El gobierno de Bayrou pende de un hilo. El lunes, el primer ministro anunció que el 8 de septiembre expondría “la responsabilidad del Gobierno” ante la Asamblea Nacional pidiendo un voto de confianza. Enzarzado en una ecuación presupuestaria imposible, Bayrou se la juega. Al anunciar que pedirá la confianza de los diputados en una declaración de política general, el Primer Ministro ha optado por jugarse el puesto en un momento en que su plan de ahorro de casi 44.000 millones de euros ha sido rechazado por una gran parte de la Asamblea Nacional. Para Bayrou, se trata de apelar a la responsabilidad de las distintas fuerzas políticas y de zanjar la cuestión central del “control” de las finanzas públicas validando el principio de su plan de ahorro presupuestario.
En un contexto de llamamientos a la huelga general y de rumores de intervención del Fondo Monetario Internacional, la apuesta parece muy arriesgada. La oposición (izquierda, verdes y extrema derecha) ha anunciado su intención de hacer caer al Gobierno.
Se trata de una autodisolución porque, matemática y políticamente, el jefe del Gobierno no cuenta con los votos necesarios para obtener la confianza del Parlamento. Y si el gobierno cae, el presidente de la república Emmanuel Macron se verá obligado a encontrar una salida a la crisis política.

Desde principios de julio, éste dispone de nuevo de la facultad de disolver la Asamblea Nacional. Y si el gobierno Bayrou se hunde, el jefe del Estado podría verse obligado a recurrir a esta opción. En las últimas semanas, sin embargo, el presidente de la República ha repetido que no contemplaba esta opción. Ahora bien, el fin del gobierno Bayrou podría conducir a un bloqueo de la Asamblea que sólo una disolución podría resolver. La vuelta a las urnas se impone en el panorama mediático francés.
Una parte de la oposición ya se impacienta ante la perspectiva de nuevas elecciones. La nacionalista Marine Le Pen ha reiterado su deseo de ver una nueva Asamblea: “Sólo la disolución permitirá a los franceses elegir su destino”. En la izquierda no hay prisa por convocar nuevas elecciones, aunque son conscientes de la situación.
Si el gobierno Bayrou cae, Macron también tiene la opción de buscar una solución con un nuevo gobierno. En la izquierda, el Partido Socialista Les Ecologistas y el resto de la izquierda unionista, que prometen una candidatura conjunta para 2027, se declaran ahora dispuestos a tomar el relevo del gobierno Bayrou, aunque las luchas intestinas en el seno de la alianza Nuevo Frente Popular dejen poco margen para un gobierno de izquierdas.
Macron también podría intentar llegar a un compromiso con una figura de la sociedad civil, como se planteó tras las elecciones legislativas del verano de 2024, o buscando nuevos apoyos. Sin embargo, el fracaso del ex presidente de gobierno Michel Barnier, como las dificultades actuales de François Bayrou, muestran que el camino es estrecho. Sobre todo, porque el partido conservador Les Républicains, aliado temporal, sufre divisiones internas.

El Presidente de la República ha descartado hasta ahora cualquier idea de dimitir ante los bloqueos encontrados por la Asamblea. Pero algunas voces piden al jefe del Estado que reconsidere esta hipótesis si el gobierno Bayrou se hunde. Para la extrema izquierda, La France insoumise, lo único que importa es la posibilidad de destitución de Emmanuel Macron. Quiere impedir que éste nombre por tercera vez a un primer ministro que seguiría las mismas políticas.
Tras la dimisión de Bayrou, el régimen de Macron se enfrentará a una inestabilidad política que sin duda aumentará la presión sobre la deuda francesa que es el escollo del Gobierno. Un escenario que daría paso a un nuevo periodo de inestabilidad política y probablemente de tensiones en los mercados. Sobre todo, teniendo en cuenta que el tipo de interés de los bonos franceses a diez años ya ha superado el 3,50% desde la intervención de François Bayrou el lunes. Ahora se acerca al de Italia (3,592%), considerado durante mucho tiempo como el farolillo rojo.
La inestabilidad generada por la dimisión del Gobierno podría provocar una espiral en el coste de la deuda, hasta el punto de que ya no pueda descartarse la intervención del FMI. Un riesgo improbable, pero no imposible. En realidad, en caso de crisis grave, no sería la institución con sede en Washington la que intervendría, sino el Banco Central Europeo.
Más allá del anunciado fin del Gobierno actual, es sobre todo el fin de un régimen, el de Macron, cuya estrella ya no brilla con fuerza en Francia. Lo único que le queda es la escena internacional, e incluso eso. Dentro de la Unión Europea, su influencia es cada vez más relativa en comparación con sus homólogos europeos. En cuanto a sus entradas en la Casa Blanca de Washington o en la Ciudad Prohibida de Pekín, son las que se conceden a las potencias medias.
Macron se encuentra de nuevo en el centro del juego político, con pocas opciones en el bolsillo. Un nuevo primer ministro, un gobierno técnico o una disolución -la última, en junio de 2024, sumió al país en el caos político-, no hay solución evidente, en un Parlamento más fragmentado que nunca. Con dos escenarios aún menos probables, la supervivencia del primer ministro y la dimisión del Presidente de la República.