Proyecto Manhattan

Hiroshima, 80 años después: las mujeres detrás del proyecto que cambió el mundo

Fueron cruciales en el desarrollo de la bomba atómica: tareas científicas, técnicas y domésticas en el corazón del Proyecto Manhattan

Las WAAC se toman un descanso con una partida de damas chinas
Departamento de Energía de EE. UU.

El 6 de agosto de 1945, Hiroshima quedó devastada por la primera bomba atómica lanzada en un conflicto armado. Aquel lunes, en apenas segundos, más de 70.000 personas murieron instantáneamente; decenas de miles fallecerían después por quemaduras, radiación y enfermedades. La humanidad entraba, sin retorno, en la era nuclear. En su 80° aniversario, además de recordar a las víctimas de esa tragedia, también es necesario mirar hacia quienes, en silencio y muchas veces en el anonimato, fueron parte del proceso que condujo a ese momento histórico: las mujeres.

Aunque invisibilizadas por una estructura dominada por hombres, miles de mujeres —científicas, trabajadoras civiles, esposas de investigadores, enfermeras, operadoras, ingenieras— fueron esenciales en el desarrollo del arma nuclear. Sus historias, marcadas por el aislamiento, la falta de reconocimiento y la contradicción moral, son parte inseparable del relato de Hiroshima.

Esta foto incluye al Cuerpo de Mujeres del Ejército, militares y enfermeras en Oak Ridge, Tennessee
Departamento de Energía de EE. UU.

En los tres principales sitios del Proyecto Manhattan (cuyo objetivo era desarrollar la primera bomba atómica) —Los Álamos, Oak Ridge y Hanford— las mujeres trabajaron en una amplísima variedad de roles. Según la Atomic Heritage Foundation, estas tareas incluían desde enfermería hasta física nuclear, pasando por operaciones de maquinaria, enseñanza, investigación, inspección técnica, veterinaria, o secretaría. Muchas veces lo hicieron con sueldos bajos y jornadas largas, además de enfrentar prejuicios de género persistentes incluso en contextos de emergencia nacional.
También hubo mujeres afroamericanas, hispanas y nativas americanas, aunque la mayoría eran blancas. En el ámbito militar, las integrantes del Women’s Army Corps (WAC) cumplían funciones administrativas clave. Pero donde más se sintió el impacto femenino fue en la vida cotidiana de las comunidades que crecieron en torno a estos enclaves secretos, muchas veces aisladas por cercas y vigilancia constante.

“No puedo contarte nada”

Uno de los lugares más emblemáticos fue Los Álamos, en Nuevo México. Allí se concentraba buena parte del trabajo científico del proyecto, pero también vivían las familias de los investigadores. Para muchas mujeres, su presencia en el sitio se debió simplemente a que sus maridos habían sido reclutados.

Las mujeres ayudaron en muchos aspectos del proyecto, incluidas la soldadura, la gestión del panel de control e incluso la ciencia nuclear
Departamento de Energía de EE. UU.

Ruth Marshak, esposa del físico Robert Marshak, recordaba: “Yo era una de las mujeres que se dirigían a un lugar desconocido y secreto. ‘No puedo contarte nada’, dijo mi marido. ‘Nos vamos, eso es todo'”. Aquella incertidumbre fue compartida por muchas otras. La sensación de aislamiento psicológico, además del físico, era fuerte. “Los Álamos era un mundo en sí mismo, una isla en el cielo”, escribió Marshak.

Aun así, las autoridades buscaron integrar a las mujeres al esfuerzo de guerra. Según Laura Fermi, esposa del físico Enrico Fermi, “era una política establecida alentar a las esposas a trabajar”. Ella misma trabajó como asistente administrativa en el área técnica, aunque sin acceso a información confidencial. “Estaba ocupada, feliz y ‘alejada de travesuras’“, escribió en sus memorias.

Un oficial está frente a un micrófono, mientras las mujeres sentadas en las mesas procesan los bonos para la multitud reunida
Departamento de Energía de EE. UU.

Calutron Girls

Pocas mujeres ocuparon roles científicos en Los Álamos. Una de ellas fue Elizabeth “Diz” Riddle Graves, doctora en física nuclear. Reclutada junto a su esposo, Al Graves, debió lidiar con un entorno escéptico frente a su capacidad. Pese a todo, demostró su valor. Durante los ensayos del test Trinity, en julio de 1945, y estando embarazada de siete meses, ayudó a monitorear la radiación a cuarenta millas del sitio de la explosión. Según los relatos: “Los Graves hicieron una última revisión de sus instrumentos. Luego, juntos, esperaron…”

En Oak Ridge, Tennessee, más de 22.000 mujeres operaban los calutrones, máquinas destinadas a separar isótopos de uranio. Conocidas como las Calutron Girls, muchas eran jóvenes sin experiencia científica, reclutadas directamente desde el instituto. No sabían exactamente lo que hacían, debido al estricto secreto del proyecto, pero su eficacia fue clave. Como recuerda el Departamento de Energía de EE.UU., “incluso sin tener pleno conocimiento de lo que estaban haciendo, estas mujeres hicieron una contribución extraordinaria al esfuerzo bélico”.

Una “Calutron Girl” sentada en su estación
Departamento de Energía de EE. UU.

En Hanford, Washington, donde se producía el plutonio, el aislamiento era aún más duro. Las mujeres vivían separadas de los hombres en dormitorios con vigilancia y acceso controlado. Las familias, aunque escasas, enfrentaban condiciones difíciles.

Meta Newson relató: “No tenían guardería, así que mantuve a mi hija en casa”. Mientras que Betsy Stuart añadía: “No había servicio doméstico para limpiar la casa. […] Formamos un grupo de niñeras, con reglas y normas, y esos niños ganaban dinero a manos llenas.” La vida en Hanford exigía adaptarse a una comunidad sin las estructuras básicas para la crianza de hijos.

Una historia más completa

Aunque la historia recuerda a figuras como Oppenheimer o Fermi, pocas veces se menciona que Lise Meitner, mujer y judía, fue co-descubridora de la fisión nuclear y excluida del Nobel que sí recibió su colega Otto Hahn. O que Leona Woods Marshall fue la única mujer del equipo que logró la primera reacción nuclear en cadena en Chicago.

Hoy, ocho décadas después de Hiroshima, reconocer a las mujeres que formaron parte del Proyecto Manhattan no es justificar el uso de la bomba, sino dar visibilidad a una historia más completa. Su contribución —a menudo silenciosa, siempre fundamental— merece ser contada. Porque también es en sus manos donde se forjó el poder que destruyó Hiroshima.