el pueblo se tiñen de tonos ocres, dorados y rojizos, y las laderas se llenan de niebla al amanecer. Las chimeneas fuman, los perros duermen al sol y el aire huele a humedad, a madera y a tierra.
El tejo milenario: guardián del tiempo
Pero si hay algo que hace único a Bermiego, es su tejo milenario. Uno de los árboles más antiguos de Europa y declarado Monumento Natural. Se encuentra junto a la iglesia de Santa María, en lo alto del pueblo, y se estima que tiene más de mil años. Su tronco retorcido y su copa frondosa parecen custodiar siglos de historias, desde las leyendas celtas hasta los rezos de generaciones de vecinos.

El tejo, en la mitología astur, es un símbolo sagrado, asociado a la eternidad y al vínculo entre el mundo de los vivos y los muertos. Bajo su sombra se celebraban reuniones, juicios y pactos; era, en cierto modo, el corazón espiritual de la comunidad.
En Bermiego, aún se siente ese respeto ancestral. No es raro que los visitantes se queden en silencio frente al árbol, impresionados por su presencia. En otoño, cuando las hojas caen y el viento sopla entre sus ramas, el tejo parece hablar con voz antigua, recordando que hay lugares donde el tiempo se mide con siglos.
Un refugio contra la prisa
Visitar Bermiego en otoño es un acto de resistencia frente a la velocidad del mundo moderno. Aquí no hay cobertura constante ni cafeterías de diseño. Solo una quietud que invita a respirar hondo y a mirar despacio. Es un destino perfecto para quienes buscan desconectar sin artificios, caminar sin rumbo por senderos cubiertos de hojas o simplemente sentarse junto al fuego y escuchar el crepitar de la leña.
Desde el pueblo parten rutas sencillas que permiten adentrarse en la naturaleza sin esfuerzo. Los caminos llevan a miradores desde los que se domina todo el valle de Quirós, a pequeños arroyos escondidos entre helechos o a aldeas cercanas donde aún se mantiene la arquitectura tradicional. Y cuando cae la tarde, el horizonte se tiñe de cobre y el aire se vuelve más frío, recordando que el invierno está a las puertas.
El sabor del otoño asturiano
La experiencia de Bermiego no estaría completa sin hablar de su gastronomía, sencilla pero contundente. En los alrededores abundan los chigres y mesones donde el viajero puede probar fabes, embutidos caseros, cabrito o tortos con picadillo, acompañados, por supuesto, de una buena sidra.
Bermiego #Quirós, uno de los 10 lugares divinos que descubrirás en el #ParaísoNatural https://t.co/YaExpSj858 pic.twitter.com/7hGKGNWyhp
— TurismoAsturias (@TurismoAsturias) February 3, 2019
En otoño, además, es temporada de castañas y setas, que se recogen en los montes cercanos y se sirven en guisos que saben a hogar.
Los vecinos, siempre hospitalarios, suelen compartir consejos sobre las mejores rutas o los rincones más fotogénicos. Y es que en Bermiego, el turismo sigue siendo algo natural: no hay grandes campañas de promoción ni multitudes, solo curiosos que llegan atraídos por la promesa de un lugar que aún respira autenticidad.