Reino Unido

Gibraltar: el final de la verja

Sánchez y Starmer refuerzan la relación bilateral en plena negociación sobre Gibraltar. La previsión es que el acuerdo quede cerrado en otoño y permita derribar la verja a comienzos de 2026

Gibraltar: La frontera del Brexit (2019) - Cultura
Fotograma del documental 'Gibraltar: La frontera del Brexit' (2019)
Filmin

El gesto ha tardado más de 7 años: un presidente del Gobierno de España subiendo los escalones del número 10 de Downing Street, recibido por un Keir Starmer que ha querido proyectar la imagen de un Reino Unido reconciliado con Europa. Detrás de la escenografía, una idea repetida por ambos: “la disputa sobre Gibraltar se ha cerrado”.

La comparecencia conjunta ha dejado la clave del día. El acuerdo definitivo aún se escribe en Bruselas, pero el calendario ya está marcado: texto cerrado en octubre; ratificación en diciembre; y, si nada se tuerce, demolición de la verja en enero. El símbolo de medio siglo de desencuentros entre España y Reino Unido dejaría de existir. Una frontera que cada mañana cruzan quince mil trabajadores, convertida ahora en acceso sin controles físicos ni para personas ni para mercancías.

Gibraltar

“Ha sido posible gracias al liderazgo de Starmer”, reconoció Sánchez, consciente de que Londres necesitaba mostrar a sus ciudadanos que la etapa del Brexit ha terminado. El Peñón quedará bajo el paraguas europeo de Schengen, con los controles trasladados al puerto y al aeropuerto británicos.

Oxígeno internacional

Lo cierto es que para Sánchez, la cita era más que diplomacia. Era recuperar espacio en una escena internacional que en los últimos meses se le había escapado. La reunión de hoy con Starmer y la de mañana con Zelenski en París funcionan como un balón de oxígeno tras meses de protagonismo menguante en Bruselas. “Siete años sin que un presidente español pisara Downing Street es demasiado tiempo”, admitió Sánchez, recordando que la última vez fue Rajoy con Theresa May.

El primer ministro británico, Keir Starmer (derecha), saluda al primer ministro español, Pedro Sánchez (izquierda), a su llegada a una cumbre sobre Ucrania en Lancaster House, Londres, en marzo
EFE/EPA/CHRIS J. RATCLIFFE / POOL

El acuerdo bilateral firmado tras la comparecencia completa el marco. El primero desde el Brexit. Un tratado estratégico para reforzar la cooperación en transición energética, derechos sociales o migración, pero con un mensaje evidente: Reino Unido sigue siendo un socio preferente para España y el principal mercado de nuestras empresas fuera de la Unión Europea.

Fin de la disputa

El camino hasta aquí no ha sido corto. En junio ya se cerró el marco de referencia en Bruselas y hoy se ha apuntalado con el compromiso político de ambos gobiernos. La imagen de Sánchez y Starmer juntos, flanqueados por banderas británicas y españolas, buscaba transmitir precisamente eso: el fin de una disputa histórica.

Queda por delante un último tramo técnico en Bruselas, y advierten los expertos, habrá resistencias de quienes nunca han visto con buenos ojos desdibujar la frontera. Pero si se cumplen los plazos, enero marcará un cambio que durante décadas parecía imposible: la verja de Gibraltar derribada como metáfora del entendimiento.

¿El único aliado de Sánchez?

Más allá de Gibraltar, Sánchez quiso subrayar que España y Reino Unido comparten una agenda política común. Desde la transición energética hasta la igualdad de género o la gestión de la migración, ambos gobiernos se reconocen alineados en los grandes retos globales. Starmer es, de hecho, uno de los pocos líderes europeos con quien Sánchez comparte marco ideológico, y esa sintonía fue visible en la declaración conjunta.

El presidente del Gobierno en la Cumbre de la OTAN, entre el resto de mandatarios
Efe

También en política internacional. Ambos defendieron la necesidad de mantener el apoyo a Ucrania y se detuvieron en Gaza, a la que describieron como “una tragedia insoportable”. La coincidencia no es menor: tras un verano en el que Sánchez ha quedado en los márgenes de la agenda europea, la cercanía con el primer ministro británico se convierte en uno de los pocos anclajes sólidos que le quedan dentro del tablero internacional.